Las profecías suelen resultar
imprudentes, pero a veces, por mucho que uno pretenda esquivar la tentación de
hacerlas, acaban siendo inevitables. Sin ir más lejos, hoy, jornada -en teoría-
de reflexión, andamos todos profetizando más que reflexionando, con la
aprensión de que nos hayan dado muchas vueltas para acabar en el punto de
partida. Es decir, ante la posibilidad de un nuevo gobierno tan imposible como
el anterior.
Igual
nos equivocamos, con la peculiaridad de que, al menos por esta vez, los
pesimistas mantenemos la esperanza de equivocarnos. Pero igual acertamos, que
es la condena que arrastramos los agoreros. Mañana saldremos de dudas, aunque
me temo que los resultados no harán sino agrandar la incertidumbre que padecemos
desde hace meses: un país en el que un gobierno en funciones ha intentado
aparentar ser un gobierno de ilusiones, cuando en cualquier caso ha sido más
bien un gobierno de ilusionismo, en parte por hallarse tercamente en minoría y en parte
por verse obligado a bandearse con unos presupuestos heredados.
Como
no hace falta decir, los culpables de la eventual dispersión del voto y de la previsible
abstención seremos los votantes, no los votados, por ese principio que han
establecido los políticos según el cual no son ellos quienes se equivocan, sino
los que ejercemos equivocadamente nuestro derecho a votar. Bien, vale así:
alguien tiene que cargar con la culpa, y mejor cuanto más repartida. En esto,
al fin y al cabo, cada cual hace lo que puede: ellos prometen milagros dispares
y nosotros optamos por la suspensión temporal de la incredulidad y nos creemos
el milagro que más nos convendría, ya se trate del de la bajada masiva de
impuestos o el de la renta universal, pongamos por caso.
¿Qué
pasará a partir de mañana si volvemos a una situación de bloqueo, con otro
gobierno disfuncional? Las respuestas, que en principio podrían ser chistosas
(la fundación de un régimen anarquista, etc.), empiezan a virar a la
indignación, a la perplejidad y, sobre todo, al desaliento. Y no porque esperemos
grandes cosas de ninguno de los candidatos, sino porque preferiríamos que
dejasen de utilizarnos para mantener en activo su teatrillo de títeres de
cachiporra, cada cual con su quimera: obtener una mayoría absoluta, formar
parte incordiante de un gobierno de alianzas, devolver a España su esplendor
imperial, dar un tapaboca a las encuestas… Según.
Si
no acaban entendiéndose –de la manera que sea- entre ellos, nadie va a entender
nada. Y sí, claro que sí: gobernar en coalición quita el sueño. Tanto como una
reunión de vecinos. Tanto como ser un parado de larga duración. Tanto como subsistir
sumando peonadas. Tanto como acabar desahuciado por un banco. Pero así es la
vida. Y ojalá nuestros políticos caigan en la cuenta de que la misión de la
gente no consiste en refrendar y subvencionar las fantasías cesaristas de
cuatro gatos. O de cinco.
.
1 comentario:
Más que un derecho, votar debería ser un deber. Y el de los políticos, entenderse. Compartir gobierno no es una utopia en la situación actual. Por el bien del país. Excelente artículo, maestro.
Publicar un comentario