lunes, 12 de octubre de 2009

EL LEVANTE


No puede decirse que sea traicionero ni que venga de improviso, porque su presencia se siente antes de llegar, se barrunta, y en eso se parece mucho a un mal presentimiento. El viento de levante. El viento malhumorado, el viento del malhumor. Un viento que manda por delante su fantasma antes de romper, antes de ulular, antes de trastornar las vidas y las cosas. Salta el levante y nos convertimos en Mister Hyde, porque nuestro carácter se crispa y se ensombrece. Nos volvemos susceptibles, irritables y hoscos, arrastrando una jaqueca sin alivio posible, porque ese viento malhechor se nos mete en la cabeza y nos corroe la mente, igual que esos animales maléficos venidos de otra galaxia en las películas de ciencia-ficción.

Y qué flojo y de trapo se pone uno, con esa sensación de gran reseca, de una resaca sin fiesta previa, que es lo peor de todo. Y qué rara se pone la luz, oleosa y densa, de color oro sucio. Y qué grávido el cielo, en el que las gaviotas planean estáticas, lo mismo que cometas, sin mover las alas, como si las hubiesen disecado en pleno vuelo. Y cuánta arena volandera que busca ojos desprevenidos. Y qué turbio el mar, verdoso y encrespado. Y si es verano, qué calor.

No entiende uno cómo a ningún laboratorio farmacéutico le ha dado todavía por comercializar un medicamento que palie los efectos del levante. Unas pastillas. Un jarabe siquiera. Un supositorio. O una lavativa incluso, porque uno estaría dispuesto a cualquier cosa con tal de librarse de la sintomatología de las levanteras apocalípticas que nos azotan en sentido literal, porque es un viento con vocación de látigo. Sería estupendo llegar a la farmacia y pedir un bote de Levantex, o una caja de Levantrox, o un frasco de Levantur, o de Levantinell, o de Levantalgin, o de algo parecido, porque mucho me temo que los encargados de poner nombres a las medicinas son lectores entusiastas de Tolkein.

No sé yo por qué ningún organismo de la Junta de Andalucía otorga becas para la investigación de un remedio contra los daños colaterales que provoca el levante entre la población, entre los que tal vez no se cuente el del absentismo laboral, pero sí desde luego el del encabronamiento laboral: a ver quién tiene el valor de ir en un día de levante fuerte a la oficina de la Gerencia de Urbanismo de mi pueblo, pongamos por caso, para tramitar una licencia de obras con un funcionario que yo me sé. Y así en todas partes, supongo, porque el levante no es sólo un viento, sino también una epidemia moral de malas pulgas, de abatimiento metafísico, de decaimiento físico, de amargura caprichosa, de cefaleas agudas y de schopenhauerismo.

¿Cómo sería la vida sin levante? Ah, qué quimera. Qué ganas de soñar un paraíso imposible, qué ganas de fantasear a costa de lo inverosímil. Estás sentado en la terraza, disfrutando del poniente, que es aquí un viento civilizado, dentro de lo civilizado que puede ser un viento, y de repente todo se calma, y algo empieza a resonar dentro de tu cabeza como una música de agujas. “Mañana, levante”. Porque esa calma es su tarjeta de visita, el aviso de una hecatombe invisible. Y vete preparando.


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9 comentarios:

Mcartney dijo...

La mar y sus avatares me son tan extraños como un bolígrafo a una codorniz.

Imagino que puede tener que ver con el hecho de levantarse de la cama, que para muchos de nosotros es una tortura inquisitoria.

Qué flipe Felipe.

Javier Sánchez Menéndez dijo...

El levante es necesario para poder vivir, para escribir.

El poniente relaja.

Interesante entrada.

Sólo digo una cosa dijo...

Un nombre de medicamento bien puesto puede tener más propiedades que su propia composición, creo yo. La calma que da leer «trankimazin» - con su contundente «k» y su pacífica «z»- no la proporciona su genérico, «alprazolam», ni de coña. (Y Sanidad lo sabe.)

Es un placer leerle,

Vir

Microalgo dijo...

Uh, no sé, Maese Benítez. El levante tiene sus cosas buenas. Si no fuera por él tendríamos setas creciéndonos en las orejas.

Además, despeja mucho la costa... de turistas salvajes, que de otro modo habrían convertido el litoral gaditano en una Marbella chunga más.

En fin, que a mí me gusta ese viento majara.

Rafa Cantal dijo...

Ummm, eeessstooo...

El "LEVANTE" sopla DESDE o HACIA levante...

(es que nunca me aclaro: soy de secano...)

blog dijo...

Gracias por los comentarios.

Sí, desde luego: el levante es necesario para mantener el equilibrio meteorológico, aunque me parece innecesario para todo lo demás.

Tan necesario como las epidemias, como los terremotos o como la muerte, para que el planeta funcione.

Como no hay nada en este mundo que no disponga de partidarios, conozco a gente que es partidaria del levante -que sopla desde levante, Rafa.

veraneante dijo...

Vamos, don Felipe, no se ponga usted así ¿Qué sería de los locos sin la excusa del viento? "No fui yo, fue el levante..." (o la tramontana o el bora o el viento que te haya tocado en esta vida, que esa es otra) ¡Tendríamos que dar explicaciones prácticamente por todo! Entiendanos, hombre.

Saludos a todos.

blog dijo...

Gracias por la llamada al sosiego, Veraneante.
Supongo que se percibía irritación en mi entrada. No era mi intención. Sólo quería ser un poco humorístico.
Será que desde ayer está soplando aquí un levante que parece venido desde el infierno en vez del levante propiamente dicho. (La excusa del levante,en efecto.)

Manuel G. dijo...

Te dió una levantera.

Yo también vivo en el reino del Levante. La levantera a mi me causa una flojera tremenda, como si la tensión se me callera al suelo; y también, muchas veces, sin caer en la cuenta, uno lo ve todo negro.

Tiene al menos una ventaja. Ya uno piensa al rato: "es que hay levante", y entonces sabes que el mundo, no es que sea tan malo, es que te está afectando el levante. Menos mal.

Es bastante curioso, sabes que tu estado de ánimo es algo diferente de tus asuntos y problemas, que viene más bien con el viento.

Las conversaciones de la gente sobre las dolencias que produce el viento, resultan fascinantes. Los dolores, las penas, las flojeras... dolencias del alma que aquí quizás no sean una cosa tan negra, profunda e irresoluble como puedan ser en otros lugares del mundo; más bien se habla de ellas constantemente, son tema cotidiano de conversación, se expresan como asuntos más epidérmicos, corporales y variables, según ese Levante, que las trae y las lleva. Aquí los problemas existenciales y metafísicos no te matan como a los suecos.