domingo, 6 de marzo de 2016

POLÍTICA CAPILAR



La de político es una profesión de alto riesgo: incluso un bote de gomina puede convertirse en un enemigo imprevisto. La noticia es ya antigua, de hace más de una semana, pero les confieso que sigue rondándome: en un momento de iluminación gubernativa y de dandismo ingobernable, el alcalde de Zaragoza tuvo la ocurrencia de mezclar la política con la cosmética y cargó al consistorio el gasto de un bote de gomina, con el argumento de que tiene que estar “presentable y decente”, sin pararse tal vez a pensar que la condición de “presentable” es de orden estético y que la condición de “decente” es un atributo de orden moral que poco tiene que ver la gomina. 

Como no suele haber desmán sin precedente, al ser nuestro mundo un lugar muy viejo y muy baqueteado, ya en 1998 el entonces alcalde de León, del PP, endosó al Ayuntamiento una factura de 13,82 euros por cinco botes de ese mismo producto. El de Zaragoza en Común ha cargado 15,90 euros por un solo bote, lo que nos da idea no sólo de lo que ha subido de precio la gomina, sino también de lo poco que ha subido el sentido común de nuestros gobernantes. Hay que reconocer, en su descargo, que el alcalde maño ha alegado que ha pagado de su bolsillo el cepillo de dientes que tiene en las dependencias oficiales, e incluso se ha mostrado dispuesto a someterse al martirio económico de pagarse el papel higiénico. Eso está bien, pero no hay que llegar a tanto, siquiera sea para no mezclar la cabeza con el culo, por mucho que a veces no sepamos de cuál de ambos sitios ha salido una decisión municipal.

            En un país en que el grado de corrupción se cuenta por miles de millones de euros, lo del bote de gomina no pasa de ser una humorada, con su punto incluso de ternura ingenua: la gomina como complemento indispensable de la alcaldía. (“Porque yo lo valgo”.) Pero hay ocasiones en que la corrupción no se cuenta en billetes, sino en alteraciones del pensamiento: si un alcalde considera que el gasto en gomina está “plenamente justificado”, tiene un problema de apariencia ridícula, pero de esencia grave: ignorar los límites de lo personal y de lo público. Y ahí suelen empezar los líos, ya sea para cobrar una comisión del 3% o para cargar como gasto institucional un bote de fijador.

            Siempre será preferible que nuestros políticos nos sisen gomina en vez de carretadas de dinero, por mucha que sea a estas alturas nuestra resignación con respecto a lo segundo. Pero sería de agradecer que quienes se postulan como gobernantes lo hagan desde una reflexión previa, una reflexión en la que lleguen a plantearse, desde un plano metafísico, si la gomina es o no un componente municipal, y de ahí para arriba. Y es que, con lo complicada que es la vida de por sí, no podemos estar alimentando la sospecha cada vez que veamos a un alcalde con el pelo engominado. Una sospecha incolora y pegajosa. Con su brillo presuntamente delator.

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1 comentario:

Laro Pop dijo...

Todos los corruptos quieren ser políticos y suelen ser hijos y nietos de corruptos, han heredado el cromosoma Y cargado de corrupción y avaricia.
Un politico debería presentar un pasaporte genetico que demostrara la inocencia ancestral, hay corruptos que se hacen pero la mayoría nacen con su diabolico don.