Ya en librerías la 2ª edición.
martes, 27 de febrero de 2024
domingo, 25 de febrero de 2024
LOS KOLDOS
(Publicado en prensa)
No solo le presupongo la inocencia a Koldo
García, escolta y chofer que fue del exprepotente exministro Ábalos, quien
posteriormente lo ascendió a asesor suyo en el Ministerio de Fomento y más
tarde a consejero de Renfe y a vocal del Consejo Rector de Puertos del Estado,
dando lustre de ese modo a un currículum en el que hasta entonces destacaban
actividades como la de cortador de troncos y la de portero de un prostíbulo, antecedentes
idóneos para convertirse en la mano derecha de un ministro; no solo le presupongo
la inocencia, ya digo, sino que me acojo a la esperanza de que todo quede en un
atolondrado linchamiento judicial y mediático, esperanza que extiendo a
cualquier posible implicación del exministro, para que no quede en entredicho
su buen ojo para elegir a subalternos de plena confianza.
Pero
imaginemos, en el territorio de la pura fantasía, que las malandanzas que se atribuyen
a Koldo fuesen ciertas… Divaguemos un poco.
Estos
personajes, a los que llamaremos los koldos, resultan muy literarios, por su
adscripción al género picaresco: el buscavidas que asciende en la escala política
hasta alcanzar esferas estratosféricas de poder e influencia, aunque no para
satisfacer el deseo tan humano de ejercer el poder y la influencia, sino con el
propósito pragmático de hacer caja. No debe de ser fácil, pero hay quienes con
tesón y maña lo consiguen: Juan Guerra, Luis Roldán, Luis Bárcenas, Francisco
Javier Guerrero, Francisco Granados, Ignacio González, Félix Millet y tantos
otros espabilados que tal vez deberían elegir como santo patrono del gremio a
algún Pujol, a algún Rato o similar.
Lo
preocupante del asunto es que incluso en el PSOE dan por hecho que nuestro
Koldo se desvió de la senda del bien para enfangarse en las tinieblas del
delito, y además en plena pandemia. Por su parte, en el PP están de fiesta
mayor, aunque no entiende uno del todo por qué, pues en lo que a historial de corrupción
se refiere tampoco es que vayan mal servidos. Pero supongo que hay que
aceptarlo, en fin, como consecuencia de esa teatralización sobreactuada en que ha
derivado la enconadísima rivalidad política entre los dos partidos
mayoritarios, a los que les resulta más sensato pactar con el diablo que pactar
entre ellos.
Y es que los partidos políticos se sustentan,
cada cual desde sus presupuestos ideológicos y propagandísticos, en una promesa
tan plausible en su forma como imposible en su fondo: armonizar el caos social
desde el caos administrativo. (Como punto de partida resulta inmejorable. Como
punto de llegada, está todo por ver). El problema es que para ese propósito hace
falta mucha gente. Muchísima: desde la corporación municipal de una pedanía al
entramado laberíntico de un ministerio. Y por la rendija de esa necesidad es
por la que se cuelan los koldos, pues a toda novela –y la realidad es la gran
novela- le añade mucha emoción la figura del villano.
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lunes, 12 de febrero de 2024
EL DESPACHO
(Publicado en prensa)
Aplicada a la política, la
palabra “despacho” puede tener una connotación entre peyorativa y despectiva, por más que la
aspiración de todo político sea la de ocupar un despacho. En caso de conflicto
social, por ejemplo, pedimos a nuestros gestores públicos que salgan de su
despacho y pisen la calle para tomarle el pulso a la realidad, ya que el
despacho suele considerarse una especie de torre de marfil en que lo real se
transforma en abstracción, las personas en números y los números en dogmas.
En
medio de las protestas de ganaderos y agricultores y en pleno debate sofístico
sobre la amnistía, los cuatro representantes
parlamentarios de Podemos han añadido un componente melodramático a la
actualidad: denuncian que les han desalojado sus pertenencias del despacho que
ocupaban y que se las han puesto en un pasillo, en plan desahucio exprés. Según
parece, estaban avisados de la obligación de trasladarse al despacho del grupo
mixto, en el que están integrados desde su ruptura traumática con Sumar, pero
ellos niegan el apercibimiento, hasta el punto de que han acudido a la policía
para denunciar el presunto ultraje.
La
vida es dura y complicada: pasas de estar en una tienda de campaña en la Puerta
del Sol a ocupar un escaño en el Congreso, de allí desembocas en el consejo de
ministros y, de la noche a la mañana, te encuentras con tus pertenencias en un
pasillo. Ni Dickens se hubiese atrevido a idear una trama tan desoladora.
Cuando
Podemos irrumpió con ímpetu juvenil en el panorama, muchos optamos por callar –más
por viejos que por diablos: tiempo al tiempo- ante el entusiasmo de algunas de
nuestras amistades ante aquel fenómeno de redención: por fin la política iba a
ser una cosa pura. Por fin –y ya era casualidad- iba a conseguirse algo que el
género humano no había conseguido a lo largo de toda su historia en ninguna
parte del mundo: asaltar el Cielo en su versión laica y convertir este valle de
lágrimas socioeconómicas en Shangri-La. Por fin los obreros irían cada mañana a
su puesto de trabajo cantando himnos jubilosos, mientras que los ricos
acudirían a sesiones de terapia de reconversión, cantando tal vez un poco
menos. Sí, claro. Sin duda.
Aquel
sueño de muchos se reduce, al día de hoy, a una pataleta adolescente por el
desalojo de un despacho. Aquel propósito de regeneración política se limita,
hoy por hoy, a chapotear en los fangales tradicionales del oficio: las guerras internas
y externas de egos, la vacuidad del discurso mesiánico, la purga del disidente,
la adicción obscena al poder... Pero se entiende: si te quitan el despacho,
¿qué te queda? ¿Volver a la tienda de campaña y reiniciar la ilusión de guiar
al pueblo al paraíso terrenal o resignarte a cambiar de despacho, porque menos
es nada? Esa es la cuestión.
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