(Publicado el sábado en prensa)
Sí, por supuesto: esto de los
años es una mera convención, y lo mismo un año podría abarcar 500 días, o 157,
o 18, o los que nuestros antepasados hubiesen decidido establecer como medida
de tiempo, pero el caso es que otro año se nos acaba, y nosotros un poco con
él. Será sugestión, sin duda, aunque lo cierto es que llegamos a diciembre con
un fardo acumulativo de tareas y de obligaciones asumidas a lo largo de 12
meses, 12 meses que por una parte se nos han hecho interminables y que, por
otra, se nos han ido volando, gracias a esas sensaciones contradictorias que
nos suscita el paso del tiempo: algo que a veces se nos hace eterno y algo que
a veces nos resulta un visto y no visto, como si, según el día, se calzara unas
botas de plomo o tuviera los tobillos alados, como el dios Mercurio.
Llegamos
cansados al final de cada año, ya digo, lo que no impide que alimentemos
propósitos para el nuevo, que es algo que supone un cansancio añadido a este
cansancio menos de cuerpo que de mente. Estrenamos agenda y almanaque y, por
extensión, nos hacemos a la idea de que estrenamos una forma de vida, aunque
luego la vida sigue su curso, que suele ser el de siempre, y casi mejor así. Lo
más probable es que sigamos fumando, que sigamos sin hacer un poco de
ejercicio, que mantengamos nuestra dieta tóxica, por mucho que el médico nos
pinte un futuro espeluznante. Porque a ver quién lucha no ya contra la vida
como concepto genérico, sino contra sí mismo como concepto específico.
Llegamos,
sí, cansados. Para llegar aún más cansados, hemos tenido la ocurrencia de
inventar la comida de empresa y la cena familiar de nochebuena, el almuerzo de
navidad con los restos de la cena de nochebuena y la cena de orgía romana de
nochevieja, seguida no sólo de esos licores y confites que hay que gastar como
sea para que no dormiten en la despensa durante meses antes de tirarlos, sino
también de una atragantada de uvas, a razón de una por segundo. (Y, allá en el
horizonte, la amenaza pringosa del roscón de Reyes, y la compra de regalos,
para que no olvidemos que el mundo es un lugar difícil.)
Como
conclusión medianamente científica, podemos decir que, puesto que, por inercia, llegamos muy
cansados a las postrimerías de cada diciembre, hemos decidido llegar a enero no
ya cansados, sino exhaustos. A lo grande. De ahí que hayamos establecido esta
maratón de celebraciones sagradas tras convertirlas en todo lo pagano que puede
dar de sí lo sagrado: desde celebrar el nacimiento del Niño en una discoteca
hasta entrar en el año nuevo con una resaca de bucanero. Porque ¿a quién no le
gusta salirse durante unos días de sí mismo antes de reingresar en la rutina en
cuanto desmonte el arbolito y el belén?
Pero,
aunque cansados a priori, que tengamos todos un buen año. Otro.
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