lunes, 6 de marzo de 2017

HEROÍSMO DE SALÓN

(Publicado el sábado en prensa)



Antes, si aspirabas a independizar tu territorio o a anexionarte un territorio ajeno, el asunto dependía de tu potencial bélico y de tu habilidad estratégica para gestionarlo, y mejor si te llamabas Cayo Julio César que si te limitabas a ser el sargento Perico. En nuestros días, las cosas han cambiado por fortuna bastante, al menos en algunas zonas del planeta, incluida por supuesto Cataluña, donde la derecha independentista, en vez de arrugarse el traje a medida con una canana, ha optado por la sabiduría cívica de exorcizar cualquier posibilidad de confrontación cruenta gracias a un discurso fraternal: “El infierno son los otros”. Y es que los alardes de heroísmo retórico resultan muy confortables, y no digamos si la retórica se complementa con la escenografía, ya sea desfilando hacia un juzgado con expresión de mártir feliz, un poco a lo Juana de Arco, arropado por una multitud compungida, según hemos tenido la suerte de ver al señor Mas; ya sea chuleando a un tribunal con modales de antisistema de guante blanco, según hemos visto al señor Homs. Es una de las ventajas que ofrece un Estado de Derecho: la opción de saltarte a la garrocha tanto el concepto de “estado” como el concepto de “derecho”, con la garantía jurídica de que no va a pasarte gran cosa. 

            Según un dicho norteamericano, basta con izar una bandera para que al momento haya gente dispuesta a saludarla con ese fervor peculiar que promueven las banderas, al ser símbolos que tienden a sustentarse en unas efusiones irracionales y primarias. Hay banderas, en suma, no sólo para todos los gustos, sino también para todos los sinsentidos, con el problema añadido de que las banderas, al igual que los infortunios, nunca vienen solas. Banderas aparte, la realidad, al ser poliédrica, admite de buen grado el hecho de que se convoque en una plaza pública a 3.448 personas en contra del sacrificio de los pollos y que una hora más tarde se convoque en el mismo sitio a otras 3.448 personas a favor del pollo en pepitoria, de lo cual cabría deducir que cualquier contrato social exige la armonización de intereses contrarios antes que la imposición de intereses parciales. Barajar, en suma, opciones diversificadas de realidad.

Los avances en las investigaciones neurológicas nos indican algo que los políticos parecen saber desde hace siglos: que nuestra percepción de los fenómenos del mundo, incluso los tenidos por más evidentes, no es ni mucho menos unánime y que, por tanto, apenas hay posibilidad de convencer a alguien de que no ve lo que cree ver ni de que dude de lo que cree creer, puesto que nuestros mecanismos mentales tienden a la obcecación, al dogma y al fanatismo. Y eso sirve tanto para una convicción religiosa como para una sugestión patriótica, al sustentarse ambas en el territorio de lo sagrado; es decir, en un ámbito de pensamiento en que la razón está supeditada al hechizo.

            La convocatoria de un referéndum independentista en Cataluña no tiene nada de alarmante, a pesar de que sus promotores lo ganarán aunque lo pierdan, puesto que su lógica se fundamenta menos en el presente que en el futuro. (“Esto es sólo un primer paso”.) Lo alarmante es tal vez la propaganda con que se oferta: esa futura Cataluña que sería “una Dinamarca mediterránea, con buenos trabajos, salarios justos, desempleo bajo, una economía abierta y un Estado de bienestar fuerte”, según la profecía de teletubbie que ha ofrecido Artur Mas, pasando por alto el hecho de que siempre hay algo –como poco un 3%- que huele a podrido en Dinamarca.



1 comentario:

Riberaine dijo...

En otro siglo ,estos ya habrían lanzado al pueblo a una masacre ,hoy en día lo tienen más difícil .