La política española tiene algo
de noche de los muertos vivientes, pero a veces se nos alegra con algunos
toques de Alicia en el País de las Maravillas.
Como ustedes saben, una
concejala del Ayuntamiento de Castilleja de la Cuesta ha tenido que irse a
vivir a Chicago, circunstancia dramática que la ha llevado a solicitar que el
consistorio le pague los billetes de avión para poder desplazarse a los plenos
y a cuantas reuniones exijan el concurso de su arbitrio y perspicacia.
La
gente, que no tiene arreglo, se ha echado las manos a la cabeza, mostrando una
vez más su insensibilidad humanitaria ante los problemas que padecen nuestros
políticos. Hay quien dice que cómo van a pagarse con dinero público esos
desplazamientos, lo que parece sugerir la alternativa de que sea ella misma
quien los abone, sin pararse a pensar en el quebranto que eso supondría para
las arcas domésticas de la concejala. Hay quien alega que no se puede ser
concejal de Castilleja de la
Cuesta, en la provincia de Sevilla, si vives en Chicago, allá
en el estado de Illinois, pasando por alto el hecho de que hoy en día existen
no sólo las videoconferencias, sino también los hologramas: si podemos reconstruir
holográficamente la imagen en movimiento del difunto Michael Jackson, no
entiende uno cómo no vamos a poder ver la imagen virtual de una concejala de
Castilleja en el fragor de un pleno municipal. Hay quien reclama que la
concejala emigrante entregue su acta y ceda su sillón a alguien que viva un poco
más cerca de Castilleja, como si eso de dejar un cargo público fuese tan fácil,
por lo que implica de traición al sector del pueblo soberano (582 votos) que
depositó en ella sus anhelos, según ha manifestado la propia interesada.
No
me consta si la concejala itinerante anunció en su programa electoral que
pensaba mudarse a Chicago. Seguramente sí, porque los políticos no suelen
ocultarnos ninguna información, de modo que la gente sabe siempre lo que vota.
Se menosprecia, además, el cosmopolitismo que aportaría al pueblo de Castilleja
el hecho de tener un representante en Chicago, y se descarta de antemano una
opción tan razonable como la de promover un intercambio de concejales –a la
manera de los estudiantiles- entre Chicago y Castilleja de la Cuesta.
No
sé. Estamos liando las cosas. En un mundo globalizado, no tiene nada de
excepcional que nuestros concejales vivan donde quieran o donde puedan, así sea
a 6.737 kilómetros
de distancia, que es la existente entre la capital norteamericana y el
municipio sevillano. Es más: me atrevería a decir que esa distancia hace que
los problemas municipales se vean con mayor perspectiva y lucidez, sin el
inconveniente de la cercanía, que muchas veces ofusca. Todos nuestros políticos
deberían vivir en realidad en Chicago. En el supuesto, claro está, de que no
estén viviendo allí desde hace mucho tiempo.
(Publicado ayer en prensa)
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