(Publicado el sábado en prensa)
A estas alturas de la Historia,
creo que podemos llegar a la conclusión de que el género humano no tiene
remedio. Lo hemos intentado. Seguimos intentándolo. Pero no acaba de salirnos
bien. De acuerdo, sí, en que la mayoría de la gente dignifica, en su día a día,
nuestra vida en común, así sea desde la aportación básica de cumplir diligentemente
con su trabajo, de aspirar al disfrute de una existencia apacible y honrada, de
afanarse en ofrecer una educación a sus hijos para que opten a un futuro digno….
Aspiraciones modestas, anhelos razonables. La esencia de la vida misma, como
quien dice… Aunque hay un inconveniente: esos otros que, según el dictamen aterrador
de Sartre, son el infierno. Esos otros que, aun siendo una minoría, consiguen
distorsionar la realidad para que todo sea un poco más difícil, un poco más terrible,
un poco más desalentador. Para que los sueños colectivos acaben convertidos en
una pesadilla.
A
poco que las cosas se enreden un poco, tendemos a dejar las riendas de nuestro
mundo en manos de megalómanos, de demagogos, de psicópatas, de salvapatrias
vociferantes. De fantoches ridículos, en definitiva, que, en cuanto tocan
poder, se convierten en fantoches peligrosos. Esa tendencia prevalece
extrañamente en nuestros días, por lo general bajo un camuflaje democrático, y nos
mantiene en vilo ante los comicios que se celebran no ya en Polonia, sino
incluso en Alemania o en Suecia, por lo que pueda salir de las urnas. En
Argentina, por ejemplo, observamos una posibilidad que resultaría inimaginable
si no fuese casi del todo probable: que la presidencia del país caiga en manos
de un histrión desquiciado que ha logrado el más difícil todavía: no solo ser
la caricatura grotesca de Donald Trump, lo que no es decir poco, sino reunir además
en una sola persona lo peor de todos los iluminados que han ensombrecido
nuestro mundo a lo largo de siglos y más siglos.
Cada
vez que surge un líder mundial al que se le atribuye ese raro concepto que es
el “carisma”, lo prudente sería echarnos a temblar, porque el carisma lo mismo
sirve para hipnotizar a las multitudes afines que para ordenar masacrar a las
multitudes contrarias, lo mismo para que la ciudadanía aplauda los delitos del
carismático en cuestión que para que una sociedad se alinee masivamente con la
irracionalidad.
Asistimos
diariamente al espectáculo del horror, con estados que combaten el terrorismo mediante la práctica del terrorismo de Estado, y nos preguntamos cómo podemos seguir en
esa fase de barbarie. Pero ahí seguimos. Algunos nos piden una firma para
exigir el cese inmediato de las guerras. Sí, cómo no. Tan sencillo como eso. Como
si no existieran ellos, los otros.
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