sábado, 9 de noviembre de 2019

MAÑANA MISMO

(Publicado hoy en prensa)



Las profecías suelen resultar imprudentes, pero a veces, por mucho que uno pretenda esquivar la tentación de hacerlas, acaban siendo inevitables. Sin ir más lejos, hoy, jornada -en teoría- de reflexión, andamos todos profetizando más que reflexionando, con la aprensión de que nos hayan dado muchas vueltas para acabar en el punto de partida. Es decir, ante la posibilidad de un nuevo gobierno tan imposible como el anterior.


            Igual nos equivocamos, con la peculiaridad de que, al menos por esta vez, los pesimistas mantenemos la esperanza de equivocarnos. Pero igual acertamos, que es la condena que arrastramos los agoreros. Mañana saldremos de dudas, aunque me temo que los resultados no harán sino agrandar la incertidumbre que padecemos desde hace meses: un país en el que un gobierno en funciones ha intentado aparentar ser un gobierno de ilusiones, cuando en cualquier caso ha sido más bien un gobierno de ilusionismo, en parte por hallarse tercamente en minoría y en parte por verse obligado a bandearse con unos presupuestos heredados. 


            Como no hace falta decir, los culpables de la eventual dispersión del voto y de la previsible abstención seremos los votantes, no los votados, por ese principio que han establecido los políticos según el cual no son ellos quienes se equivocan, sino los que ejercemos equivocadamente nuestro derecho a votar. Bien, vale así: alguien tiene que cargar con la culpa, y mejor cuanto más repartida. En esto, al fin y al cabo, cada cual hace lo que puede: ellos prometen milagros dispares y nosotros optamos por la suspensión temporal de la incredulidad y nos creemos el milagro que más nos convendría, ya se trate del de la bajada masiva de impuestos o el de la renta universal, pongamos por caso.


            ¿Qué pasará a partir de mañana si volvemos a una situación de bloqueo, con otro gobierno disfuncional? Las respuestas, que en principio podrían ser chistosas (la fundación de un régimen anarquista, etc.), empiezan a virar a la indignación, a la perplejidad y, sobre todo, al desaliento. Y no porque esperemos grandes cosas de ninguno de los candidatos, sino porque preferiríamos que dejasen de utilizarnos para mantener en activo su teatrillo de títeres de cachiporra, cada cual con su quimera: obtener una mayoría absoluta, formar parte incordiante de un gobierno de alianzas, devolver a España su esplendor imperial, dar un tapaboca a las encuestas… Según.


            Si no acaban entendiéndose –de la manera que sea- entre ellos, nadie va a entender nada. Y sí, claro que sí: gobernar en coalición quita el sueño. Tanto como una reunión de vecinos. Tanto como ser un parado de larga duración. Tanto como subsistir sumando peonadas. Tanto como acabar desahuciado por un banco. Pero así es la vida. Y ojalá nuestros políticos caigan en la cuenta de que la misión de la gente no consiste en refrendar y subvencionar las fantasías cesaristas de cuatro gatos. O de cinco.

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1 comentario:

Joaquín Úbeda dijo...

Más que un derecho, votar debería ser un deber. Y el de los políticos, entenderse. Compartir gobierno no es una utopia en la situación actual. Por el bien del país. Excelente artículo, maestro.