(Publicado el sábado en prensa)
La superstición del nacionalismo
se compone de muchos elementos, y el del irracionalismo no es secundario en esa
fórmula que puede resultar explosiva, según nos ilustra el curso de la
historia.
Aquí,
como andamos ahora en eso, y como somos como somos, la pugna está entre el
micronacionalismo y el macronacionalismo, que son dos unidades de medida
diferentes y dos medidas ideológicas idénticas, al sustentarse ambas en una
misma sugestión: el fervor patriótico como fundamento político, cuando no como sustitutivo de cualquier fundamento político.
No creo que
nadie esté convencido de que la invocación a la
unidad de la patria vaya a neutralizar la invocación a la independencia, entre
otras razones porque el independentismo no representa una crisis resoluble,
sino una meta irrenunciable, de modo que el suyo es un argumento inamovible,
como los dogmas.
Por eso, cuando el gobierno ahora en funciones se propuso
dialogar con los independentistas catalanes estaba cumpliendo con su deber de
gestionar un conflicto de alcance estatal, pero sabía de sobra que el diálogo
estaba viciado desde su raíz, pues poco puede dialogarse con quien se sitúa de
entrada no sólo en el soliloquio ensimismado, sino también en el monólogo
inobjetable.
Hasta tal punto es inobjetable ese monólogo que los partidos
independentistas decidieron votar en contra de unos presupuestos generales no
porque les parecieran deficientes, sino por el derecho parlamentario a la
pataleta pueril, pues si de algo andan sobrados nuestros políticos es de
infantilismo, que hasta vértigo da en ocasiones el que la gestión del país esté
en manos de unas mentes tan simples y a la vez tan resabiadas.
La
estrategia de combatir el micronacionalismo con el macronacionalismo no sólo
resulta fallida de antemano, sino que acaba fortaleciendo lo que pretende
debilitar. Solapar una bandera con otra tiene como resultado la potenciación de
la bandera agraviada. Si absurdo resulta rebatir unos argumentos con otros
argumentos que varían en la forma pero no en el fondo, desmontar las fantasías
independentistas con fantasías unionistas es empeño inútil: una guerra entre
entelequias.
Entre
tantas banderas y tantas patrias, entre afrentas y retos, estamos diluyendo el concepto
que nos articula: el de Estado, no como entidad abstracta, ni siquiera como
realidad derivada de un devenir histórico, sino como estructura garantista de la
aspiración a un funcionamiento social equilibrado. Las banderas y las patrias
no sólo son nociones extremadamente manipulables, sino que además tienden a promover
jerarquías excluyentes, en tanto que el de Estado es un concepto inclusivo, el
que nos acoge a todos al margen de nuestras quimeras telúricas e identitarias.
Al margen, en fin, de ese cupo de irracionalidad que tendemos a aplicar a
nuestra convivencia, que de por sí es conflictiva, de acuerdo, pero que lo que
menos necesita son conflictos artificiales.
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2 comentarios:
Existe una sobredimensión de los Derechos, más que de los derechos, de la necesidad individual convertida en Derecho Universal y, naturalmente, de la opinión como argumento único o final. Riase usted de los procesos del conocimiento, de la formación de ideas, de estructura de pensamiento, de la lógica científica o natural porque el final no hay razón, tan sólo, parafraseando a dos talentos como Hernández y Fernández, "esta es mi opinión; yo aún diria más: esta es mi opinión y yo la comparto". Y así nos va...
Un nacionalista es alguien contra otro pero por definición, como en política siempre hay pugna no fue de extrañar el juego de pactos en el pasado entre el bipartidismo y los partidos nacionalistas, generando un orden dirigido finalmente al caos de la corrupción y del separatismo. La irrupción de un nacionalismo españolista casi es lógico, aunque no es la solución, contribuye al caos; la democracia es ahora un juego de malabares de más de dos bolas y de cuatro en el que aún no está definido quienes forman el grupo definitivo del orden alternante, si es que va a seguir siendo posible; todas las tesis serán necesarias, incluso las falsas, para controlar posibles desquicios desde la razón de las demás y nunca más personalismos ni caciquismos como los del molt honorable ni anulaciones de la época de Aznar. Hay que tener en todo caso bien despejado el retrovisor y huir del concepto de ganador.
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