El de asesor de un político es
sin duda un buen empleo: te contrata un prohombre necesitado de asesoramiento y
tú, que en vez de necesitar asesoramiento estás en condiciones de asesorar, te
dedicas a asesorarlo, para que de ese modo el político en cuestión no ande por
el mundo sin asesoramiento y a su libre ocurrencia, lo que convertiría la suya
en una profesión de alto riesgo, pues si peligro tiene un político bien
asesorado, más vale no imaginar siquiera el que tendría un político sin
asesorar.
Lo idóneo
sería, no sé, que el asesor necesitase a su vez de asesoramiento para asesorar
a su asesorado, ya que entonces la cadena laboral sería muy larga, hasta el
punto de que las tareas de asesoramiento no sólo podrían acabar con el paro, al
convertirnos todos en asesores de plantilla, sino que incluso harían que el PIB
se disparase. Un país, en fin, con una economía basada en el asesoramiento, que
incluso podría cotizar en bolsa. “¿A quién asesoras?”, preguntaríamos a nuestro
vecino. Y nos respondería: “Al subasesor del viceasesor del asesor general del
presidente de la mancomunidad de asesores del vicepresidente de la diputación”,
pongamos por caso.
Pero
si bien el de asesor es un empleo codiciable, no debemos olvidarnos de ese otro
empleo a la sombra que es el de redactor de discursos para los políticos. Otro
buen trabajo. Y además estable, por esa cosa inherente a la condición del jefe:
el tener que hablar sin tregua, pues lo importante para un político no suele
ser lo que diga, sino el tiempo que consiga hablar, a ser posible delante de un
micrófono.
Envidia
uno mucho –a qué negarlo- a esos redactores de discursos. Te levantas un día
con el encargo de escribirle uno, qué sé yo, al consejero de turismo de una
comunidad autónoma, te sientas ante el ordenador y allá va: “En nuestra
coyuntura presente, en base a los proyectos acometidos, estamos en condiciones
de asegurar que la precariedad de las infraestructuras actuales será enmendada
por una actuación eficiente y decidida por parte de nuestra administración en
los plazos marcados por la disponibilidad presupuestaria”. Por ejemplo. O bien,
si te mueves ya por las cumbres profesionales, te encargan uno para el
presidente del Gobierno, lo que es ya la mismísima gloria en vida: “En atención
a las expectativas creadas, estoy en condiciones de asegurar a todos los
ciudadanos y a todas las ciudadanas de este país que no cejaremos en el empeño
de establecer un marco adecuado para la consecución de los objetivos de
déficit, aunque sin por ello renunciar a nuestro propósito de establecer un vínculo
solidario entre administraciones, para así consolidar nuestro sistema durante
al menos los cinco próximos lustros”.
Buenos
empleos ambos, ya digo. Y creativos. Y sin tener que opositar. Y a riesgo cero.
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2 comentarios:
Abundando en la cuestión del asesoramiento, no sé si es peor la más que dudosa cualificación de determinados asesores hacia sus patrocinados o el éxito de estos...
Comoquiera que la redacción de discursos a personalidades públicas -ya sean ministros, obispos o presentadores de televisión- entra dentro de los servicios que suelen ofrecer los negros literarios, que lo mismo te escriben una novela o unas memorias que un trabajo fin de máster, tengo mis dudas sobre si es necesaria tanta especialización como sugieres. Por cierto, hace poco he leído una novela sobre un escritor en la sombra que me ha gustado: Budapest, de Chicho Buarque.
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