lunes, 16 de diciembre de 2024

CARAS Y CARETAS

 


(Publicado en prensa)

A pesar de que nadie es responsable de la cara que le ha dado la genética, damos por hecho que la cara es el espejo del alma. Como casi todo, ese postulado tiene su parte de verdad y su parte de falsedad, de modo que ni es del todo cierto ni es del todo mentira.

Oscar Wilde concibió a Dorian Gray, un personaje que tenía muy buena cara, aunque la creciente podredumbre moral de su alma iba quedando reflejada en su retrato al óleo. En otra célebre fantasía, Robert Louis Stevenson planteó el juego del doble, de la doble cara: la metamorfosis del doctor Jekyll en el monstruoso señor Hyde. Por seguir en el ámbito de la literatura británica, sir Arthur Conan Doyle, al tiempo que ideaba las aventuras analíticas de Sherlock Holmes, se dedicaba a los experimentos paranormales y a defender la veracidad de las fotografías de ectoplasmas. 

Es curioso: en el siglo XIX, en paralelo a los avances tecnológicos de la revolución industrial y al auge del racionalismo científico, proliferaron las creencias esotéricas como el espiritismo, la teosofía o el mesmerismo.

Entre las muchas y pintorescas pseudociencias que distrajeron a nuestros antepasados decimonónicos se cuenta la fisiognomía, cuyo principio básico no era otro que el de adivinar la personalidad de alguien a partir del análisis de sus rasgos faciales. La cara, en fin, como espejo del alma.

A pesar de haber sido refutado por la ciencia, me temo que, en nuestra vida diaria, seguimos aplicando el método fisionómico: personas que nos dan mala espina a primera vista, personas que nos inspiran desconfianza nada más conocerlas, personas que nos provocan rechazo por su manera de sonreír o de mirar… Intuimos, por supuesto, que hay un caprichoso factor de injusticia en esas intuiciones, pero el caso es que acaban siendo concluyentes y resulta difícil que corrijamos nuestra impresión inicial con respecto a alguien.

Nos pasa también, claro está, con los políticos: los hay que parecen llevar escrita en la cara su condición de sobornador o de sobornable, de corrupto o de corruptible, de prevaricador o de malversador, de ególatra o de megalómano, de ineficiente o directamente de bobo. Tanto es así que una buena parte de la intención de voto depende de la cara de los candidatos, no de su programa, y de ahí que todos recurran a la magia de Photoshop en su cartelería electoral: saben que la cara no solo es el espejo del alma, sino también el espejo de la madrastra de Blancanieves. Lo más extraño de todo es que, más que a una cara, alguna gente opte por votar a un jeta, a unos de esos caraduras que llevan escrita en la cara la dureza de su cara.

Y ante eso, en fin, ya no sabe uno ni qué cara poner.


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lunes, 2 de diciembre de 2024

EL ÁRBOL

 (Publicado en prensa)


Las fiestas navideñas han pasado de ser celebraciones religiosas a convertirse en competiciones políticas. A falta de otros problemas que abordar y resolver, muchos alcaldes se esmeran en su labor gestora para que el árbol de navidad tenga unos metros más de altura que el del año anterior y, a ser posible, más altura que el de las otras localidades que han entrado en la dura pugna por ofrecer a su vecindario el árbol de navidad más alto del país. Cabe suponer que si algún alcalde consigue que la estrella que corona ese árbol esté casi a la misma altura que las estrellas propiamente dichas, tiene el cargo asegurado para varias legislaturas, pues no hay cosa que necesite más la gente que un árbol de navidad titánico. Si hay árbol, hay futuro y esperanza. Hay, en definitiva, eficiencia. Gestión. Espíritu de servicio. Espíritu navideño.

         A estas alturas, las fiestas navideñas ofrecen una peculiaridad curiosa: sabemos cuándo terminan, pero no cuándo empiezan, aunque sepamos –eso sí- que por lo general empiezan cuanto antes, pues su arranque no depende del calendario, sino de una decisión municipal. Al contrario que otros proyectos administrativos, que tienden a demorarse, los relativos a la navidad suelen ser no sólo rápidos, sino se diría que incluso impacientes. Y tiene su explicación: ¿vas a montar un árbol que roza el cielo para encenderlo únicamente durante unos cuantos días, cuando su montaje lleva semanas? Lo importante de un árbol de navidad no es que se encienda en navidad, ya que eso tendría poco mérito y revelaría una falta de imaginación por parte de las corporaciones municipales inscritas en el concurso del árbol de navidad más alto de España, sino que el árbol cree un ambiente navideño en unas fechas que no tienen nada que ver con las navideñas, lo que responde a un razonamiento impecable: mientras llega y no llega la navidad, un árbol de navidad resulta un anacronismo necesario para que, cuando llegue la navidad, todo el mundo esté ya un poco harto del árbol de navidad, en el caso optimista de que, una vez llegada la navidad en sentido estricto, todo el mundo no esté hasta la coronilla del árbol, de los villancicos y de los polvorones, pues algo tiene la navidad de maratón extenuante.

         Por evolución natural -o quizá no tan natural, no sé- , la navidad cuenta ya, en fin, con un periodo prenavideño que, a efectos prácticos, es tan genuinamente navideño como el tramo propiamente navideño.

         Todo el país está ya hoy iluminado. Los árboles metálicos y las guirnaldas parpadean. Millones de bombillas recrean un cielo estrellado que no vemos por culpa de esas bombillas. Y esa es la verdadera magia de la navidad: que es navidad incluso cuando no es navidad. Felices prefiestas.

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lunes, 18 de noviembre de 2024

¿LO QUE VIENE?

 (Publicado en prensa)



El hecho de que en países de tradición democrática vayan imponiéndose los discursos esencialmente antidemocráticos puede ser síntoma y consecuencia de muchas cosas, pero quizá sobre todo de una: la tradicional tendencia humana a buscar soluciones que derivan en un problema mayor, por no hablar de nuestra afición a solucionar problemas mediante el método paradójico de crear problemas. ¿La atracción por el desorden disfrazado de orden, por la represión disfrazada de libertad y por el populismo disfrazado de gobierno del pueblo? Quién sabe.

