(Publicado ayer en prensa)
La aparición del coronavirus ha tenido un lado bueno: no
ya el de convertirnos a todos en virólogos repentinos, sino sobre todo el de
habernos convertido en personajes de una película catastrofista, de esas en las
que un patógeno maligno –creado por lo común en el laboratorio de un científico
loco- amenaza con destruir a la humanidad, aunque al final las cosas se arreglen,
al menos si los guionistas andan con un grado aceptable de optimismo.
A estas
alturas, cuando las autoridades sanitarias siguen hablando de epidemia en vez
de pandemia, aun sospechando que el ascenso de categoría parece estar más que
cantado, todos manejamos conjeturas contundentes sobre el origen del virus (esos
menús de carne de murciélago, de perro, etc.), e incluso tenemos soluciones tan
personales como expeditivas para erradicarlo, ya sea mediante el cierre inmediato
de todas las fronteras mundiales o de la interrupción drástica del comercio con
China, según. Sorprende, desde luego, nuestra capacidad de sugestión ante las
palabras: pensamos que todos los problemas se solucionan por la vía retórica, y
mejor si esa retórica se ejerce con el codo apoyado en la barra de un bar.
Andamos,
ya digo, dentro de una película de terrores científicos, con el miedo de que,
cada vez que respiramos, el virus exótico pueda entrarnos por la nariz para,
desde allí, alojarse dondequiera que ese virus se encuentre a sus anchas dentro
de nuestro organismo, pues cada enemigo de nuestra salud tiene sus preferencias
en ese particular. (Para que el terror se amplifique, y ahora que ya nos
habíamos reconciliado con los pollos, están detectándose nuevos casos de gripe
aviaria, que hace unos años nos promovió la aprensión colectiva de morir cacareando.)
En este guirigay paracientífico que nos
traemos los legos en medicina, no faltan los relativistas que, con aplomo de eminencias
sanitarias improvisadas, quitan importancia al coronavirus al comparar su tasa
de mortalidad con la de la gripe común, por ejemplo. Y tienen razón, al menos
relativamente: el hecho de que un cáncer de páncreas sea un diagnóstico pésimo
no resta gravedad al hecho de que tengan que amputarte las piernas por gangrena,
pongamos por caso. Por fortuna, las autoridades políticas actúan como agentes
sedantes: “Nuestro sistema sanitario está de sobra preparado para…”. (Quién lo
duda.)
En una época en la que el destino de
cualquier acontecimiento global es el de acabar siendo materia de memes
chistosos, todos estamos viviendo, según decía, dentro de una ficción, como
personajes de una película coral en que la verdad es mentira y la mentira es
verdad, en que la enfermedad genera risa y a la vez pánico, en que todo es real
y al mismo tiempo fantasía. Y así vamos tirando. Muy entretenidos.
.
1 comentario:
Quizás seamos avatares de un jugador de Internet de dentro de 100 años , y vivimos en un anacronismo como piezas de ajedrez , puede que incluso nuestra existencia no es la que creemos que es . Incluso los jugadores que manejan nuestro avatar no creo sean del planeta tierra , sino de un exoplaneta que aún no conocemos
Caldicot
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