(Publicado ayer en prensa)
Como tantos millones de incautos,
y en contra del consejo de esos amigos que tuvieron la prudencia de convertirse
de manera repentina en científicos, me vacuné. En mala hora. Con la presunta
primera dosis me inocularon un virus gripal que me tuvo dos días postrado y
febril. Me resistí a pensar que se trataba de un efecto calculado para sugestionarnos
de que la vacuna hacía efecto en nuestro organismo. Tardé en enterarme de que con
la segunda dosis, que no me provocó ningún tipo de reacción, me inocularon el
chip. Eso fue lo grave.
Al
principio no noté nada, pero, a los pocos días, sentí una especie de pinchazo
en el hombro. Consulté el caso con un amigo
versado en vacunología, a pesar de dedicarse él a la venta de coches
usados, y me brindó una revelación estremecedora: el chip se me había quedado
atascado en el hombro, lo que podía tener como consecuencia, si no se movía pronto
de allí, una necrosis intramuscular irreversible, con lo cual lo más probable
era que tuvieran que amputarme el brazo.
Tres o cuatro
noches estuve sin pegar ojo, vigilándome el brazo en cuestión.
Por suerte, el
chip consiguió desatascarse y prosiguió su ruta por mi organismo. Al principio,
se me instaló en la vesícula, luego en el epigastrio y finalmente encontró su
acomodo definitivo en el lóbulo parietal de mi cerebro, que es donde deben
fijar su residencia los chips de control mental, al estar programados para eso,
aunque existen chips defectuosos que toman los rumbos más extravagantes y
acaban asentándose en cualquier sitio, lo que merma su efectividad controladora
por parte de los grandes oligarcas. (A un conocido mío se le instaló en una
oreja y desde entonces oye pitidos y voces de ultratumba.)
Empecé
a notar los efectos inductivos del chip cuando fui al supermercado y, al
intentar coger de la estantería una lata de atún en aceite de mi marca habitual,
se me paralizó la mano. Volví a intentarlo y la mano empezó a temblarme con
paroxismo. Haciendo un esfuerzo mental de faquir, conseguí apresar la lata,
pero entonces me dio un calambrazo. Al instante, la mano se me fue, por su
cuenta, hacia una pila de latas de atún en aceite de una marca para mí
desconocida: ATÚN BILL GATES. Para mi sorpresa, mi mano, automatizada, metió en
el carro cinco latas de ese producto.
Como
ustedes saben, la producción de coches está paralizada por falta de chips, y no
hay que ser muy espabilado para saber el motivo de esa carencia. Un grupo de
afectados por la vacuna hemos alquilado un autobús para desplazarnos a una
fábrica de automóviles y venderle el chip que llevamos dentro. Por 50 euros, permitiremos
que nos lo extraigan y lo utilicen con fines industriales. Así, de paso, muchos
volveremos a comprar la marca de atún de toda la vida, no la impuesta. Porque
ya está bien de bromas.
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