El gran problema de la política
no es la política en sí, sino la necesidad que tiene la política de dejar de
ser una abstracción ideológica –o una de esas fantasías que se incorporan a los
programas electorales- para convertirse en una estrategia de gestión desarrollada
por unos entes de carne y hueso que deciden sacrificarse por el bien común.
El ministro
Ábalos, por ejemplo, no desvelará nunca qué hacía de madrugada en un aeropuerto
ejerciendo labores de vigilancia policial de una mandataria extranjera, pero ha
dejado muy clara su vocación: “Vine para quedarme y no me echa nadie”. Por si había
dudas de la firmeza de su propósito, lo dijo como si mordiera un puro en la
barra de un saloon del Lejano Oeste. Y
sí, es posible que no lo eche nadie, porque incluso si lo echaran los votantes,
seguro que encontraría un hueco laboral en la diversificada industria de la
política, por esa capacidad que tienen los partidos de convertirse en una
agencia de colocación para descolocados, pero es posible que un político con
vocación de perpetuidad como tal político haría mejor en no alardear de su
profesionalización vitalicia como benefactor de la sociedad, en especial si se
trata de una sociedad en la que abundan el paro y el empleo precario.
Por
su parte, el presidente Torra ha decidido marcharse antes de que lo echen, tras
dar por quebrada la fraternidad patriótica que cohesionaba a la izquierda y a
la derecha en un ideal superior: la república catalana, esa entelequia que va
camino de convertirse menos en un ensueño catalán que en una pesadilla gubernamental
para Sánchez, quien no sólo está dispuesto a reconocer la existencia de un
conflicto político en Cataluña, según exigen los creadores del conflicto, sino
que, a este paso, también puede acabar reconociendo la existencia de un conflicto
psicológico paralelo. El sueño que no le quitó su ahora vicepresidente puede
robárselo Junqueras con su discurso de fraile laico y con su aura trágica de
conde de Montecristo. ¿Diálogo? Sí, pero el guion parece previsible: referéndum
y amnistía a cambio de presupuestos y de gobernabilidad.
En
cuanto a desjudicializar el conflicto, ¿de qué hablamos? Sin ir más lejos, la
vía judicial –con todas sus carencias y arbitrariedades- está empezando a
servir de parapeto contra el discurso retrofranquista de la ultraderecha: la
libertad de expresión no es sinónimo de impunidad de expresión, de igual modo
que la libertad de pensamiento no siempre conlleva la libertad de actuación.
Desjudicializar las acciones de los políticos no sólo rompería nuestro frágil y
sospechoso equilibrio de poderes, sino que haría trizas el contrato social más
básico, que no es otro que el de la preservación de una legalidad consensuadamente
alterable, pero individualmente inviolable.
Se mantiene,
en fin, la expectación.
.
2 comentarios:
Si no se impone el miedo a la ley : España se volatizara en una veintena de países, y quizás sea el camino para una Europa de verdad
El sueño catalán convertido en pesadilla que se ha mordido la cola y no sabe más que dar vueltas y vueltas....
Mais....
Si no fuera por los conflictos, no existirían ni la política ni los jueces... porque, en memoria de nuestro querido Jose Luis Cuerda, "Todos somos contingentes, pero nuestros políticos y jueces son necesarios".
Pena dan los conflictos inútiles y los inútiles políticos.
Mais...
Prefiero a los inútiles políticos que a los Salvapatrias.
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