(Publicado en prensa)
A punto de iniciar sus vacaciones
veraniegas, algunos políticos tuvieron un sobresalto, seguido de un episodio de
pavor, aunque afortunadamente resuelto en la mayoría de los casos con una
rectificación urgente de su currículo oficial, ya que han sido pocos los
dimisionarios a causa de sus fraudes académicos. Era sencillo: se corrige la
mentira y deja de ser mentira. Es el peligro, en fin, que tienen los
currículos, sobre todo en ese gremio: que te vienes arriba cuando redactas el
tuyo, ya que nadie se encarga de verificarlo, y se te desata la fantasía, de
manera que acabas otorgándote grados imaginarios, másteres ficticios y magnificando
con una titulación rimbombante un cursillo de tres días.
Al
fin y al cabo, ¿qué más da? Como dijo la ministra de Ciencia, Innovación y
Universidades –precisamente de universidades- ante un caso de falseamiento
curricular que tuvo como consecuencia la dimisión del afectado: “Es un gesto
que le honra”. Y ahí ya las cosas se complican un poco: ¿te honra dimitir
porque no tienes más remedio que dimitir?, ¿te honra haber mentido?, ¿es honrosa
la deshonra?
Por
su parte, la parlamentaria que desencadenó este curioso episodio con un
currículo no ya fantástico, sino delirante, presumió de rigor moral tras haber
dimitido al ser descubierta su falsía, aunque sin especificar si hubiese
dimitido motu proprio de no haber sido descubierta. Ignoro si, según los
parámetros de la ministra, su dimisión también le honra. Supongo que sí, ya
que, al parecer, no hay nada más honroso que dimitir cuando se evidencia tu
deshonra.
Lo
que no acaba uno de entender, más allá de las debilidades consustanciales a la
condición humana, es qué pretenden estos políticos con el falseamiento de sus
méritos: ¿apabullar a la ciudadanía con medallas de hojalata?, ¿garantizar su
eficacia con cualificaciones imaginarias que además no tienen nada que ver con
la gestión pública?, ¿acreditar su valía personal desde el complejo de ser un
mundundi? Quién sabe. Es un colectivo peculiar, con sus razones insondables y
específicas.
Al
comienzo de la implantación de las redes sociales, mucha gente, en su perfil,
optaba por la melancólica cursilería de precisar que había estudiado en la
Universidad de la Vida, lo que venía a suplir la circunstancia de no haber
estudiado en universidad alguna. No es la alternativa idónea, pero me atrevería
a sugerir a algunos políticos que opten por esa fórmula, en la seguridad de que
les evitará muchos líos.
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