(Publicado ayer en prensa)
Para postularse como presidente
de un país hay que tener un concepto muy alto de uno mismo. También cabe la
posibilidad de que se tenga un concepto muy bajo del país, aunque eso suele
mantenerse en secreto. En la valoración positiva de uno mismo hay grados, como
en casi todo: desde la simple autoestima hasta la compleja egolatría, que viene
a ser algo así como la interpretación barroca y sinfónica del yo, pasando por
todos los matices que se nos ocurran, que sin duda no serán escasos. Por ejemplo,
cuando Pablo Iglesias concedió una entrevista televisiva en su casa y recibió
con la melena suelta a la periodista, le dijo: “Muy poca gente me ha visto con
el pelo suelto. Eres una privilegiada”, y ahí delató más cosas de la cuenta. Desde
entonces, ha concedido al país otros privilegios; entre ellos, el de
desmelenarse simbólicamente en el Congreso para tildar de asesino al
expresidente González o el de brindar al tendido de sol un Gobierno mixto con
el PSOE a espaldas del PSOE. Y es que, cuando el ego se amplifica y se desata,
ni siquiera el gestor del ego acierta a controlarlo, al ser su registro natural
el del énfasis y la demasía, con los riesgos que conlleva esa acentuación
orgullosa de la identidad.
Hace
unos días, Iglesias difundió una carta abierta, de entonación apostólica, a los
militantes de Podemos. Su reclamo resultaba tan desconcertante como prometedor:
“Defender la belleza”, que parece el lema de un certamen de Miss Universo o el
título de la proclama estética de un poeta del romanticismo británico. En esa carta
pastoral en versión laica se nos revela la condición de esa “belleza”, a saber:
“Ninguna formación cuenta hoy con el tesoro con el que cuenta Podemos: la
ilusión por la belleza de lo que estamos construyendo”. No sabe uno si la aplicación
del concepto de “belleza” a un proyecto político resulta adecuada. Posiblemente
no, pero, en su carta de tono henchido y a la vez delicuescente, Iglesias tiene
el arrojo –sin duda involuntario- de incorporar a la política un componente
inédito: la cursilería, que es un defecto que los cursis suelen considerar una
virtud. Bien es verdad que algunos políticos nacionalistas tienden a adornar su
discurso con elementos líricos referidos a la patria oprimida, a las
emanaciones telúricas y todo eso, pero la cursilería, ya digo, puede
considerarse una innovación, y les confieso que no me parece mal: el cursi
puede mentir, pero nunca engaña, sobre todo si, como es el caso, acierta a
contrapesar sus empalagos con una actitud de visionario iracundo.
No puede uno
saber si esa especie de bipolaridad responde a una personalidad compleja o a
una personalidad calculada, pero, en cualquier caso, tanto da: la suya es la
antigua fórmula del mesías que promete paraísos a la vez que amenaza con
infiernos, que promueve mensajes edulcorados a la vez que chasquea el látigo
para expulsar del templo a los mercaderes, sin la excepción –si se tercia- de
sus correligionarios. Y es que hay algo de líder religioso en este líder
político, y de ahí tal vez buena parte de su éxito, basado en el prestigio
irracional de la promesa de una redención comunitaria de carácter expeditivo,
sin renunciar siquiera a arrogarse el mayor martirio de todos los posibles: “En
la historia reciente de España, jamás una fuerza política recibió tantos
ataques”, que es algo que no sólo desmentirían las hemerotecas, sino también
otros factores más abstractos: la lógica, la verdad y el sentido común.
Hay
demócratas peligrosos que consideran un peligro democrático a Iglesias y a los
suyos. No. Qué disparate. El peligro sería que la sugestión colectiva, que de
por sí puede ser bastante voluble, cayese del lado de la extrema derecha, que
también promete paraísos, normalmente –y ahí está lo peligroso- sobre las
ruinas de los paraísos frustrados.
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2 comentarios:
Gracias a Podemos no hay jaris en las calles, y se ha frenado la corrupción de forma espectacular, estoy seguro propiciaran la presidencia a Sanchez, el país está destinado a ser ingobernable y el camino se hace al andar, Audacia es el juego, Robert Stack y Tony Franciosa,
Pues sí, mesiánico, con ramalazos totalitarios,y encima cursi. ¡Que Panorama desde el puente!,sin Raf Vallone ni Jean Sorel.
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