domingo, 15 de junio de 2025

EL ENTE SUPERIOR

 (Publicado en prensa)


Una de las debilidades esenciales de cualquier partido político es que los seductores cantos de sirenas y los edulcorados cuentos de hadas que conforman su ideario teórico tienen que llevarlos a la práctica personas de carne y hueso, lo que no es obstáculo para que todas las formaciones políticas pretendan presentarse, como tales formaciones, como un ente abstracto que está por encima -a la manera de una idea platónica- de sus dirigentes y de sus militantes.

         Es lo que vino a sugerir el presidente del Gobierno en su comparecencia apesadumbrada y victimista del pasado jueves: por encima de Koldo, de Ábalos y de Cerdán está el partido, que no es responsable de sus responsables irresponsables. Bueno, sí y no. Depende.

En cualquier caso, lo que no dijo es algo que, no obstante, se hizo evidente: que por encima del partido está el propio Sánchez. Él y su proyecto, de los que España no puede prescindir si quiere avanzar por la senda de la prosperidad colectiva, a pesar de que la prosperidad, visto lo visto, es más rumbosa con unos que con otros. Tampoco dijo que llegó a la presidencia del Gobierno tras una moción de censura cuya legitimidad moral se sustentó en la concatenación de corruptelas que en aquel momento enfangaba al PP. La asimetría puede resultar desconcertante: lo que a Sánchez le sirvió para derrocar a un Gobierno le sirve ahora para mantenerse en el Gobierno.

La hemeroteca es, como casi siempre, demoledora. De este modo defendió Sánchez en 2018 la moción de censura contra el Gobierno de Rajoy: “La corrupción actúa como un agente disolvente y profundamente nocivo para cualquier país. Disuelve la confianza de una sociedad en sus gobernantes y debilita en consecuencia a los poderes del Estado. Pero también ataca de raíz a la cohesión social, en la que se fundamenta la convivencia de nuestra democracia, si a la sensación de impunidad por la envergadura de los hechos que están siendo investigados, la lógica respuesta lenta de la Justicia, se une la incapacidad de asumir las más mínimas responsabilidades políticas por los actores concernidos. La corrupción merma la fe en la vigencia del Estado de Derecho cuando campa a sus anchas o no hay una respuesta política acorde a la entidad del daño que se ocasiona. Y, en último término, la corrupción destruye la fe en las instituciones, y más aún en la política, cuando no hay una reacción firme desde el terreno de la ejemplaridad”. Para añadir: “Señor Rajoy, señorías del Grupo Parlamentario Popular, no se puede obligar a un país a elegir entre democracia y estabilidad, porque no hay mayor inestabilidad que la que emana de la corrupción. Porque se normaliza la corrupción, fingiendo que aquí no ha pasado nada, que hay que mirar hacia otro lado. Porque supone proclamar a los cuatro vientos que la política puede tolerar tácitamente la corrupción”.

         El actual argumentario exculpatorio de Sánchez admite un resumen: “Soy la única víctima de todo esto”, igual que como víctima de su entorno corrupto se presentó en su día Rajoy, cuya petición de perdón tuvo esta respuesta por parte de Sánchez: “«Ni al Congreso ni al Senado se viene a pedir perdón. Se viene a asumir responsabilidades políticas».  

         En cualquier caso, pides perdón por lo imperdonable y tú mismo te das la absolución. Son las ventajas, en fin, de disponer de un concepto mesiánico y a la vez cesarista de uno mismo.

         La disyuntiva puede ser muy simple: la supervivencia de Sánchez como presidente del Gobierno y como secretario general de su partido o bien la supervivencia del PSOE, al margen de Sánchez, como opción fiable de Gobierno. Al fin y al cabo, un partido político puede sobreponerse a los errores de sus dirigentes, pero siempre y cuando sus dirigentes admitan sus errores a título personal y no opten por la vía escapista de atribuirlos a la fatalidad, a las conspiraciones externas y a la traición interna de unas meras “manzanas podridas”.

         Por otra parte, sorprende la tibieza de los ministros de Sumar ante este episodio, sobre todo si se tiene en cuenta que sus principios éticos se basan en una especie de puritanismo laico tan severo como un tanto remilgado. Será, no sé, por lo del anillo de Gollum, aquel personaje ideado por Tolkien: quien ha tocado poder, quien ha experimentado su magia, ya no puede soltarlo. De momento -y ya van tarde-, lo único que han reclamado es más capacidad de decisión dentro del Ejecutivo, estrategia que puede interpretarse que se sustenta en una moral acomodaticia, aparte de participar del resarcimiento y de la coerción.

         Este escándalo servirá de combustible altamente contaminante para los demagogos profesionalizados como tales. Esos que, si pudieran, harían lo mismo que denuncian desde una indignación sobreactuada, según ha demostrado empíricamente el pintoresco eurodiputado conocido por el nombre artístico de Alvise Pérez.

         Por su parte, el ministro Puente, que ejerce de tuitero con fervor de adolescente bocachancla, celebró que el 47% del dinero ganado por Alcaraz en Roland Garros “vendrá a España para nuestra sanidad y nuestra educación”. Sí. Pero es posible que también para otras cosas. Porque parece inevitable que, cuando el dinero público se mueve, algo se quede siempre por el camino. Y siempre hay alguien para recogerlo. Y sin tener siquiera que sudar.