(Publicado ayer en prensa)
Convocar elecciones, así sean
autonómicas, en medio de una pandemia viene a ser como empezar a estudiar el
temario de unas oposiciones en medio de un terremoto: no puede decirse que sea
el momento propicio. Y no porque haya que extremar las medidas sanitarias de
seguridad tanto en los mítines como en los colegios electorales, pues ya hemos
visto en Cataluña que eso puede resolverse con éxito, sino porque una campaña
electoral exige a la gente un esfuerzo psicológico complementario al que ya
supone soportar este desastre que ha hecho que se tambalee nuestra salud,
nuestra economía, nuestras rutinas y nuestros equilibrios emocionales.
Lo que menos
necesitamos, en definitiva, es asistir al espectáculo vociferante de una pugna
política para ocupar sillones y, de paso, y si se tercia, para llevar a la
ciudadanía en bloque al paraíso sociológico con el que la humanidad sueña desde
que empezamos a caminar erguidos, hará de eso unos cuantos millones de años,
aunque el disfrute de ese paraíso sea nuestra principal asignatura pendiente,
pues se ve que el género humano es un mal estudiante de sí mismo y lleva
demasiado tiempo suspendiendo los exámenes, hasta el punto de que casi podemos
dar por agotadas las convocatorias.
Se
nos hace raro, en fin, asistir en estos tiempos a esa confusa función teatral
que son las campañas electorales, pues, a pesar de nuestras profundas
convicciones democráticas, todo nos suena a comedia de capa y espada ante un
decorado de cartón piedra. Los actores parecen sobreactuar más que nunca. El
argumento de la obra nos resulta inverosímil. Los aplausos que reciben parecen
venir sólo de la clac.
No
sé. Es un mal momento para alentar ilusiones colectivas a partir de futuribles,
precisamente porque lo que más necesitamos es otro tipo de utopías: que la vida
vuelva a nosotros, que nos vacunen, que se encuentre un remedio para el virus y
que la gente pueda regresar sin miedo a su trabajo y a sus ocios. La promesa
del paraíso en la tierra no es ahora un artículo de primera necesidad, y nos
conformamos con salir de este purgatorio, cuando no, en los casos más
desventurados, de este infierno en vida.
Hay
que reconocer que los políticos son muy valientes al someterse a un escrutinio
en tiempos de crispación, de desaliento y de escepticismo globales, con la
desconfianza hacia ellos acentuada por unas circunstancias muy adversas (algo
así como si se incendia el bloque y aparece el vecino del 6ºA disfrazado de
Spiderman), porque corren el riesgo de no resultar creíbles, de ser vistos como
actores pendencieros y malhumorados que venden un discurso que en su mayor
parte se quedará, a la hora de la gestión, en un mero discurso.
Lo
de siempre, se dirá. Sí. Pero tal vez en el peor momento posible.
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