         El curso de la Historia nos advierte de que, llegados a la cumbre de lo que entendemos por civilización, la dinámica intrínseca de la propia civilización engendra y alimenta su germen destructivo. Su mecanismo de regresión a la barbarie. Se activa entonces, desde el descontento, la nostalgia por una realidad social que nunca ha existido: el paraíso en la tierra. De esa fantasía nostálgica se nutren los políticos que ejercen de redentores, de alarmistas dedicados a encender todas las alarmas, de pregoneros de un futuro perfecto y de denunciantes de un presente catastrófico.

         El triunfo electoral de Trump, pongamos por caso, admite muchas lecturas, pero podríamos elegir una sola: un presidente trastornado para un país socialmente trastornado. Un inmediato presidente, además, que da muestras de un trastorno al alza y sustentado en tres pilares peligrosos: la megalomanía, el narcisismo y la ignorancia. Un presidente que perfila ya su aterradora corte de bufones. Un presidente, por si algo faltaba, que vuelve al poder con el afán vengativo de quien fue humillado no por el pueblo norteamericano, porque ya se encargó él de denunciar un pucherazo y de alentar, como pataleta, el asalto a la Casa Blanca, sino humillado por el Sistema, ese concepto vagamente abstracto que sirve para promover teorías conspiranoicas cuando no se controla el Sistema. Un presidente, en fin, que, a pesar de ser un delincuente en serie, se considera el elegido a dedo por Dios –que desvió la bala para que solo le rozase la oreja- con la misión específica de que América vuelva a ser grande y de que en el resto del mundo reine la paz, la prosperidad y la concordia... ¿con el estado de Israel incluido en el lote de los pacificadores?

         Lo sorprendente del género humano es que nada de él debe sorprendernos. A veces superamos lo imposible, pero a menudo sobrepasamos lo impensable.

         Giras el globo terráqueo y vas señalando algunos puntos: EEUU, Argentina, Italia, Venezuela, Corea del Norte, Rusia, Austria, Hungría, Bélgica, Nicaragua…

Y ya que cada cual saque sus conclusiones y establezca su grado de inquietud.

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lunes, 21 de octubre de 2024

DEPREDADORES


 (Publicado en prensa)


En los últimos tiempos se ha diluido mucho la diferencia entre ver un telediario y ver un documental sobre animales salvajes. Por ejemplo, los leones se comen a las gacelas, a los búfalos y a casi todo lo que se le ponga por delante, incluidos animales de apariencia tan poco comestible como los elefantes o las jirafas. Intimidan, además, a los demás felinos, que bastante tienen con ser los parientes pobres del rey de la selva. Aparte de eso, los leones macho se pelean entre sí, se pelean también con las leonas, el león que destrona al macho alfa de una manada asesina a los vástagos del destronado, y así todo: un jaleo permanente. Un día a día que es un puro calvario, del que solo se libran los animales que tienen la suerte de acabar en un zoológico, por más que haya quienes consideren que los zoológicos son una aberración. No sé: si yo hubiese nacido gacela Thompson o incluso tigre de Bengala, hubiese dado cualquier cosa por caer en una trampa y acabar en el zoológico de Fuengirola, pongamos por caso, que es el equivalente animal de vivir en un chalet con piscina en la Costa del Sol. 

       Por si fuera poco, cuando los leones abaten una presa, aparecen las hienas, con sus risitas sarcásticas, y si superan en número a los leones y leonas, los espantan y el banquete les sale gratis… a menos que aparezca una manada de perros salvajes y ahuyenten a las hienas. Mientras las hienas o los perros salvajes disfrutan del festín, los buitres esperan, impacientes, para rebañar los restos.

         (Si decidiésemos extrapolar ese comportamiento al que vemos habitualmente en el Congreso de los Diputados, tal vez podríamos buscar algún que otro paralelismo, aunque confieso que ahora mismo no se me ocurre ninguno en concreto).

         Los cocodrilos también tienen lo suyo, ya que por algo son cocodrilos. Según quienes han estudiado su dietética, un cocodrilo puede pasarse hasta tres años sin comer, lo que no quita que no pase ni siquiera un solo segundo de su vida sin pensar en comer. Cuando los ñus y las cebras emigran en busca de pastos y se ven obligados a cruzar un río, los cocodrilos se dan la tragantona, y ya tienen reservas calóricas para una temporada, hasta que sus manjares nómadas hagan el camino de vuelta. (Aun así, si eres un turista aventurero, recuerda que no resulta recomendable bañarse en un río cuajado de cocodrilos, así estén ahítos, porque lo más probable es que también te coman, aunque sea sin ganas). 

     En otro ámbito, un político puede pasarse cuatro años en la oposición, pero no pasará ni un solo minuto sin ansiar el poder, y en ese tiempo soñará con devorar a sus contrincantes, por la sencilla razón de que es un cocodrilo… Perdón, quise decir por la sencilla razón de que es un político. Que ya se lía uno un poco con las especies animales.


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lunes, 7 de octubre de 2024

APARICIONES

 


(Publicado en prensa)

En buena medida, y hechas todas las salvedades, la política tiene mucho que ver a veces con las apariciones de la Virgen sobre una zarza. Me explico…

         Un día de tantos, alguien anuncia que la Virgen, bajo alguna de sus múltiples advocaciones, se le ha aparecido sobre la zarza de una finca preferiblemente improductiva y sin vallar, y a ser posible cercana a un núcleo urbano, para de ese modo facilitar las futuras peregrinaciones. A poco que haya suerte, esas peregrinaciones no suelen tardar en producirse por parte de los vecinos, con la esperanza de ser testigos de una nueva aparición, posibilidad que, por desgracia, niega la estadística: con una sola aparición, el asunto va que chuta, lo que no quita que los devotos repentinos vayan allí a rezar, a pedir favores y curaciones, o tal vez simplemente a disfrutar de unos minutos de éxtasis místico, ya sea individual o –mejor aún- colectivo. 

