domingo, 17 de julio de 2022

EL CHOCO MUTANTE

 (Publicado en prensa)



Anoche fui a cenar a un restaurante playero y, tras descifrar la literatura conceptual de la carta, me decidí por lo que me pareció más estrambótico, que no era otra cosa que un plato denominado “choco vietnamita con mayonesa de yuzu”. Como es natural, trasladé al camarero mi extrañeza por el hecho de que comprasen ellos los chocos en Vietnam teniéndolos autóctonos y frescos a pocos metros del establecimiento en cuestión. El camarero me reconoció, como quien reconoce un pecado, que los chocos no eran estrictamente vietnamitas, lo que se dice vietnamitas del todo, pero que estaban preparados en cocina a la manera indudablemente vietnamita. Un trasvase de nacionalidad, como si dijésemos, gracias a la magia del arte culinario, capaz de transformar un choco de la bahía gaditana en un choco del sudeste asiático.

Por suerte, los chocos no se caracterizan por su sentir nacionalista, de modo que un choco gaditano puede asumir sin traumas irreversibles el que un cocinero imaginativo lo transmute en vietnamita, aunque estoy seguro de que el alma gaditana del choco sobrevive a cualquier metamorfosis, afirmación que hago, por supuesto, sin ninguna base científica, por ese hermetismo que rodea el mundo de los cefalópodos en general y de los chocos en particular. En cualquier caso, el choco gaditano que pedí tenía ya poco que objetar a su transmutación, al reposar en una nevera en calidad de choco gaditano difunto que habría de reencarnarse en choco vietnamita al pasar a mi plato.

         Nada más pedirlo, me arrepentí: ¿qué mal me han hecho a mí los simpáticos chocos de mi tierra para que me sienta con derecho a someterlos a un cambio de nacionalidad a título póstumo? Esperé con curiosidad nerviosa la llegada del plato, que imaginaba aderezado con brotes de bambú, ralladuras de lima, especias exóticas, salsa housin y ese tipo de cosas que los vietnamitas se atreven a echar en sus guisos. Por si fuera poco, percibí que, al igual que el choco que me preparaban en la cocina, iba transformándome un poco en vietnamita, en un proceso nunca visto de empatía con el choco que minutos antes era paisano mío. Fue una experiencia emocionante, aunque rara, como lo son todas aquellas en las que se involucran las energías de condición paranormal. No puedo presumir de que fuese una experiencia espiritual plena, pero sí de que al menos la mitad de mis chacras eran asiáticos en ese instante.

         El plato llegó: una ración de chocos fritos como los que se despachan en cualquier freidor tradicional y un dedalito con un poco de mayonesa de bote. Respiré aliviado y volví a mi ser: aunque me lo cobraron como si tanto el choco como yo fuésemos vietnamitas, el choco y yo seguíamos siendo, en fin, cien por cien gaditanos.

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4 comentarios:

Anónimo dijo...

El colmo de las descripciones de platos sofisticados y pretendidamente exquisitos las he leído en los convites de bodas. Al final lo que te comes son taquitos de cazón en adobo, croquetas, caseras por supuesto (congeladas de Mercadona), salmorejo con salsa de remolacha y sabor a sardina marinada poco más o menos, total: arranque desvirtuado… Menos mal que la cerveza, todavía, sigue siendo, sencillamente “una cervecita” y los chocos fritos eso, chocos fritos y, joé, qué buenos están… Felipe, leerte, como siempre, una gozada😊🍺🎷

Manuel Caldicot dijo...

Yo era furriel en el Pardo y más de una noche cuando leía el menú del día siguiente no podía evitar llorar de risa por los rimbombantes nombres que se daban a los platos ,cuando interrumpía la lectura del menú por la risa la tropa se reía a carcajadas y yo gritaba " silencio " y se reían más, además hacia mucho énfasis al cantar el menú, procuraba hacerlo para que pareciese apetitoso pero era basurilla .
Si comen unas almejas de una bahía del Cantábrico inclinesen por la almeja fina en vez de la japonesa , la japonesa viene de la acuicultura y luego se siembra en la bahía, y aunque nazcan en España se trajeron alevines de Japón hace 30 años y no puede llamarse fina , aunque también es buen género

Antonio Letrán dijo...

El comentario sobre los menús de las bodas es mío. No caí en poner mi nombre. En fin, no es un olvido importante. Lo que sí me parece interesante es que mi sobrino lo ha identificado como mío y me lo ha preguntado para asegurarse. Sólo que no me ha dicho si por bueno o por malo el comentario.🥴 (jijijiji)

Anónimo dijo...

Son problemas de la migración y de la transustanciación de sabores que debieran transcribir las cartas de los restauradores de identidades perdidas. O eso o buscar en Objetos Perdidos del puerto el pasaporte del choco trashumante. Que el mar y la Virgen del Carmen perdonen su extravío.