(Publicado ayer en prensa)
El pronóstico de Antonio Machado
parece seguir vigente: una de las dos Españas puede helarnos el corazón, sobre
todo si resulta que la otra España está que arde. El problema –o el consuelo,
según se mire- es que las dos Españas son al menos tres: la tercera en
discordia sería esa España boquiabierta que observa a las dos Españas
tradicionales, las de las banderas y los himnos antagónicos, las de las
abstracciones en pugna, ya que cualquier forma de patriotismo tiene una vocación
intimidatoria: por clarividencia infusa, el patriota intenta convertir su parte
en el todo y hacer que su cuota de realidad privada se imponga a la realidad
colectiva, que paradójicamente nunca es colectiva. Entre quien besa una bandera
y quien escupe sobre esa misma bandera no hay tanto una disconformidad
ideológica de fondo como un desajuste de forma, pues la sugestión simbólica es
idéntica: la bandera como cosa en sí. Todo el que escupe sobre una bandera
acaba besando, en definitiva, otra bandera.
Estamos en el
momento de los discursos heroicos, y eso casi nunca es buena señal, ya que quien
recurre a la retórica del heroísmo no sólo se cree un héroe, sino que además
está exigiendo adhesiones inquebrantables a su ensueño. (Estamos también en el
momento de la retrohistoria, de las interpretaciones del pasado a capricho y conveniencia,
y eso es tal vez una señal aún peor, a pesar de ser muy divertida: el día menos
pensado alguien nos dirá que el homo
erectus, cuando atacaba en grupo a un mamut, estaba practicando una forma
de salvajismo tan censurable como la de los partícipes en el festejo del Toro
de la Vega. Tiempo
al tiempo.) En esta España de Españas conviene que seamos juiciosos ante la
proliferación fervorosa de fantasías patrióticas de cualquier signo, dado que
toda identidad presuntamente colectiva necesita un antagonista para definirse, entre
otros motivos porque una identidad mancomunada no es nada por sí sola. Quienes
anteponen el concepto de “estado” al concepto de “patria” entienden que se
trata de nociones que suelen ir en tangente; en cambio, quienes invierten los
términos tienden a considerar que ambos conceptos son inseparables. A fin de
cuentas, quien defiende el concepto de “estado” está defendiendo un modelo de
funcionamiento social; quien defiende una patria, por el contrario, no sabemos
con exactitud qué pretende defender, ni contra quién, y es posible que el
patriota tampoco lo tenga muy claro.
Entre la defensa de la sanidad y la
enseñanza públicas y la defensa efusiva del apóstol Santiago o de Wifredo el
Velloso existe, en fin, una ligera diferencia. No son defensas incompatibles,
desde luego, pero creo que estaremos de acuerdo en que el beneficio que nos
reporta cada cual sugiere prioridades. ¿Pero cómo se combaten las leyendas?
.
3 comentarios:
¡Muchas gracias, Felipe!
Me sumo al agradecimiento.
Sin Cataluña se acabó España, casos similares han acabado siempre en conflictos bélicos, eso es lo que hay que evitar, lo demás es marear la perdiz. Ser español y declararse patriota no es para que cunda el pánico, ni para presumir que quien lo hace es una mala persona, prejuzgar sentimientos te hace errar,la patria es una condición humana
Ucrania está cerca, como español no deseo que Cataluña sea un Donest, y la gente humilde no podemos aceptar la ruina que supone un jaque mate, somos humanos, no privilegiados ni corruptos, ni sectarios, ni abandonaremos a nuestros compatriotas a su suerte, cada uno responde de su honor y su libertad con todo, son los dones máximos
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