         Como no hace falta decir, las personas elegidas por la Virgen como beneficiarias de su aparición ascienden a la categoría de entes semidivinos mediante una especie de beatificación civil, sin necesidad de someterse a los estrictos estándares vaticanos. (Sin ir más lejos, la aparición de la Virgen a cuatro niñas en un descampado próximo al Palmar de Troya dio pie a que se armase allí la de Troya, con catedral neobarroca y papa cismático incluidos). Luego viene, en fin, el negocio, que arranca con la venta de estampas y reliquias -de la zarza en cuestión no queda ni una rama- y que, si la cosa va como tiene que ir, empieza a prosperar gracias a las donaciones de los fieles y a la Divina Providencia.

         En política también cuentan mucho las apariciones: aparece de pronto un pretendiente al poder y promete no el paraíso celestial –aunque a veces también-, sino algo más tangible: el paraíso en la tierra. Se trata de una promesa difícil de cumplir, pero muy fácil de formular, que es de lo que se trata: activar la fantasía del pueblo soberano, que a menudo está predispuesto a hacer suyas las más soberanas tonterías. 

         Al contrario que la Virgen, el aspirante al poder se hace omnipresente, para de ese modo dar cauce a su retórica publicitaria, que casi siempre lo es de redención: el denunciante del caos global que se proclama el profeta de un futuro fabuloso. De inmediato, aparecen sus fieles, convencidos de que el ejercicio de la política consiste en hacer lo que uno promete y no lo que uno buenamente puede. Pero el discurso –milagrosamente- cuela. Y no digamos si –milagrosamente- al candidato en cuestión se le aparece sobre la zarza no la Virgen, sino una bolsa con 100 000 euros. 

         Y que no acabe la fiesta.


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jueves, 26 de septiembre de 2024

A MESA Y MANTEL

 


(Publicado en prensa)

La vida es complicada de por sí, lo que no quita que pongamos todo de nuestra parte para complicarla un poco más. Para añadirle complicaciones, disponemos, no sé, de las guerras propiamente dichas y de las guerras comerciales entre grandes potencias, de las tediosas guerrillas retóricas entre gobierno y oposición, de las noticias falsas y de la inteligencia artificial, de TikTok y de Instagram, de los estados democráticos que optan por transformarse en estados terroristas en nombre de la democracia y, en fin, de ese catálogo creciente de fantoches vociferantes en cuyas manos vamos dejando el rumbo de las realidades colectivas. Etcétera. (Muy etcétera y mucho etcétera, que diría alguno).

         Aparte de los referidos, hay un factor de complicación en boga: el de la alimentación. En una época en que los cocineros aplican conceptos casi metafísicos a su tarea y en que cualquier comensal se concede a sí mismo el doble grado de gourmet y de sumiller –grado del que hace gala incluso en una venta de carretera-, el caso es que ya no sabemos ni lo que comemos, en buena parte porque el etiquetado de los comestibles nos suena a poema épico, pues el nombre de los aditivos alimentarios parecen más bien de héroes míticos: Azul de Antraquinona, Betacaroteno, Licopeno de Blakeslea Trispora…

Hemos llegado al punto en que leer la etiqueta de un producto comestible nos produce el mismo efecto aterrador que el de leer el prospecto de un fármaco, de modo que no leemos ninguno de los dos, para de ese modo no renunciar a alimentarnos ni a curarnos. Se da la paradoja, además, de que muchas de esas sustancias misteriosas que se añaden a los alimentos son las que, según avisan los expertos, nos conducen a medio o largo plazo al consumo de medicamentos, lo que nos traslada de nuevo al territorio incómodo de la paradoja: si los alimentos no llevasen esos aditivos que aseguran su conservación prolongada, una buena parte de la humanidad moriría de desnutrición, aunque otra buena parte de ella morirá precisamente por nutrirse. Dicho de otro modo: para que muchos podamos comer más o menos bien, todos tenemos que comer más o menos mal. (Nuestra pequeña dosis diaria de pelargonidina, que podría ser el nombre de una princesa medieval, o de tiabendazol, que podría ser el nombre de un caudillo tártaro…)  

         Según el influencer que nos depare el azar, el hecho de tomarse en ayunas un batido de puerros, zanahorias, cúrcuma, aguacate y remolacha –pongamos por caso- nos purificará el hígado, dará tersura a nuestro cutis o nos provocará una diarrea depurativa. Según el médico que nos toque, el café será dañino para nuestra presión arterial o un escudo contra la diabetes. Y así hasta donde queramos.

         En cualquier caso, buen provecho.

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lunes, 9 de septiembre de 2024

GRANDES CUESTIONES




 (Publicado en prensa)

Abro el buzón y me encuentro con un folleto editado por una organización religiosa. Lo encabeza este reclamo: “¿Dónde hallar respuestas a las grandes cuestiones de la vida?”. 

       Al pronto, me quedo meditabundo, calculando la cantidad de lugares posibles en que poder hallar esas respuestas, pero sobre todo preguntándome cuáles son en realidad “las grandes cuestiones de la vida”, ya que la vida de la mayoría gente se sustenta menos en las grandes preguntas que en las pequeñas y triviales: dónde hemos puesto las llaves del coche o la tarjeta sanitaria, cómo funciona la endiablada sede virtual de un organismo público, en cuánto tendremos el colesterol, si nos saldrá dulce o insípido el melón que acabamos de comprar con la misma incertidumbre esperanzada que quien compra un boleto de lotería … Ese tipo de asuntos, en fin, que nos mantienen ocupada la mente a lo largo de la jornada y no dejan hueco para pensar en las grandes cuestiones, lo que por una parte está bien, pues las grandes cuestiones suelen provocar vértigos metafísicos, pero por otra no tanto, ya que puedes pasarte la vida esquivando las grandes cuestiones, pero cuando llegas al tramo final de tu vida corres el riesgo de caer en la cuenta de que la vida se te ha ido en tonterías, y ahí vendrán las lamentaciones.

