(Publicado ayer en prensa)
Un político en campaña está
obligado a comportarse como los antiguos vendedores a domicilio de
enciclopedias, que sabían de sobra que nadie necesitaba una enciclopedia y podía
vivir feliz sin ella, tan ignorante o tan sabio como antes de hacerse con una,
pero el problema era que quien necesitaba la enciclopedia para vivir no era el comprador,
sino el vendedor, que iba a comisión de la casa editorial, de modo que la
desidia ajena por la sabiduría le costaba al pobre hombre no sólo tiempo, sino
también dinero, tanto el que gastaba en ir por el mundo como el que dejaba de
ganar tras su vagabundeo de encantador de eruditos potenciales.
Aun así, a
sabiendas de que las enciclopedias acabarían siendo un trasto más o menos
decorativo en el mueble del salón, junto a la figura de porcelana, la
cristalería suntuaria y tal vez una virgen de plástico fosforescente, el
vendedor errante hacía que el cliente potencial se sintiera como un miserable y
como un ceporro si no le compraba el producto, por el cual podría conocer datos
tan emocionantes como el índice demográfico de todas y cada una de las islas de
Malasia o bien los aspectos científicos que una persona ilustrada debe manejar
sobre el estroncio o la malaquita.
Si la cosa se ponía difícil, el vendedor
recurría a un argumento sentimental: los hijos. Una enciclopedia resultaba
imprescindible para asegurar el porvenir de los hijos, pues una casa sin
enciclopedia era algo así como una choza del pleistoceno. Unos hijos criados
sin el amparo de una enciclopedia estaban condenados al fracaso. Había, además,
otra razón de peso: la diversión de la que se los privaba, dada la inclinación
natural de los niños a leer enciclopedias, para enterarse de lo de Malasia y de
lo de la malaquita, entre otras informaciones trepidantes.
En campaña,
los políticos no venden enciclopedias, claro está, porque era ya lo que nos
faltaba, sino algo más barato y más abstracto: futuro. Un futuro utópico que nunca
llega y que se convierte en un presente cíclico, pero eso nunca ha sido
impedimento para el futuro, que cuenta entre sus características esenciales la
de no tener futuro, como les pasaba a los niños en esas casas desoladas en que
no había una enciclopedia.
Los partidos
políticos no se toman ya la molestia de buzonear sus respectivos programas
electorales, desde la certeza de que esos programas son como las enciclopedias:
algo que nadie se toma la molestia de consultar, de modo que han optado por suplir
los programas con eslóganes promocionales, el razonamiento ideológico con fotos
retocadas y el debate con trifulcas.
De aquí a unos
días, ellos estarán hartos de la campaña y nosotros estaremos hartos de ellos.
Pero, mientras tanto, y en la medida de lo posible, disfrutemos de la fiesta.
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3 comentarios:
A mediados de los años 90, vi a mis padres emocionados por primera vez después de varios años de unas relaciones difíciles conmigo. Pero aquel día le brillaban los ojos, iban a comprar un traje, a su hijo si, el que parecía un vagabundo sin miseria o algo peor. El motivo, un impactante contrato mercantil en una empresa dedicada al mundo editorial. Lo que en cristiano viene a significar, que iba a ir de pueblo en pueblo y barrio a barrio intentando endosar la enciclopedia de turno a esas familias andaluzas que vivían en la protohistoria. Nunca he visto en mi vida manera más rápida de ascender en una escala laboral: el primer día ibas de acompañante de un experto y ahí aprendías las tácticas y estrategias para que te invitaran a entrar en la casa, a ser posible quedar para tomar el café era lo más; el segundo día soltabas amarras y te lanzabas a vender, eso sí, siempre acompañado, en pareja como la guardia civil; y al tercer día, ¿milagro?, ya eras un maestro y te asignaban un novato. La experiencia duró una impactante semana, las cosas que viví en esas protochozas andaluzas sin enciclopedia me dejaron unas imágenes que no podré olvidar. Entre todas, las de aquella madre joven, no mucho mayor que yo en aquel momento, que me hizo acompañarla al cuarto de baño porque estaba cambiando pañales. Ella quería algo mejor para sus hijos, por eso me escuchó con atención y estaba dispuesta a comprar ese salvavidas en forma de enciclopedia para que su descendencia no tuviera que soportar el infierno que intuí, ya que tuve que levantarme apresuradamente de mi silla tan peculiar porque cuando ella cayó en la cuenta de la hora que era, solo pude oír, ¡mi marido va a volver, por favor vete!. Podría ser una anécdota divertida, pero debajo de este episodio tan sur_realista de mi vida había mucho sufrimiento. Nunca vendí una enciclopedia, y espero que esos hijos salieran adelante en la vida, a pesar de crecer sin una enciclopedia. Un saludo y enhorabuena por El azar y viceversa, que tocó lo que parecieron ser fibras sensibles que aún me quedan por ahí dentro. Gracias
Me ha encantado David
Gracias!! En todo caso, gracias a Felipe que es el que me ha inspirado a contar estos acaeceres sureños. Un saludo
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