Se supone que la política debe
girar en torno a las circunstancias, pero tiende a girar en torno a sí misma. De
ahí que tengamos la impresión de que el virus ha desaparecido como tal para
convertirse en un pretexto para la controversia parlamentaria: el problema
sanitario de todos rebajado a un problema retórico de ellos.
Hemos
soportado un confinamiento estricto gracias en parte a lo que tenía de estupor
novedoso, de experiencia anómala, de aventura aterradora para muchos. Era todo
tan raro que acabamos aceptándolo como algo normal. A estas alturas, no
obstante, nuestra tolerancia colectiva a las restricciones empieza a decaer y
se traduce en inquietud, en irresponsabilidad e incluso en hastío.
Una sociedad
nerviosa puede acabar siendo una sociedad peligrosa, pero resulta que, cuando
más necesitábamos una transmisión de serenidad por parte de los políticos,
hemos recibido de ellos una dosis extra de crispación, como si estuviesen
sujetos a un guion teatral inalterable, al margen del escenario en que lo
interpreten.
Entiende
uno que cualquier ideología política es en esencia una creencia sectaria,
proclive al dogma e incapacitada en principio -y por principios- para el consenso, pero hubiésemos preferido que, por la fuerza
de la coyuntura, todos los partidos se acogieran al sentido común antes que al
sentir disgregado. ¿Ingenuidad? Sin duda, pero no se trata con exactitud de ser
ingenuos ante los mecanismos internos de la política, que son los que son y
como son, sino de la necesidad de ser ingenuos para no acabar decepcionados de
la política. Ante la dislocación magnífica
de la realidad que ha supuesto esta pandemia, las estrategias partidistas podrían
haber entrado, en fin, en fase de suspensión transitoria para hacer frente de
forma conjunta a un problema que ningún partido llevaba en su programa
electoral y que ningún gobierno podría haber gestionado –quién va a engañarse a
estas alturas- de manera intachable, porque en todo experimento hay que
equivocarse muchas veces para acertar alguna vez, y estábamos -y seguimos- en pleno
experimento.
Reacios a la concertación, la
impresión general que nos han dejado nuestros parlamentarios durante esta crisis es
parecida a la que nos dejaría alguien que llegase a una casa tras un terremoto
y se dedicara a romper los platos que se habían salvado de la catástrofe.
La
aprobación mayoritaria del salario mínimo vital es una muestra de lo que
debería ser la política: el acuerdo razonable y razonado, más meritorio por el
hecho de que muchos de los apoyos con que ha contado parten del recelo. (Está
por ver que ese logro no acabe usándose como un arma arrojadiza en manos de un
sector de la oposición, pues el disentimiento vendrá sin duda por la gestión
específica de la medida, aunque no adelantemos acontecimientos.)
Por
lo demás, aquí seguimos, entre informaciones científicas que nos resultan
confusas y entre el vocerío espontáneo de los profetas conspiranoicos.
Necesitados de algunas certezas. Anhelando un poco de serenidad.
Esperanzadamente desalentados.
.
1 comentario:
Señor Felipe le recomiendo vea vaya semanita y la cuadrilla en youtube , es una producción de la eitv , es humor vasco con algo de humor gitano que lo flipas , ni los hermanos Marx superan a los vascos , yo hacía tiempo que no me reía tanto y no soy de risa fácil, pero esto me supera .
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