Somos muy de rutinas, pero cada año que empieza trae consigo una pequeña alteración de pequeñas rutinas. Cambias de agenda, por ejemplo, y te encuentras con unas páginas en blanco que, a lo largo de las semanas y los meses, irán llenándose de citas, de números de teléfono, de anotaciones urgentes y sintéticas, de cifras, de tachaduras, de nombres conocidos o extraños, de direcciones electrónicas que parecen la clave secreta para activar una bomba atómica, porque la verdad es que todas las agendas se dan la pinta de ser el cuaderno íntimo de un espía.
Se nos llena la agenda, en fin, de anotaciones, aunque pensemos de forma melancólica que en nuestra vida no ocurre nada de nada, lo que se dice nada, y toda esa caligrafía rápida y deforme será la prueba del entramado confuso que conforma el paso de los días, idénticos casi siempre entre sí, pero misteriosamente diversos, porque cada hora que pasa es única, aunque nada la diferencie de la hora precedente, aunque nada la distinga de la hora por venir. Hay una magia modesta en cada instante de nuestra vida, así nos parezca toda ella un sopor cíclico, un bostezo que anuncia otro bostezo.
“Llamar a primera hora a G. González”, apuntas el 2 de febrero, y ya en marzo no recuerdas quién es ese o esa G. González, porque se ha convertido en un fantasma más de los muchos que pululan por tu agenda, que acaba siendo un libro enigmático, hecho de fragmentos de realidad, escrito desde el respeto más estricto a la realidad, esa realidad en miniatura que es nuestro día a día, esa realidad diminuta e intransferible que no podemos comprender del todo, porque su fluir no está sujeto a ningún tipo de secuencia lógica, sino a una norma que es a la vez absurda y práctica: situarnos en el mundo.
A pesar de la llegada del nuevo año, tendremos que pasarnos unos meses recurriendo a la agenda del año anterior, porque hay anotaciones en ella que siguen vigentes, pues quedaron cosas a medio hacer, o postergadas, y nos damos cuenta entonces de que la vida está condenada a ser una retrospección permanente, un regreso continuo a un tiempo que murió de muerte natural, pero cuyo espectro sigue dando tumbos por nuestro presente fugitivo. Trae el año nuevo una nueva agenda y también un inconcreto propósito de corrección de nuestra vida, de abordar los proyectos aplazados, de pactar en términos justos con el paso del tiempo.
Tenemos sobre la mesa nuestra agenda flamante, apenas garabateada todavía. Y piensa uno que cada 1 de enero deberíamos hacer en ella una anotación práctica: “Ser feliz”. Aunque en la calle haga frío. Aunque haga frío dentro de nosotros. Como si esa frase de esencia quimérica fuese un talismán. Por si acaso, en fin, hubiera suerte.