sábado, 26 de septiembre de 2009

ANIMALES EN GENERAL




El género humano es aficionado a realizar documentales sobre el mundo animal, documentales que luego las cadenas televisivas tienden a programar a la hora de la siesta, quizá porque en esos documentales se come mucho: el guepardo, por ejemplo, se come en cuanto puede a una gacela Thompson, ese herbívoro que puede alcanzar una velocidad punta de 100 kilómetros por hora para no acabar convertido en un improvisado steak tartare y que apenas duerme una hora al día, supongo que por el mismo motivo. Y así sucesivamente: en el reino animal no sólo tienes que preocuparte de a quién te vas a comer, sino también de quién puede comerte.

Vemos un documental sobre, qué sé yo, los escarabajos, y nos decimos: “¡Qué curiosos son esos bichos! ¡Qué listos son estos coleópteros!”, porque estamos predispuestos a sentir admiración por las destrezas de los animales, sin pararnos a pensar que son precisamente esas destrezas las que les permiten perdurar como especie. Imagínense, no sé, que los leones no tuvieran dientes o que las hormigas fuesen criaturas individualistas. Tres días les echaba yo sobre la tierra, a no ser que los leones se convirtiesen a la dieta vegetariana y que las hormigas adoptasen el relajado plan de vida de las cigarras cantoras, al menos en la medida de lo posible, porque nunca han tenido las hormigas afición al canto, que yo sepa.

Pero imaginemos que hubiese otra especie animal en nuestro planeta con capacidad y medios para realizar documentales televisivos y que dedicara uno de ellos a la especie humana. Oh, Dios mío. Más vale no pensarlo siquiera: “Durante la época de calor, un buen número de humanos emigra a las zonas cálidas y se recubre el cuerpo con aceites vegetales para protegerse de las radiaciones solares”. (“¡Qué listos son estos humanos!”, exclamarían los telespectadores del reino animal.)

“Cuando tienen vacío el frigorífico, los humanos acuden a un supermercado para proveerse de víveres. Una vez elegidos los productos con arreglo a su precio y a sus virtudes nutricionales, los humanos hambrientos pasan por un control que está gobernado por una hembra llamada cajera y regresan a sus hogares con alimentos que les durarán al menos una semana, que es la previsión media de sus incursiones a la despensa comunal de víveres. Los restos alimenticios son metidos en bolsas y, de noche, unos ejemplares macho revestidos de tejido reflectante recogen esos desperdicios y los acumulan en zonas alejadas de los habitáculos. Tales desperdicios pueden consistir incluso en recipientes de metal de cierre hermético, ya que el género humano, para poder mantener los alimentos en condiciones higiénicas durante el mayor tiempo posible, ha desarrollado una curiosa técnica que le permite conservar durante años unos mejillones o unos berberechos”. (“¡Qué bichos tan listos!”, dirían los otros bichos, salvo quizá los mejillones y los berberechos.)

“En las épocas de frío, los animales humanos se revisten con prendas elaboradas con materiales provenientes de otros animales, ya sean ovejas, conejos o visones, dependiendo de la casta a la que el humano en cuestión pertenezca, y sus conversaciones giran fundamentalmente en torno al frío que hace, que es su tema recurrente cuando hace mucho frío, así como lo es el calor cuando hace mucho calor”.

En fin, eso: que están muy bien los documentales.
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domingo, 20 de septiembre de 2009

ELEPÉS


De vez en cuando, apetece hacer listas, esas aliadas metódicas de los recuerdos caóticos.

Hoy me apetece hacer (¿¿¿???) la de los discos fundamentales de mi adolescencia.

Discos que por una razón o por otra -por una razón y por otra, generalmente- fueron decisivos en aquella época de confusiones y de deslumbramientos.

La música tiene una capacidad prodigiosa de rememoración: oyes por azar las notas iniciales de una canción olvidada desde hace décadas y, de repente, el pasado se reconstruye: revives con precisión un estado emocional, un estado de conciencia, unos olores, unas sensaciones específicas, unas asociaciones sentimentales que ya no tienen nada que ver con el que ahora eres.

La música, en fin, da oxígeno a los fantasmas, por decirlo de algún modo.

Nick Hornby (recomendable su libro 30 canciones, en Anagrama) opina que no se debe juzgar la música por sus repercusiones emocionales en nuestra historia personal, sino por su valía musical intrínseca. Bueno, sí, pero ¿cómo se hace eso?

La música se enreda con los enredos propios de la memoria y entra a formar parte de su catálogo de nebulosas nostálgicas.

