(Publicado el sábado en prensa)
Debo empezar con la confesión de
mi aconfesionalidad. Aclarado esto, veamos…
El
actor Willy Toledo ha tenido que comparecer ante un juez por blasfemo. Si bien
la exhibición de su blasfemia resulta sobreactuada, no implica menos
sobreactuación el hecho de que una asociación de abogados cristianos –promotora
de la denuncia- procure convertir los juzgados en un tribunal del Santo Oficio.
Al fin y al cabo, lo que dijo Toledo se oye a diario en cualquier taberna, y
por lo general sin ánimo sacrílego, sino como una expresión pretendidamente
viril que mezcla la teología con la escatología, materias ambas consustanciales
a la cultura española. Tan chusco resulta que un ateo blasfeme sobre un
concepto en el que no cree como que un creyente se ofenda por un exabrupto
inspirado en su creencia, sobre todo si se tiene en cuenta que la comunidad
cristiana tiene una larga tradición de martirio, aparte de la prescripción de
ofrecer la otra mejilla a sus antagonistas.
Cabe un matiz, desde luego: quien
blasfema no busca insultar a un ente para él ilusorio, sino a quienes focalizan
su fe en ese ente tenido por sagrado, y ahí salimos del ámbito de la
espiritualidad para entrar en el de la convivencia. Cabe otro matiz: si los
creyentes están convencidos de la existencia de un infierno para los
descreídos, no acaba de entenderse que, en vez de por una acción apostólica,
opten por una acción judicial. Y otro matiz: de igual modo que un creyente
puede sentirse ofendido por una blasfemia, un ateo puede sentirse ofendido por
la amenaza inexorable del infierno aunque lleve una vida de santo laico. Cuando
se enfrentan el mundo terrenal y el mundo celestial, en fin, el único pacto
posible es el que establecen el agua y el aceite: ni la una ni el otro pueden
dejar de ser lo que son para ser una tercera cosa.
Willy
Toledo sabe que su caso no va a tener consecuencias, y de ahí –al menos en
parte- su valentía. Una valentía que tal vez resultaría más comedida si en Cuba
decidiera cagarse –ya fuese metafórica o fisiológicamente- en el mausoleo de
Fidel Castro o si en Corea del Norte le diese por hacer chistes sobre el corte
de pelo del líder supremo de allí. Se podrá objetar que no es lo mismo insultar
a personas que a entelequias. Sí, pero no olvidemos que para un creyente una
entelequia es un ser real, no un fantasma contingente y sujeto a la
controversia, ya que para algo se inventaron los dogmas.
Este
asunto tiene otro fondo: el héroe de guiñol que saca pecho contra el Estado
que, con todos sus defectos y carencias, ampara sus derechos. El flagelador
teatral de un sistema que le permite incluso denigrar ese sistema de una manera
muy española: escupiendo chulescamente por el colmillito. Y poco más.
.
2 comentarios:
Es una expresion... no de las mas afortunadas, pero pagar multa por algo asi, parece mas guion de una pelicula comica que otra cosa.
Creo que todo aquello que el ser humano (tanto de manera individual como colectiva)adopte como propio, intrínseco a él, debería ser respetado, no compartir creencias no puede justificar menosprecio público.
(Este señor, Willy Toledo, padece, a mi entender, de sorprendentes contradicciones que no duda en intentar defender con vehemencia una y otra vez, a pesar de que solo a sus incondicionales les parezca razonables. Tengo que confesar que me resultan lucidos muchos de sus planteamientos, pero no cuando se ofusca hasta apagar el sentido común)
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