         Tras esta elucubración ociosa, compruebo que el folleto da tres opciones para hallar respuestas a las ya mencionadas grandes cuestiones de la vida, a saber: 1) en la ciencia, 2) en la filosofía y 3) en la Biblia. Viniendo de quien viene el folleto, la opción correcta no puede ser otra que la tercera, claro está, porque los de esa organización religiosa no lo tienen muy claro con la ciencia en general y no creo que consideren que la filosofía sea más que una abstrusa verborrea pagana, en lo que según qué casos no les falta algo de razón.

         Para seguir con el concurso de enigmas, en la contraportada del folleto se plantea lo siguiente: “¿Cuál de estas preguntas es más importante para usted?”, y de nuevo proponen tres opciones: 1) “¿Cuál es el sentido de la vida?”, 2) “¿Es Dios culpable del sufrimiento?” y 3) “¿Hay vida después de la muerte?”. Ahí no hay premio, y no creo que nadie se sienta con la autoridad intelectual o escolástica suficiente no ya para responderlas, sino ni siquiera para establecer una preferencia entre las tres, dado que todas ellas nos llevan a una especie de abismo ontológico, y en esos abismos resulta fácil caer, pero casi imposible salir, al menos con la cabeza medio en condiciones.

         Hay días, en fin, en que más vale no abrir el buzón.


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lunes, 26 de agosto de 2024

BULO Y CREENCIA


(Publicado en prensa)


La historia del bulo es la historia misma de la humanidad. Pensemos, no sé, en aquellos antepasados nuestros, ya fuesen egipcios, aztecas o griegos, que lograron convencer a sus paisanos de que el Sol era una divinidad a la que había que rendir culto. ¿Qué iba a ser si no? Al fin y al cabo, muchos siglos después, hay quienes se abstienen de comer carne roja durante los viernes de cuaresma. Por lo demás, ¿quién ha visto alguna vez un alma, un ovni o un santo aparecido sobre una zarza? Poca gente, lo que no quita que muchos crean en la inmortalidad del alma, que muchos vivan con el ansia de disfrutar del avistamiento de un platillo volante o que muchos recen arrodillados ante la zarza en que alguien asegura haber visto a un personaje celestial. 

   Cimentado en la superstición, el pensamiento mítico resulta inexpugnable, cosa que no ocurre con el pensamiento científico, pues en lo más hondo de nosotros sigue latiendo la sospecha de que los científicos vienen a ser la escala pedantesca de los antiguos vendedores de crecepelo. 

      Donde esté una youtuber que te recomiende lavarte el pelo con yogur de pera mezclado con bicarbonato para conseguir un rizado natural, que se quite un científico herético que proclame que la existencia de Dios es una imposibilidad científica, sobre todo si otro científico asegura poseer pruebas irrefutables de su existencia, con la consecuente catalogación del ateísmo como una creencia conspiranoica equiparable al terraplanismo, pongamos por caso.

         El bulo es consustancial –qué le vamos a hacer- a la condición humana y siempre ha tenido su territorio abonado en los pueblos pequeños, donde basta que alguien atribuya algo imaginario y adverso a alguien para que, de inmediato, ese algo se imponga a la realidad: si alguien decide convertirte en materia de chisme, mejor que te mudes como poco al pueblo de al lado.  

         Tradicionalmente, el chismoso, el difamador o el embustero contaban con medios rudimentarios para promover sus chismes, sus difamaciones o sus embustes. Hoy, por suerte para el gremio, no solo disponen de tribunas de amplificación en las redes sociales, sino que, con un poco de suerte, algunos ascienden jerárquicamente y ocupan un escaño en el Parlamento Europeo.

         Imagino, no sé, que el bulo se emite desde el cinismo, pero que, en cambio, se asume desde la fe. Una mentira en origen que, en destino, acaba convirtiéndose en dogma.

         Por si fuese poco, el bulo presenta la curiosa característica de ser transversal: puede venir del ámbito mediático, sí, pero también del ámbito político y, por supuesto, del ámbito privado, lo que garantiza su pervivencia.

         Por una cosa o por otra, ya estamos en ese punto en que la realidad es irreal y la apariencia es evidencia. En el mismo punto, en fin, en que un idiota atribuyó al Sol la condición de deidad y los demás idiotas se lo tomaron al pie de la letra.


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lunes, 29 de julio de 2024

LA OREJA SAGRADA

 (Publicado en prensa)





El atentado contra Trump ha tenido dos víctimas: su oreja derecha y Biden. Lo de la oreja está claro, pero lo de Biden tal vez requiera alguna explicación, que a mi entender es sencilla: el anciano y titubeante presidente, con su inquietante aspecto de sonámbulo, ha acabado comprendiendo –o le han hecho comprender- que no podría competir con un contrincante electoral que, según algunos de sus seguidores y según él mismo, ha sido librado del martirio por la voluntad expresa de Dios, ejecutada al parecer por un ángel que, tras tomar la forma de la bandera nacional de allí, desvió la bala de un perturbado para que EEUU tenga la opción de volver a ser gobernada por otro perturbado.

Pasando por alto lo de los múltiples delitos y lo de las  actrices porno, muchos ven a Trump como el nuevo Mesías. No está mal para un delincuente en la vida civil y para un pecador en la vida espiritual, cuyo antecedente ilustre en la segunda de esas condiciones sería san Agustín, que alcanzó el obispado de Hipona y la santidad tras una juventud de disipaciones.

         En un país en el que se menciona a Dios en los billetes y monedas, no resulta raro que la política se escore a la teología, o viceversa, hasta el punto de que los norteamericanos más devotos, en especial los del sector evangelista, han llegado a la conclusión científica de que lo de la oreja solo puede deberse a un milagro. ¿A qué si no? Basta con leer La leyenda dorada, del dominico italiano conocido aquí como Santiago de la Vorágine, para hacerse cargo de que los milagros se caracterizan no ya por la dislocación de la realidad, sino sobre todo por la dislocación más alocada de la fantasía.

         Si Trump acabase ganando las elecciones, el triunfo no sería estrictamente suyo, sino de su oreja: un cartílago martirizado que acaba llevando a la Casa Blanca a un facineroso, en las dos acepciones que de esta palabra da el diccionario de la RAE, a saber: 1) delincuente habitual y 2) persona malvada o de perversa condición.

