domingo, 28 de junio de 2020



En situaciones normales, todos parecemos normales.

En situaciones anómalas, todos parecemos lo que somos.


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sábado, 27 de junio de 2020



Se ha producido un cisma doloroso entre facciones conspiranoicas: quienes suponen que los muertos por esto son unas 100 veces más de los que indican las cifras oficiales y quienes dan por hecho que no ha habido ningún muerto por el virus por la sencilla razón de que el virus no existe y es un bulo oficial.

Me alineo, sin dudarlo, con el bando de los segundos.
Igual de majaras, pero más optimistas.

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martes, 23 de junio de 2020

ROGATIVA

(Lo único que le suplico a Bill Gates es que, cuando nos instale el chip, no nos obligue a reiniciarnos cada vez que haya que descargar actualizaciones.)

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lunes, 15 de junio de 2020


El conocimiento científico avanza: Bunbury acaba de sumarse a Miguel Bosé en la consideración de que Bill Gates pretende controlar a la humanidad a través de una vacuna con microchip incorporado.

Ahora, para que el círculo gnóstico se cierre, sólo hace falta que los científicos se dediquen a cantar.

(Por su parte, monseñor Cañizares ha revelado una verdad aterradora: las vacunas contienen moléculas de fetos abortados.)

A la espera quedamos de lo que diga Bertín.

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domingo, 14 de junio de 2020

LA PUGNA


Se supone que la política debe girar en torno a las circunstancias, pero tiende a girar en torno a sí misma. De ahí que tengamos la impresión de que el virus ha desaparecido como tal para convertirse en un pretexto para la controversia parlamentaria: el problema sanitario de todos rebajado a un problema retórico de ellos.

         Hemos soportado un confinamiento estricto gracias en parte a lo que tenía de estupor novedoso, de experiencia anómala, de aventura aterradora para muchos. Era todo tan raro que acabamos aceptándolo como algo normal. A estas alturas, no obstante, nuestra tolerancia colectiva a las restricciones empieza a decaer y se traduce en inquietud, en irresponsabilidad e incluso en hastío.

Una sociedad nerviosa puede acabar siendo una sociedad peligrosa, pero resulta que, cuando más necesitábamos una transmisión de serenidad por parte de los políticos, hemos recibido de ellos una dosis extra de crispación, como si estuviesen sujetos a un guion teatral inalterable, al margen del escenario en que lo interpreten.

         Entiende uno que cualquier ideología política es en esencia una creencia sectaria, proclive al dogma e incapacitada en principio -y por principios- para el consenso,  pero hubiésemos preferido que, por la fuerza de la coyuntura, todos los partidos se acogieran al sentido común antes que al sentir disgregado. ¿Ingenuidad? Sin duda, pero no se trata con exactitud de ser ingenuos ante los mecanismos internos de la política, que son los que son y como son, sino de la necesidad de ser ingenuos para no acabar decepcionados de la política.  Ante la dislocación magnífica de la realidad que ha supuesto esta pandemia, las estrategias partidistas podrían haber entrado, en fin, en fase de suspensión transitoria para hacer frente de forma conjunta a un problema que ningún partido llevaba en su programa electoral y que ningún gobierno podría haber gestionado –quién va a engañarse a estas alturas- de manera intachable, porque en todo experimento hay que equivocarse muchas veces para acertar alguna vez, y estábamos -y seguimos- en pleno experimento.

         Reacios a la concertación, la impresión general que nos han dejado nuestros parlamentarios durante esta crisis es parecida a la que nos dejaría alguien que llegase a una casa tras un terremoto y se dedicara a romper los platos que se habían salvado de la catástrofe.

         La aprobación mayoritaria del salario mínimo vital es una muestra de lo que debería ser la política: el acuerdo razonable y razonado, más meritorio por el hecho de que muchos de los apoyos con que ha contado parten del recelo. (Está por ver que ese logro no acabe usándose como un arma arrojadiza en manos de un sector de la oposición, pues el disentimiento vendrá sin duda por la gestión específica de la medida, aunque no adelantemos acontecimientos.)

         Por lo demás, aquí seguimos, entre informaciones científicas que nos resultan confusas y entre el vocerío espontáneo de los profetas conspiranoicos. Necesitados de algunas certezas. Anhelando un poco de serenidad. Esperanzadamente desalentados.

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martes, 2 de junio de 2020

lunes, 1 de junio de 2020

LA OTRA SABIDURÍA


A estas alturas, empezamos a tener algunas cosas claras, a saber: 1) que este virus fue creado en un laboratorio chino con la intención de diezmar a la población y, más concretamente, de quitarle el sueño a Donald Trump, 2) que el confinamiento ha sido una medida política encaminada a restringir nuestras libertades, con el fin de crear una dictadura comunista o bien capitalista, según las latitudes y, sobre todo, según lo que menos le guste a cada cual, 3) que Bill Gates financia la investigación de una vacuna para poder inyectarnos, de tapadillo, un microchip de control mental que nos induciría a comprar productos de Microsoft y, por otra parte, y dado que ese microchip transmitiría a una central de datos toda la información relativa a sus portadores,  para aplicarnos a distancia y a golpe de botón una eutanasia no consentida, 4) que el nuevo orden mundial estará regido por las corporaciones farmacéuticas, por las logias masónicas –con el papa de Roma entre sus cabecillas- y por los dueños de las redes sociales, 5) que esto es una simple gripe, 6) que todo consiste en una maniobra de los poderes financieros para arruinar a la gente, cabe suponer que para que los multimillonarios, a falta de clientes para sus negocios, no tengan que madrugar y poder disfrutar así de su dinero acumulado, 7) que este virus ha sido propagado por el todo el planeta mediante la fumigación aérea, 8) que el uso obligatorio de mascarilla es una medida encaminada a intoxicarnos de dióxido de carbono, 9) que, en realidad, este virus no existe. Y así sucesivamente.

         Esta crisis va a tener su secuencia: en un primer momento, el colapso sanitario; a continuación, el colapso económico y, como tercera fase, el colapso mental. La OMS advierte de un “incremento masivo” de los trastornos mentales en los tiempos venideros, aunque se trata de una advertencia que actúa sobre una evidencia: basta con asomarse a las redes sociales para comprobar que esa pandemia de psicopatologías no está por venir, sino que ya ha llegado, y con la misma capacidad de transmisión que el virus. Tampoco es ninguna sorpresa, dada nuestra inclinación a confundir la paranoia personal con la sabiduría universal, la sospecha íntima con la certeza categórica, el disparate privado con la lucidez incontestable. Nadie parece dispuesto, en definitiva, a renunciar a convertirse en oráculo, en profeta redentor del caos, en desvelador de las verdades secretas y maliciosamente ocultadas por… Por quien sea, aunque preferentemente por las altas jerarquías que manipulan y deciden, con afán exterminador, el curso de la humanidad.

         Pues muy bien.

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