(Publicado en prensa)
Las fiestas navideñas han pasado
de ser celebraciones religiosas a convertirse en competiciones políticas. A
falta de otros problemas que abordar y resolver, muchos alcaldes se esmeran en
su labor gestora para que el árbol de navidad tenga unos metros más de altura
que el del año anterior y, a ser posible, más altura que el de las otras
localidades que han entrado en la dura pugna por ofrecer a su vecindario el
árbol de navidad más alto del país. Cabe suponer que si algún alcalde consigue
que la estrella que corona ese árbol esté casi a la misma altura que las
estrellas propiamente dichas, tiene el cargo asegurado para varias
legislaturas, pues no hay cosa que necesite más la gente que un árbol de
navidad titánico. Si hay árbol, hay futuro y esperanza. Hay, en definitiva,
eficiencia. Gestión. Espíritu de servicio. Espíritu navideño.
A
estas alturas, las fiestas navideñas ofrecen una peculiaridad curiosa: sabemos
cuándo terminan, pero no cuándo empiezan, aunque sepamos –eso sí- que por lo
general empiezan cuanto antes, pues su arranque no depende del calendario, sino
de una decisión municipal. Al contrario que otros proyectos administrativos,
que tienden a demorarse, los relativos a la navidad suelen ser no sólo rápidos,
sino se diría que incluso impacientes. Y tiene su explicación: ¿vas a montar un
árbol que roza el cielo para encenderlo únicamente durante unos cuantos días,
cuando su montaje lleva semanas? Lo importante de un árbol de navidad no es que
se encienda en navidad, ya que eso tendría poco mérito y revelaría una falta de
imaginación por parte de las corporaciones municipales inscritas en el concurso
del árbol de navidad más alto de España, sino que el árbol cree un ambiente
navideño en unas fechas que no tienen nada que ver con las navideñas, lo que
responde a un razonamiento impecable: mientras llega y no llega la navidad, un
árbol de navidad resulta un anacronismo necesario para que, cuando llegue la
navidad, todo el mundo esté ya un poco harto del árbol de navidad, en el caso
optimista de que, una vez llegada la navidad en sentido estricto, todo el mundo
no esté hasta la coronilla del árbol, de los villancicos y de los polvorones,
pues algo tiene la navidad de maratón extenuante.
Por
evolución natural -o quizá no tan natural, no sé- , la navidad cuenta ya, en
fin, con un periodo prenavideño que, a efectos prácticos, es tan genuinamente
navideño como el tramo propiamente navideño.
Todo
el país está ya hoy iluminado. Los árboles metálicos y las guirnaldas
parpadean. Millones de bombillas recrean un cielo estrellado que no vemos por
culpa de esas bombillas. Y esa es la verdadera magia de la navidad: que es
navidad incluso cuando no es navidad. Felices prefiestas.
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