jueves, 23 de junio de 2022
martes, 21 de junio de 2022
ENTRE LA SORPRESA Y LO SORPRENDENTE
(Publicado en la prensa)
La demoscopia tiene una cosa en
común con la videncia: que a veces acierta y a veces no, aunque casi nunca
acierte del todo. Las elecciones andaluzas las ha ganado el PP con esa mayoría
absoluta a la que el partido aspiraba en sus sueños más dulces para no tener
que someterse a la pesadilla amarga que se le planteaba como alternativa: la
negociación con Vox para formar un gobierno de coalición en el que Vox sería el
caballo de Troya, con las riendas manejadas a distancia por Santiago Abascal en
su papel de jinete del Apocalipsis.
Dado que las
formaciones de izquierda se apresuraron a dejar claro durante la campaña que no
se abstendrían en la investidura para permitir un gobierno en minoría del PP,
la responsabilidad directa de la entrada de Vox en el gobierno andaluz hubiese
sido del PP, por supuesto, pero hubiese tenido como responsable subsidiario a las
izquierdas, en una muestra palmaria de la prevalencia del tacticismo partidista
frente al interés general. La oposición iba a divertirse mucho en el Parlamento
autonómico echándose las manos a la cabeza con las propuestas pintorescamente regresivas
de Vox, pero gran parte de la ciudadanía hubiese padecido las consecuencias
prácticas de esas propuestas. Nunca sabremos hasta qué punto el anuncio de esa
negativa ha fomentado el voto útil –o quizá, más exactamente, del miedo- entre
sectores indecisos, que suelen ser los que al final deciden los resultados.
Moreno
Bonilla –que hizo una campaña basada menos en un discurso que en una imagen- sabía
mejor que nadie que Vox, más que un socio, iba a ser un saboteador interno, y
esa parecía ser la esperanza de las izquierdas: que el gobierno andaluz se
desgastase hasta el límite del esperpento. Un esperpento ya desde el arranque:
la incorporación a un gobierno autonómico de un partido que promueve el
desmantelamiento de las autonomías. La consecución de una mayoría absoluta, que
casi todo el mundo daba por improbable, ha supuesto un triunfo para el PP, pero
también –quién lo diría- un respiro para muchos votantes progresistas.
Con
su falta de representación, C´s deja de ser el factor de moderación que Moreno
Bonilla se ha atribuido en exclusividad, en tanto que el candidato del PSOE
cumple con lo esperado: un político-antorcha para ser quemado a la espera de
tiempos mejores para las siglas en Andalucía, donde ha sido el partido ganador
durante casi cuatro décadas. Por su parte, la fragmentación de la izquierda de
ala dura, provocada por su batalla de personalismos y por su divergencia en los
detalles en detrimento de su conciliación en lo esencial, es un nuevo aviso
–nunca tenido en cuenta- de que la atomización únicamente aporta confusión,
dispersión y desencanto a su electorado potencial.
Se
abre, en fin, el telón.
lunes, 6 de junio de 2022
LA DOSIS
(Publicado en prensa)
Frente a la lentitud,
conflictividad y laboriosidad que conlleva un avance social, tenemos la rapidez
con que se implantan los discursos ideológicos regresivos, tal vez porque lo
primero requiere una gestión eficaz y compleja, mientras que lo segundo apenas
necesita una formulación simple basada en la retórica del agravio: una enmienda
a la totalidad del presente. El señalamiento del desastre, en fin, y la promesa
de una redención inmediata.
La dinámica
política dispone que los partidos antagónicos se malentiendan de manera
sistemática, al margen no ya solo de la razón, sino al margen incluso del
interés público, a pesar de que alardeen de “sentido de Estado”, uno de esos
grandes conceptos abstractos que solo sirven para ser conceptos, ya que su
aplicación práctica acaba siendo más abstracta que el concepto mismo.
A
estas alturas de la Historia, parece sensata la conclusión de que nuestros
códigos de civilización están condenados a conciliar la armonía con el caos, y
el progreso dependerá del equilibrio entre una y otro: la armonía completa la
damos por imposible, pero más nos vale no resignarnos a la prevalencia del caos,
cuya solución puede disfrazarse con propuestas amparadas en la recuperación de unos
supuestos valores supuestamente tradicionales, con arreglo a la premisa de que
cualquier tiempo pasado fue mejor. El futuro, en definitiva, como una amenaza
que sólo puede ser neutralizada por la recuperación de los valores del pasado.
Un pasado además irreal, aunque presentado como una especie de edad de oro
abolida por la deshumanización implantada por unos avances sociales que se
supone que atentan contra Dios, contra la familia, contra la libertad
individual o contra lo que sea que a alguien se le ocurra.
Resulta
desalentadora la rendición de una parte de la sociedad al discurso simplificado
y simplista –aparte de incendiario- que dibuja la realidad como un escenario apocalíptico
necesitado de una restauración tan integral como urgente. Resulta desalentadora
la creencia popular en la demagogia mágica, en los caudillos vociferantes que
prometen una purificación de la política mediante una oratoria tan rimbombante como
hueca, ya que las grandes palabras pueden camuflar ideas muy pequeñas, de igual
modo que las verdades enfáticas pueden esconder mentiras silenciosas.
En
política, la demagogia viene de fábrica, de acuerdo, pero su peligrosidad
depende de la dosis, como pasa con los venenos. El peligro está en que la
demagogia acabe siendo el fundamento del discurso y que ese discurso sea
asumido por un sector significativo de la ciudadanía. Crucemos los dedos.