         La fascinación de buena parte de la población por los dirigentes estrambóticos podría considerarse un misterio, pero, en el fondo, el asunto no esconde misterio alguno: se trata de la identificación popular con el fanfarrón vociferante que se presenta como depositario del secreto para solucionar los problemas no ya de un país, sino del mundo, así se deriven esos problemas de la inmigración irregular o de la influencia de Satán en las instituciones democráticas.

         Por lo demás, la herida de la oreja parece que ha cicatrizado bien.


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domingo, 14 de julio de 2024

EL TURISMO

 


En estos meses, la pregunta más universal es muy sencilla: “¿Adónde irás de vacaciones?”. Se da por hecho que el verano, para ser de verdad verano, conlleva por obligación el desplazamiento, pues muy mal tiene que irte en la vida para quedarte en verano en casa, que se supone que es el sitio del que tienes que huir: allí solo hay rutina y hastío, monotonía y automatismo, todo lo contrario que en esos países remotos en que unos monos traviesos te roban el helado o en que puedes hacerte un selfi con un indígena disfrazado de indígena mientras navegas en su canoa para descubrir de pronto la silueta soñolienta de un cocodrilo o para ver corretear por la superficie del agua a un basilisco, espectáculos que es difícil que se produzcan en un hogar de clase media, donde el único animal exótico que suele haber, y aun eso con un poco de suerte, es un pollo congelado.

         Llega el verano, en fin, y se nos despierta el instinto nómada, la sed de lejanías, el ansia de estar en cualquier parte del mundo que no sea la parte del mundo en la que nos han anclado los azares del vivir.

         Circula por ahí una distinción que mezcla el clasismo con la cursilería: turistas que, lejos de considerarse vulgares turistas, se otorgan la distinguida categoría de viajeros. Supongo que la diferencia radica en que el turista se emborracha en pantalones cortos y en chancletas a la sombra de un chiringuito, mientras que el viajero se embriaga ante las obras maestras de la pintura y de la escultura en las semipenumbras de un museo, no sé. El caso es que, por una cosa o por otra, tanto unos como otros acaban borrachos: unos de cerveza y otros de belleza. Unos con el síndrome etílico de Wernicke-Korsakoff y otros con el síndrome estético de Stendhal, como si dijéramos.

         En estos días, vemos manifestaciones en contra del turismo masivo, y cabe suponer que quienes se manifiestan son los que en verano no se mueven, por imperativo moral, de su casa o, a lo sumo, hacen turismo en destinos no masificados, pues resultaría un poco chocante que alguno que otro, tras darse por concluida la manifestación, hiciera las maletas para irse de vacaciones a Cancún, a Benidorm o a Florencia, ya sea como turista o como viajero, que eso depende de cada cual.

         Y es que los turistas son los otros: esos seres molestos que invaden nuestro espacio y que, a veces, nos obligan a los sedentarios a huir, en calidad de turistas forzosos, a lugares en que preferiblemente no haya turistas, porque con los turistas no hay quien conviva.

         Y en esas alegres paradojas andaremos hasta que el otoño nos devuelva al sofá de casa.


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lunes, 1 de julio de 2024

EL TONO

 (Publicado en prensa)



El tan demorado acuerdo entre PP y PSOE para renovar el CGPJ podría haber sido una buena noticia en un tiempo en que predominan las noticias preocupantes, cuando no desoladoras, y un motivo de celebración democrática por lo que tiene de normalización institucional, al menos como contrapeso de otras anomalías. Lejos de eso, ha servido para convertirse en un nuevo pretexto de disputa entre ambos partidos, lo que nos lleva a una situación no creo que inédita, porque inédito en política no queda casi nada, pero sí desde luego peculiar: acordar algo para convertirlo de inmediato en la teatralización de un desacuerdo.

         Por no se sabe qué motivo, algunos políticos dan por hecho que la actitud pública de un cargo electo ha de ser la de una indignación permanente ante las decisiones y actuaciones del adversario, así coincidan en esencia con las propias, de manera que los espacios de gobernación parecen en ocasiones un bar de copas a la hora del cierre, cuando ya la clientela anda con la boca caliente y aplicando una variante tabernaria del método Stanislavski a sus razones iluminadas, cada cual voceando soluciones expeditivas para remediar, desde su particular punto de vista geopolítico, el caos universal.

         Esto tiene sus peligros, como casi todo: si te acoges al vocerío, siempre habrá quien vocifere más que tú; si te acoges al sofisma demagógico, siempre habrá un demagogo que extreme tus sofismas; si recurres al insulto y al bulo, estarás alimentando a los incendiarios.

         El avance de las formaciones de ultraderecha es posible que se sustente en buena medida en el tono de su discurso: la sustitución del argumento concreto por el agravio en abstracto, la recurrencia a la soflama frente al razonamiento, la prevalencia del simplismo visceral frente a la complejidad ideológica.

         Si los partidos a los que se supone un talante moderado deciden emplear esos recursos, se abre una puerta no a lo desconocido, porque de sobra nos indica la Historia adónde da esa puerta, sino a lo que no nos conviene conocer… de nuevo.

         En un mundo en que los conflictos bélicos nos hablan a diario del fracaso colectivo de la razón en su nivel más básico, ¿qué aportan las guerras retóricas enconadas en unos órganos de gobierno en que se supone que se preserva lo que entendemos por civilización?

         El novelista John Updike describió de manera muy gráfica la época en que buena parte del mundo estuvo simultáneamente en manos de Hitler, de Stalin, de Roosevelt y de Churchill: “Fue el más grande y el peor cuento de hadas que el mundo había visto jamás, uno de esos carnavales con gigantes que tienen la cabeza de cartón piedra”.

Apliquémonos el cuento, en fin, y procuremos no repetirlo.


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domingo, 23 de junio de 2024

SOLSTICIO DE VERANO



¿Qué arde en estas hogueras de ti?


¿Qué ha ardido, con exactitud,

a lo largo de tus años 

en todas las hogueras 

rituales del solsticio?


