(Publicado en prensa)
El ser humano tiende a exigir
ejemplaridad al prójimo, al margen del grado de ejemplaridad que cada cual se
exija a sí mismo, que casi siempre es un grado que suele coincidir con el de la
indulgencia plenaria, sin duda por la necesidad de aliviarnos la conciencia,
ese ente que históricamente hemos tenido por abstracto –algo así como la cámara
oscura de nuestro ser- y que la
neurociencia estudia como el resultado de unos procesos fisiológicos
específicos.
En
los últimos tiempos, se somete a algunos artistas, tanto del pasado como del
presente, a un severo escrutinio moral, al dar por hecho -tal vez con un
optimismo imprudente, en el caso de que todo optimismo no lo sea- que la valía
de una obra artística debe corresponderse con la valía humana de su creador.
Bueno.
Depende: rastrear rasgos machistas o racistas en una obra literaria del siglo
XVIII, pongamos por caso, es legítimo y fácilmente constatable, pero también un
poco absurdo, ya que tanto el machismo como el racismo son hechos inalterados
en el tiempo -y se manifiestan tanto en el pleistoceno como en este mismo
instante en cualquier lugar del mundo, incluido el más convencionalmente
civilizado-, pero su percepción ha sido alterada por el paso del tiempo: de lo acostumbrado
a lo condenable.
Y
es que sin el componente de una valoración moral o social de un asunto, el
infractor moral o social carece de conciencia infractora, lo que no lo exime de
culpa, por supuesto, aunque con la atenuante de la falta de un contexto moral y
social –y sobre todo jurídico- que delimite y reglamente esa culpa. En caso
contrario, los juicios retroactivos adquieren un ligero matiz no sólo de
anacronía, sino también de artificialidad.
Vayamos
a las obviedades: el hecho de que Caravaggio fuese un asesino no resta valor a
su pintura, que Balthus pintase niñas al gusto de los pedófilos no es motivo
para exigir la retirada de sus obras de los espacios públicos, que Nabokov
escribiese una novela en torno a los laberintos emocionales de un pederasta no la
convierte en un elogio de la pederastia, que Simenon fuese un cliente casi
diario de prostitutas no devalúa su infatigable talento narrativo, suponer que
el destino final de Emma Bovary o de Anna Karenina contiene una condena del
adulterio femenino es demasiado suponer, sospechar que don Quijote acosaba a
Dulcinea tal vez no se sostenga como argumento. Etcétera.
La
progresión de la humanidad no es una línea recta, sino una espiral tan compleja
como en esencia insondable, y el pasado admite lecturas no sólo contradictorias
entre sí, sino a veces descabelladas por sí mismas. Seamos prudentes, en fin,
con estas retrospecciones admonitorias, por lo que decía al principio: la
conciencia personal es lavable; la histórica, en cambio, es fácilmente
ensuciable. Y el caso es que, si no queremos engañarnos, tenemos que convivir
con ambas.
.
1 comentario:
Algunas veces se lleva un argumento en contra de algo tan extremo que cualquier cosa que se diga parece ridículo; como por ejemplo la supuesta controversia por el comercia de sprite sobre el "Orgullo" perdiendo de vista por completo que se trata de un comercial.
Otro tema. Muy bien pensada la portada de "Lolita".
Saludos,
J.
Publicar un comentario