Pero va ya la lista. La hago sin repasar los discos que tengo en las estanterías, confiando en la memoria, que suele ser poco de fiar para asuntos de memoria. Es decir, que algún olvido importante habrá.

Como se ve, las referencias son bastante previsibles. (Como la adolescencia misma.)


-JIMI HENDRIX, Band of Gypsys

-DEEP PURPLE, Machine Head

-ALLMAN BROTHERS, Live at Fillmore East

-PINK FLOYD, The Dark Side of the Moon

-CREAM, Live Cream

-STEPHEN STILLS, M. BLOOMFIELD, AL KOOPER, Supersession

-THE BEATLES, Let it Be

-SANTANA, Abraxas

-DAVID BOWIE, Ziggy Stardust

-URIAP HEEP, Look at Yourself

-CREEDENCE CLEARWATER REVIVAL, Pendulum

-EMERSON, LAKE & PALMER, Pictures at an Exhibition

-JETHRO TULL, Aqualung

-GRAN FUNK RAILROAD, E Pluribus Funk

-TRAFFIC, On the Road

-JEFFERSON AIRPLANE, Surrealistic Pillow

-GEORGE HARRISON, All Things Must Pass

-BLIND FAITH, Blind Faith

-CAT STEVENS, Foreigner

-LYNARD SKYNYARD, Second Helping

-KING CRIMSON, In the Court of the Crimson King
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(El tiempo ha pasado -y cómo-, pero todos siguen pareciéndome maravillosos, por emplear un adjetivo entusiasta y de contornos difusos.)
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P.D. Ahora empieza la lista de los olvidos:
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-THE ROLLING STONES, Sticky Fingers
-MAHAVISHNU ORCHESTRA, Birds of Fire
-ERIC CLAPTON (et allii), Rainbow Concert
-LEONARD COHEN, Songs from a Room
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Habrá más, supongo.

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lunes, 14 de septiembre de 2009

CORRUPCIONES


Una de las virtudes más sólidas de los políticos corruptos es su capacidad de resistencia ante lo evidente: los pillan con las manos en la masa -o con la masa en las manos- y niegan las manos y la masa. Una buena lección, sin duda, de cómo debemos tratar a la realidad en el preciso instante en que la realidad se ponga impertinente.

Creo que todos estaremos de acuerdo en que a nadie le gusta ser un político corrupto. A nadie. Nadie, en la flor de la edad y de las ilusiones, proclama: “Mi meta en la vida consiste en llegar a convertirme en un gran político corrupto”, porque eso sería como aspirar a convertirse en el Hombre Lobo o en Fu-Manchú, y las aspiraciones humanas suelen tener un vuelo más angelical y más heroico: todos entretenemos la quimera de ser el tipo que liquida al licántropo asesino con una bala de plata o el que frustra los planes aniquiladores del canalla asiático. Entre ser el honrado concejal de Alcantarillado y Fosas Sépticas de una aldea y ser ministro corrupto, todos nos decidiríamos con firmeza y con golpes de pecho por la primera de las dos opciones, aunque luego el curso de la vida modifique la opción y podamos llegar a convertirnos en concejal corrupto de Alcantarillado y Fosas Sépticas, porque con la conciencia nunca se sabe, y con las alcantarillas mucho menos.

En el fondo del fondo, los políticos corruptos deben de pasarlo mal, porque resulta duro levantarse por la mañana, mirarse en el espejo y decirse: “Ea, a ver si hoy nos corrompemos mejor que ayer”. Y luego padecer la incomprensión de todos, porque la corrupción tiene mala prensa. Existen muchos prejuicios en torno a la corrupción. Y mucho desconocimiento. Y mucha hipocresía, hasta el punto de que nadie puede llegar por la noche a casa, cansado de corromperse, y decirle con orgullo a la familia: “Hoy vengo deslomado de tanto corromperme por vosotros”. Porque eso es lo malo que tiene la corrupción: que está obligada a ser secreta, que no puedes compartir la gloria de tu corrupción ni con tus íntimos, que te pasas la vida corrompiéndote sin poder alardear de ser un corrupto magistral. El político corrupto sabe mucho, en fin, de soledades.

Lo que no parece comprender la gente es que el político corrupto, al ser aventurero, está expuesto a muchos peligros. No ya sólo al peligro de que lo pillen, que eso es a fin de cuentas lo de menos, sino al de la manipulación por parte de la prensa, por ejemplo, que puede cebarse con él y ocasionar un daño irreparable al buen nombre de su familia. Y eso no. El buen nombre de la familia no. Que uno ha estado corrompiéndose precisamente para que la familia tenga un buen nombre. En ese punto, el político corrupto se muestra intransigente, y hace bien.

