(Publicado el sábado en prensa)
El concepto de “libertad de
expresión” está sujeto a la libertad de expresiones de todo tipo, en ocasiones
hasta el extremo paradójico de que alguien disponga de libertad de expresión para
quejarse de la falta de libertad de expresión, lo que no deja de ser una buena
noticia dentro de una mala noticia.
En estos días,
se han confabulado tres anécdotas que algunos han interpretado como síntomas de
un proceso involutivo encaminado a la reinstauración de la censura: el secuestro
cautelar de un libro, la retirada de unas fotografías en una feria de arte y la
orden de prisión para un rapero. Tres anécdotas que muchos han ascendido al
rango de categoría mediante la aplicación del discurso del lamento melodramático: según
parece, ya nadie puede decir que nuestro gobierno está sostenido por un partido
corrupto, que la monarquía es un ornamento anacrónico o que el alcalde de su
pueblo es un inepto. Se acabó, al parecer, la diversión.
Bien. Veamos…
Si
en un libro ensayístico se ofrecen unos datos y alguien –así sea el enemigo
público número uno- se considera perjudicado por la difusión de esos datos, al
considerarlos inveraces o inverificables, está en su derecho de exigir
responsabilidades civiles o penales al autor, lo que, lejos de suponer una
traba para la libertad de expresión, representa una garantía para la seriedad
de la información. En este caso, para que la retirada del libro del mercado sea
efectiva, el denunciante –que tan mala espina da- está obligado a depositar una
fianza de 10.000 euros para hacer frente al posible perjuicio que pueda
ocasionar al denunciado. ¿Medidas propias de un estado de derecho o censura
turca?
La
retirada de unas fotografías anodinas, obra de un provocador profesionalizado,
tiene menos pinta de ser una conjura ideada por los oscuros poderes represores
que la decisión personal, absurda, servil, pazguata y timorata de un directivo
de Ifema en el contexto de una feria de arte en la que curiosamente nunca se ha
hecho ascos a la provocación, al ser la provocación no sólo gratuita, sino por
lo general también rentable: las obras retiradas se han vendido por 80.000
euros.
Tras
equiparar su arte al de Picasso, el rapero que tiene tatuado un kalashnikov en el
antebrazo y que va a ir a prisión por decir unas barbaridades menos
cercanas a una ideología política identificable que a una psicosis tipificable,
se ha arriesgado a anunciar que su caso es el signo apocalíptico del fin de las
libertades colectivas, basadas al parecer en la defensa del asesinato como
método de redención social.
Resumiendo:
lo del libro es una decisión judicial, tan severa y tan discutible como tantas
otras, y ya veremos en qué queda, pues de momento la única consecuencia ha sido
que el libro en cuestión se convierta en un bestseller, que es algo que a casi
ningún libro le viene mal; lo de las fotos, no va mucho más allá de una estrafalaria
metedura de pata con efecto de rebote, y lo del rapero… bueno, eso admite tal
vez otros matices. Al haber por medio una pena de prisión, no faltan quienes
denuncian que su condena implica una regresión y una amenaza para la creación
artística. Bien. Lo de otorgar a las creaciones de tal rapero una dimensión
artística sería discutible, pero lo de la regresión no: hace cosa de unos 20
años, los humoristas televisivos nos deleitaban con chistes de tullidos, de
maricas y de tartamudos, por ejemplo. Hoy no nos hacen tanta gracia. Porque hay
regresiones que son en realidad evoluciones.
De modo que no
nos liemos más de la cuenta en nombre de la libertad.
.
1 comentario:
Chapeau !
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