Muñecos paródicos 

colgados de un alambre,

sobre las llamas góticas.


Noche de junio densa 

como una fiebre,

con su luna de gala.


Noche del no ser nadie,

en multitud.


Las llamas en los ojos,

los ladrones del fuego.


Verano que ahora vuelves,

acuérdate por hoy 

de quienes fuimos.


Dinos algo.



(F.B.R. del libro Las identidades, 2012)

domingo, 2 de junio de 2024

NADAL... a contracorriente

 (Publicado en prensa)



El pasado lunes, en el torneo de Roland Garros, Rafael Nadal perdió un partido de primera ronda, lo que puede entenderse como una anomalía para alguien que cuenta en su historial con una de las mayores anomalías de la historia del deporte: haber ganado ese torneo en 14 ediciones. Pero la anomalía no fue tal, al menos en la medida en que no puede considerarse anómalo lo previsible: tras un periodo de lesiones que le ha impedido competir con regularidad durante los dos últimos años, el sorteo quiso que se enfrentase de entrada, sin rodaje, a Zverev, tal vez el jugador más inexpugnable en estos momentos.

         El alemán desplegó un juego portentoso, pero su victoria no fue, como muchos nos temíamos, un paseo triunfal: a partir del segundo set, reapareció el Nadal que ni siquiera en las situaciones más adversas deja de ser él mismo. “Va a perder, pero sigue habiendo Nadal”, nos dijimos muchos.

La cuestión de fondo no es otra que una incertidumbre que se parece demasiado a una certeza: la retirada más o menos inminente de un deportista que se enfrenta a un enemigo invencible: el tiempo. Nadal mantiene toda la sabiduría tenística –y toda su intuición táctica- dentro de la mente, pero da la impresión, cercana a la evidencia, de que su mente no está ya del todo conectada a su cuerpo, y el desequilibrio en esa alianza, que en su caso fue prodigiosa, actúa como un factor de fragilidad.

En esa zona irracional del pensamiento en que se refugian las quimeras, nos distraemos en imaginar que, a sus 38 años, y a pesar de sus debilidades físicas, Nadal volverá a doblegar a sus adversarios y a levantar trofeos. La razón, sin embargo, nos susurra otra cosa, sobre todo si se tiene en cuenta que, hoy en día, el jugador número 100 del ranking dispone de un nivel suficiente para dar un sobresalto al nº 1. No obstante, ¿qué importa, a estas alturas, que Nadal gane o pierda, si lo de veras admirable es que juegue?

         Quienes hemos disfrutado de una época prodigiosa del tenis gracias al triunvirato Federer-Nadal-Djokovic padecemos una especie de nostalgia anticipada: nada volverá a ser lo mismo cuando el español y el serbio se retiren, como ya lo ha hecho el suizo. Lo que no quiere decir que falten ahora tenistas jóvenes que aseguren la excelencia, claro está, sino que algunos estaremos condenados a disfrutar del tenis del futuro desde la añoranza del tenis del pasado.

         Cuando Nadal se retire, será un momento dramático para muchos aficionados e incluso es posible que para él mismo, pero creo que sería una trampa emocional atribuir dramatismo a la culminación lógica de un proceso glorioso, que no dejará de ser glorioso por mucho que sus episodios finales no lo sean.

Mientras Nadal pise una pista de tenis, no estará pisándola un jugador, sino una leyenda en activo. Y las leyendas no ganan ni pierden: sencillamente, son.  


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lunes, 22 de abril de 2024

SUEÑOS DE PODER

 (Publicado en prensa)



Cada mañana, nada más abrir los ojos, me hago la misma pregunta: “¿Cómo habrá pasado la noche Puigdemont?”. No puede uno calibrar en qué medida el hecho de dormir en tierra extranjera influye en el rumbo de los sueños, ya que se priva al individuo del beneficio sedante de los efluvios patrióticos, pero, puesto a fantasear, me permito la suposición de que nuestro más ilustre exiliado tiene un sueño recurrente: una vez instaurada la República Catalana, quitan la estatua de Colón y la sustituyen por una suya, señalando con el dedo índice en dirección a Waterloo, como recuerdo de una etapa oprobiosa. Es lo menos que se merece un mártir.

         Al hilo de esto, caigo en la cuenta de que sería interesante que los políticos, al igual que hacen público su patrimonio, nos informasen sobre sus sueños, no por promover entre la ciudadanía chismorreos freudianos, sino para hacernos una idea de qué late en su subconsciente, pues de su vida consciente –más o menos- ya tenemos noticias de sobra.

         Por ejemplo, que el presidente del Gobierno nos revelase, no sé, que en sus sueños se le presenta no diré que Dios en persona -porque eso resulta improbable incluso para alguien con un sólido superego, que como mucho es recibido por el Papa-, pero sí al menos san José de Cupertino, aquel fraile napolitano que se especializó en el difícil arte de la levitación, hasta el punto de ser tenido como patrono de todo el que se anima a volar en aeronaves, ya sea en condición de piloto o de pasajero, y cabe suponer que incluso de los tripulantes de ovnis. “Haz de la necesidad virtud”, podría insistirle el santo al presidente, y el presidente, entre las brumas del soñar, llegaría a la conclusión de que su necesidad básica consiste en seguir siendo presidente, lo que, una vez reingresado él en la vigilia, le llevaría al siguiente razonamiento: “Si mi necesidad es esa, mi virtud sería la misma”.

         El caso del líder del PP sería tal vez distinto: no se le presentaría en sus sueños un santo, sino una de esas meigas chuchonas que, según quiere el folclore gallego, chupan la sangre a los durmientes. Le diría la meiga: “No te hagas mala sangre, Alberto, que después eso se nota en el sabor. Tú no eres presidente porque no quieres”. Y el que no quiso ser presidente le diría en el Congreso al presidente que siempre quiso serlo: “Yo no soy presidente por culpa de san José de Cupertino. Que conste en acta”.

         Me permito proponer desde esta tribuna, en fin, que en el BOE se publique a diario el relato de los sueños de nuestros gobernantes. Igual así logramos entender algunas cosas.