Se mete uno en política por pura filantropía, por ganas de luchar por el bien común y toda esa serenata, pero luego aparecen los encantadores, los ilusionistas corruptores que te abren un maletín y te muestran una nueva forma de vida, un futuro menos incierto, un sueño palpable, un espejismo de redención personal, unos trajes a medida e incluso un chalet. Y ya estás perdido, camarada. Porque ni siquiera puedes contarlo, y eso es el colmo de los colmos.

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martes, 8 de septiembre de 2009

INVENTOS



Nos pasamos la vida inventando excusas para inventar cosas. Y en eso, como en todo, hay jerarquías. Hay quien inventa el submarino, pongamos por caso, y quien inventa el cepillo de dientes eléctrico, hay quien inventa un líquido quitamanchas y quien inventa el telescopio. Pero, en general, casi nadie se va de este mundo sin inventar algo, así sea una receta insólita de tortilla, porque la historia del género humano es, en buena parte, la historia de sus inventos.

Algunos inventos resultan muy prácticos, como por ejemplo el frigorífico, esa especie de ataúd del Yeti que ronronea por las noches, aunque otros resultan preocupantes, como por ejemplo la bomba de hidrógeno, que viene a ser el antídoto contra todos los demás inventos de la humanidad, incluido el concepto mismo de humanidad. Pero no voy a hablarles hoy de inventos materiales, sino de algunos inventos abstractos, no menos sorprendentes y prodigiosos que los que encontramos en las tiendas de electrodomésticos o en los archivos históricos del registro de marcas y patentes.

Hemos inventado, qué sé yo, el alma y, de paso, hemos inventado la inmortalidad del alma, al margen de haber inventado previamente la noción de inmortalidad, que es uno de los inventos metafísicos más aterradores, porque nos obliga a imaginar algo que excede nuestra imaginación: un tiempo infinito para una conciencia inestable y fugitiva.
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Hemos inventado la verdad, que nunca sabemos del todo en qué consiste, y hemos inventado la mentira, que interpretamos como una ofensa a la verdad, cuando lo cierto, y lo melancólico, es que hay verdades que hasta mentira parece que sean verdad y que hay mentiras que hasta mentira parece que no sean verdades.
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Hemos inventado la música para dignificar nuestra condición de seres ruidosos y hemos inventado la literatura para que alguien nos hable de nosotros mismos cuando nos habla de gente que no tiene nada que ver con nosotros, porque se trata, en esencia, de un mercado de quimeras: alguien te cuenta una historia y te presta un disfraz para tu destino.
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Hemos inventado la astrología para consolarnos de nuestra incapacidad para inventar los astros, que para muchos son invento de Dios, ese otro invento portentoso: unos seres insignificantes imaginan a un ser insomne y omnipresente, omnipotente y perpetuo. Hemos visto en la luna cambiante el rostro frío de una hechicera. Hemos inventado dioses, semidioses, náyades, dragones y héroes ficticios que decapitan dragones.
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Hemos imaginado geografías míticas: Eldorado y la Atlántida, la isla de las sirenas fatales y el Paraíso Terrenal. Hemos echado a trotar por un bosque de niebla al unicornio. Hemos inventado los relojes y hemos inventado la prisa. Hemos inventado la ortografía y las faltas de ortografía, el concepto de azar y los juegos de azar, el whisky y la aspirina. Hemos alimentado el sueño de volar y el miedo a volar en los aviones.

Este es nuestro circo etéreo, nuestra rutina mágica. Y la vida se nos va mientras inventamos la vida, porque ese invento, en fin, es el que cuenta.

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jueves, 3 de septiembre de 2009

SEPTIEMBRE



Aún vendrán semanas de calor, aún quedan por llegar noches densas y mágicas de balcones abiertos, pero el verano, el concepto social de verano, terminó el 1 de septiembre, ese siempre extraño día primero de septiembre, con su aire de verbena concluida, con su repentina quietud.

Son raros en el fondo los veranos, porque a todo le infunden un matiz de provisionalidad, y hacen que nuestras rutinas se disloquen, y promueven en nosotros un alegre sentimiento de anomalía frente a la realidad y frente al tiempo, como si fuesen los veranos un espejismo de eternidad volandera, de realidad descoyuntada, de tiempo fuera del tiempo.

En los puertos de mar, las calles se han vaciado de repente, porque, deberes al margen, la gente huye de los lugares veraniegos en cuanto percibe la llegada de esa epidemia psicológica que es el otoño, propiciador de melancolías y de meditaciones en torno a lo sombrío. Y sale uno a la calle y se cruza ya con la gente de siempre, con esos desconocidos habituales con los que comparte pueblo durante diez meses del año, sumido cada cual en sus tareas. Y de repente el mar es más de plata. Y es más tenue la luz, más envolvente, y ya no cae del cielo como una maldición esplendorosa.

