(Publicado ayer en prensa)
Ayer se clausuró en Arequipa el X
Congreso Internacional de la Lengua Española y piensa uno que en la
programación académica hubiese encajado un coloquio entre Ábalos y Koldo en
torno al uso del lenguaje figurado como maniobra de despiste y al empleo de la
metáfora como recurso delictivo, habilidad que les atribuyen la UCO, los
jueces, los fiscales, los periodistas y todo el país, salvo ellos dos.
En cualquier
caso, sean inocentes o culpables, hubiese estado bien que dilucidaran filológicamente
ante la comunidad filológica el empleo del término “chistorra” para referirse a
los billetes de 500 euros en el mundo específico del hampa de guante blanco,
que ellos parecen conocer bien, al menos de oídas, así como que ofrecieran su
hipótesis sobre detalles más concretos: ¿por qué identificar el color morado de
esos billetes con la chistorra, que es rojiza, y no con la remolacha, pongamos
por caso?
Como es
natural, ambos niegan que, cuando hablaban de chistorras, hablasen de billetes,
y no hay motivo para dudar de su palabra, a pesar de que los indicios pueden indicar
que algo raro había. Sea como sea, yo al menos creo en su inocencia, convencido
de que lo suyo no era un entramado criminal, sino un mero juego literario que
se traían entre ellos.
Por ejemplo,
si Koldo avisa en el año 2019 a su entonces mujer de que ha conseguido 2000
chistorras, hay que ser un poco enrevesado para suponer que se trata de 2000
billetes de 500, ya que lo normal es que si a una persona le gusta la
chistorra, la compre por miles, no por unidades, y más aún si tiene previsto
organizar una barbacoa. De modo que por ese lado bien, aunque una maliciosa voz
mental nos susurre que el consumo de tanta chistorra no puede ser bueno, entre
otras razones por lo de las grasas saturadas. En cualquier caso, tanto Ábalos
como Koldo, ante la suspicacia popular y judicial, se han acogido al “Me gusta
la fruta” de Ayuso, convenientemente transformado en “Me gusta la chistorra”, y
todo arreglado.
Chistorras
aparte, la UCO da por hecho que cuando hablaban de “lechugas” se referían a los
billetes de 100, que son verdes como los cogollos de Tudela. No sé yo, la
verdad. Igual es que a los dos les gusta la lechuga, a pesar de que la
Naturaleza no creó la lechuga para que gustase a los humanos, que únicamente la
comemos por tomar algo verde que compense el consumo masivo de chistorra, no
porque nos agrade. Ni siquiera en la poesía bucólica encontramos una sola
mención a la lechuga, por no ser verdura de prestigio lírico, sino un producto
que rechinaría en los prados amenos de Garcilaso de la Vega.
Por lo demás,
los billetes de 200 euros serían presumiblemente “soles” en la presumible jerga
privada de nuestros dos prohombres. Y eso sí es poético: 200 euros como 200
soles.
Ay, el maldito
parné.
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