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martes, 16 de abril de 2024

EL NOVIO DEL MUNDO

 Hoy sale esto.

Es curioso -al menos para mí- lo de esta novela: se publicó hace 26 años y, en una época en que la gran mayoría de los libros permanecen un par de meses en librerías, y aun eso con suerte, se ve que sigue encontrando lectores.

(Esta es la 3ª en este sello, pero anteriormente tuvo 5 ediciones en Tusquets).
No sé.
La deriva de los libros es siempre misteriosa... sobre todo para quien los escribe.







martes, 27 de febrero de 2024

LOS EXPEDIENTES DE LA MADRUGADA

 Ya en librerías la 2ª edición.



domingo, 25 de febrero de 2024

LOS KOLDOS

 


(Publicado en prensa)

No  solo le presupongo la inocencia a Koldo García, escolta y chofer que fue del exprepotente exministro Ábalos, quien posteriormente lo ascendió a asesor suyo en el Ministerio de Fomento y más tarde a consejero de Renfe y a vocal del Consejo Rector de Puertos del Estado, dando lustre de ese modo a un currículum en el que hasta entonces destacaban actividades como la de cortador de troncos y la de portero de un prostíbulo, antecedentes idóneos para convertirse en la mano derecha de un ministro; no solo le presupongo la inocencia, ya digo, sino que me acojo a la esperanza de que todo quede en un atolondrado linchamiento judicial y mediático, esperanza que extiendo a cualquier posible implicación del exministro, para que no quede en entredicho su buen ojo para elegir a subalternos de plena confianza.

Pero imaginemos, en el territorio de la pura fantasía, que las malandanzas que se atribuyen a Koldo fuesen ciertas… Divaguemos un poco.

         Estos personajes, a los que llamaremos los koldos, resultan muy literarios, por su adscripción al género picaresco: el buscavidas que asciende en la escala política hasta alcanzar esferas estratosféricas de poder e influencia, aunque no para satisfacer el deseo tan humano de ejercer el poder y la influencia, sino con el propósito pragmático de hacer caja. No debe de ser fácil, pero hay quienes con tesón y maña lo consiguen: Juan Guerra, Luis Roldán, Luis Bárcenas, Francisco Javier Guerrero, Francisco Granados, Ignacio González, Félix Millet y tantos otros espabilados que tal vez deberían elegir como santo patrono del gremio a algún Pujol, a algún Rato o similar.

         Lo preocupante del asunto es que incluso en el PSOE dan por hecho que nuestro Koldo se desvió de la senda del bien para enfangarse en las tinieblas del delito, y además en plena pandemia. Por su parte, en el PP están de fiesta mayor, aunque no entiende uno del todo por qué, pues en lo que a historial de corrupción se refiere tampoco es que vayan mal servidos. Pero supongo que hay que aceptarlo, en fin, como consecuencia de esa teatralización sobreactuada en que ha derivado la enconadísima rivalidad política entre los dos partidos mayoritarios, a los que les resulta más sensato pactar con el diablo que pactar entre ellos.

          Y es que los partidos políticos se sustentan, cada cual desde sus presupuestos ideológicos y propagandísticos, en una promesa tan plausible en su forma como imposible en su fondo: armonizar el caos social desde el caos administrativo. (Como punto de partida resulta inmejorable. Como punto de llegada, está todo por ver). El problema es que para ese propósito hace falta mucha gente. Muchísima: desde la corporación municipal de una pedanía al entramado laberíntico de un ministerio. Y por la rendija de esa necesidad es por la que se cuelan los koldos, pues a toda novela –y la realidad es la gran novela- le añade mucha emoción la figura del villano.


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lunes, 12 de febrero de 2024

EL DESPACHO

 (Publicado en prensa)



Aplicada a la política, la palabra “despacho” puede tener una connotación entre peyorativa y despectiva, por más que la aspiración de todo político sea la de ocupar un despacho. En caso de conflicto social, por ejemplo, pedimos a nuestros gestores públicos que salgan de su despacho y pisen la calle para tomarle el pulso a la realidad, ya que el despacho suele considerarse una especie de torre de marfil en que lo real se transforma en abstracción, las personas en números y los números en dogmas.

         En medio de las protestas de ganaderos y agricultores y en pleno debate sofístico sobre la amnistía,  los cuatro representantes parlamentarios de Podemos han añadido un componente melodramático a la actualidad: denuncian que les han desalojado sus pertenencias del despacho que ocupaban y que se las han puesto en un pasillo, en plan desahucio exprés. Según parece, estaban avisados de la obligación de trasladarse al despacho del grupo mixto, en el que están integrados desde su ruptura traumática con Sumar, pero ellos niegan el apercibimiento, hasta el punto de que han acudido a la policía para denunciar el presunto ultraje.

         La vida es dura y complicada: pasas de estar en una tienda de campaña en la Puerta del Sol a ocupar un escaño en el Congreso, de allí desembocas en el consejo de ministros y, de la noche a la mañana, te encuentras con tus pertenencias en un pasillo. Ni Dickens se hubiese atrevido a idear una trama tan desoladora.

         Cuando Podemos irrumpió con ímpetu juvenil en el panorama, muchos optamos por callar –más por viejos que por diablos: tiempo al tiempo- ante el entusiasmo de algunas de nuestras amistades ante aquel fenómeno de redención: por fin la política iba a ser una cosa pura. Por fin –y ya era casualidad- iba a conseguirse algo que el género humano no había conseguido a lo largo de toda su historia en ninguna parte del mundo: asaltar el Cielo en su versión laica y convertir este valle de lágrimas socioeconómicas en Shangri-La. Por fin los obreros irían cada mañana a su puesto de trabajo cantando himnos jubilosos, mientras que los ricos acudirían a sesiones de terapia de reconversión, cantando tal vez un poco menos. Sí, claro. Sin duda.