Aún se ve a gente por la calle con el curioso disfraz de veraneante, pero de pronto –no sabemos por qué- nos resultan un tanto cómicas las bermudas, las gorras, las sandalias aerodinámicas… Con un poco de vergüenza, con la conciencia del resacoso que no logra explicarse por qué hizo lo que hizo cuando llevaba las copas encima, vamos arrinconando las camisetas de propaganda, las toallas de estampaciones psicodélicas, las prendas de tejido transparente. Con un leve estupor, contemplamos el tono tostado de nuestra piel, y por un instante nos parece estar metidos en el cuerpo de otro, en el de un fakir asiático o en el de un bongosero del Caribe, y nos acordamos entonces de las cosas terribles que se dicen del sol, de ese sol vigoroso que alumbra un planeta enfermo, y nos lamentamos de nuestra imprudencia, y nos invaden las aprensiones.

De la última noche de agosto a la primera mañana de septiembre, las muchachas dejan de ir al supermercado en bikini y pareo, quizá porque se notan de repente desnudas y observadas, igual que nuestra madre Eva cuando las cosas comenzaron a torcerse en el Paraíso Terrenal. Será, no sé yo, que, con la llegada de septiembre, las personas y las cosas van volviendo a su ser, como quien dice, después de haber estado todo muy fuera de sí mismo, huido de sí mismo, despistado de sí, errante en esa especie de Arcadia del tinto con casera que en esencia es el verano.

Aún vendrán días de calor, sin duda. Las terrazas de los bares seguirán abiertas, y habrá en ellas veladores vacantes, y camareros ociosos, y las bebidas y raciones no tardarán media hora en llegar a nuestra mesa. Septiembre vuelve a poner las cosas en su sitio, devuelve realidad a la realidad distorsionada y bulliciosa del verano, rescata del olvido la conciencia de que la vida pasa muy deprisa. Tan deprisa, que, al abrir el armario, llegado ya septiembre, caemos en la cuenta de que no sólo tenemos bañadores, sino también jerséis de entretiempo, porque la vida es eso en cierto modo: un continuo entretiempo que multiplica por cero la existencia.

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martes, 1 de septiembre de 2009

FU-MANCHÚ




Anoche, a modo de despedida oficial -y simbólica- del verano, nos pusimos El castillo de Fu-Manchú, dirigida por Jesús Franco. Es la última en que Christopher Lee prestó su cara al villano asiático ideado por Sax Rohmer.

No estoy seguro, pero creo que puede contarse entre las peores películas que se han filmado jamás. Y sin la gracia, ay, que pueden tener las películas malas, incluidas otras de la serie de Fu-Manchú, sin ir más lejos. ("El mundo volverá a tener noticias de Fu-Manchú", proclamaba aquel psicópata al final de cada película, cuando Nayland Smith, de Scotland Yard, le truncaba sus planes encaminados a esclavizar a la humanidad en pleno, él sabría para qué... y uno, de chaval, se entretenía -qué remedio- con eso.)

Ni siquiera el pobre Ed Wood, que ostenta el título oficioso -e inmerecido- de peor director del mundo, podría competir con este disparate desangelado.

(En los créditos, por ejemplo, se advierte de que las imágenes fueron rodadas en "Estambul y alrededores", aunque en realidad están rodadas en su mayoría en el Parque Güell de Barcelona. Otras muchas están tomadas de retazos de archivo.)

Fue nuestro homenaje, con todo, a los cines de verano -ya desaparecidos los seis que hubo aquí, en el pueblo- en que veíamos ese tipo de películas de condición descabellada. Y un homenaje, también, por qué no, a nuestra adolescencia. (Al fin y al cabo, los homenajes meramente emocionales salen gratis...)
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Por cierto, ¿alguien puede darme alguna pista sobre cómo conseguir la película La máscara de Dimitrios, de Jean Negulesco, basada en la novela homónima -y excelente- de Eric Ambler? La vi en 1992, durante una convalecencia, creo recordar que en Canal Sur, a las 4 de la tarde, y me fascinó. (Casi todas las películas en que sale Peter Lorre suelen fascinarme, no sé por qué: es mi comodín de fascinaciones cinematográficas, digamos.) Llevo años deseando verla de nuevo, pero no la encuentro en ningún circuito comercial. (No sé manejar los programas de descarga de películas.)

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