         Aquel sueño de muchos se reduce, al día de hoy, a una pataleta adolescente por el desalojo de un despacho. Aquel propósito de regeneración política se limita, hoy por hoy, a chapotear en los fangales tradicionales del oficio: las guerras internas y externas de egos, la vacuidad del discurso mesiánico, la purga del disidente, la adicción obscena al poder... Pero se entiende: si te quitan el despacho, ¿qué te queda? ¿Volver a la tienda de campaña y reiniciar la ilusión de guiar al pueblo al paraíso terrenal o resignarte a cambiar de despacho, porque menos es nada? Esa es la cuestión.


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domingo, 28 de enero de 2024

LLUVIA Y VIRUS

(Publicado en prensa)



Hace unos días fuimos testigos en mi pueblo de un fenómeno meteorológico extremo: llovió un poco. Extremo por lo exótico, claro está, no por lo abundante de las precipitaciones, que resultaron modestas, sin incidencia apenas en los pantanos resecos de la comarca. Casi no nos acordábamos ya de la lluvia, que, según supuso Borges en un poema, “es una cosa que sin duda sucede en el pasado”. Y tanto. Se acuerda uno, por ejemplo, de aquella época feliz en que no iba al colegio durante dos o tres días porque no paraba de llover y los impermeables y las botas de agua eran complementos que no evitaban el empapamiento y su consecuente resfriado. Pero aquello ya pasó: hoy en día, resulta más probable que a los niños no los manden al colegio por una ola de calor en mayo que por un chaparrón en enero.

         Según una creencia popular, la lluvia “arrastra” los virus. Los científicos opinan otra cosa, con arreglo a la libertad de expresión, pero hay que tener en cuenta que ellos solo ven los virus en un laboratorio y no están al tanto del comportamiento de los virus callejeros, de modo que seamos prudentes, porque a saber quién tiene la razón en la controversia.

       El caso es que, en esos días en que llovió un poco, estuve durante un rato asomado a una ventana para disfrutar del espectáculo. En una de esas, conseguí ver cómo una gota de lluvia se estampaba en el cogote de un virus lo suficientemente gordo como para apreciarse a simple vista. No sé de qué familia era el patógeno, pero su aspecto resultaba preocupante, parecido al zurrón de una castaña en versión ultragaláctica, de un color verde fosforito. Tras recibir el impacto, el virus se estrelló contra el acerado y me dije: “Se ha matao”. Vi cómo la corriente lo arrastraba hacia un husillo y me dije entonces: “Uno menos”. Pero luego caí en la cuenta de que las aguas pluviales se canalizan aquí a través de unas cañerías que desembocan en un embalse que se utiliza para el riego agrícola y el baldeo de las calles. En ese instante me preocupé: “¿Y si el virus está simplemente atontado y regresa adherido a una lechuga, pongamos por caso, o vuelve al mismo sitio, como las palomas mensajeras, cuando los operarios municipales de limpieza baldeen mi calle?”.  

    Porque lo de los virus es como lo de los fervores independentistas: te haces a la idea de que a sus profetas se les ha pasado la ventolera, pero la ventolera vuelve con más ímpetu, así les des, para apaciguarlos, el oro y el moro. (Bueno, el moro no tanto). Y es que los virus también necesitan una patria, como cualquiera. Y su patria somos nosotros, por mucho que procuremos independizarnos de los virus. O yo qué sé.


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domingo, 14 de enero de 2024

ENSAYO GENERAL

 


(Publicado en prensa)


Esta semana hemos comprobado lo que el Gobierno sabe mejor que nadie: que su gobernabilidad va a ser un continuado ejercicio de funambulismo. Bueno, de funambulismo y de otras cosas: de cambalaches, chantajes, amenazas y venganzas. El suspense está asegurado, con el inconveniente de que la política no es una película de Hitchcock.

         Hemos asistido, por ejemplo, a la desconcertante escenificación de la venganza por parte de Podemos, esa formación que ha pasado en un abrir y cerrar de ojos de ser un soplo de aire fresco a desprender un tufo rancio, enquistada en turbias luchas de poder tanto internas como externas. No por casualidad su antiguo y amado líder se entretuvo en analizar en un ensayo la serie televisiva Juego de tronos, aunque es posible que su papel actual tenga más que ver con el Mago de Oz que con los monarcas peleones de aquella fantasía cinematográfica, lo que no quita que un equivalente de la Madre de los Dragones se haya convertido en su némesis por haberle usurpado el trono. Cabría suponer que, al igual que el cielo se toma por asalto, el infierno se toma porque sí.

         Hemos asistido también al chantaje de Junts, ese extraño compañero de viaje del Gobierno para ser tal Gobierno. (Lanzo un reto: que alguien señale al menos tres diferencias existentes entre el micropatriotismo de Junts y el macropatriotismo de Vox). Comoquiera que el actual Ejecutivo no va a disponer de un solo voto parlamentario gratis por parte de los partidos minoritarios que le prestaron –y nunca mejor dicho- su apoyo en la investidura de Sánchez, los de Junts, en su particular juego de tronos con Esquerra, ha exigido la transferencia en materia de política migratoria para poder expulsar de su territorio a los inmigrantes que reincidan en el delito (¿y mandarlos a otras regiones del país?), tal vez en justa correspondencia a lo que el Estado español hizo con el martirizado Puigdemont, que se vio obligado a abandonar la Madre Patria Catalana por una simple ocurrencia delirante en uno de esos momentos tontos que, al fin y al cabo, tiene todo el mundo. ¿Xenofobia? Bueno, según se mire. Las identidades nacionales hay que defenderlas desde la exclusión, no sea que se diluyan. (Lo raro es que los delincuentes reincidentes con apellidos catalanes que se dedican al noble arte de la política no solo no sean expulsados, sino que incluso algunos de ellos cuenten con despacho oficial, coche oficial y sueldo estatal). No me gustaría pecar de malpensado, pero me atrevo a sospechar que los independentistas catalanes tienen muy claro el beneficio de la estrategia del caos: cuanto peor le vaya al resto del país, mejor le irá a la Cataluña soñada.

         Entre cosa y cosa, en fin, el Gobierno va a disfrutar de una gobernabilidad muy entretenida. Mucho.


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