(Publicado ayer en prensa)
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Ustedes no se lo van a creer,
pero existe un Comisionado para el Mercado de Tabacos, que es un organismo
dependiente del Ministerio de Hacienda, el más amado por los españoles. Se dice
pronto: un Comisionado. Cabe suponer que con sus jefes, con sus asesores y
contables, con su sede y tal vez con su logotipo. Es posible que incluso con su
patrono, que, en un país históricamente laico como lo es el nuestro, lo mismo
podría ser Santiago Carrillo, aquel político que a sus 97 años seguía
sosteniendo la industria tabaquera con el consumo diario de al menos un par de
cajetillas, menos ya por vicio que por no propiciar reducciones de plantilla en
el sector del humo aromatizado con sustancias misteriosas y peligrosas.
Un
gerifalte se levantó un día con una idea luminosa, como buen gerifalte:
“Creemos un Comisionado para los asuntos del fumar”, y se hizo el Comisionado,
como si fuera cosa del Génesis. Una vez creado de la nada el Comisionado en
cuestión, hubo que dotarlo de leyes específicas para que no se quedase en un Comisionado
ornamental y orgánicamente pasivo, y ahí tuvieron que entrar en juego las más
altas instancias: “Hoy toca lo del fumeque”, anunció el presidente de la nación
en el consejo de ministros, y todos se pusieron a elucubrar, que es para lo que
los políticos están dotados por naturaleza, hasta el punto de que se hacen más
fuertes en la teoría que en la práctica, al igual que los filósofos
presocráticos. Con el refuerzo de sabiduría de los expertos jurídicos, se apresuraron,
en fin, a idear leyes que regulasen la cosa maligna del fumar y que dotasen de
sentido y contenido al Comisionado. No debió de ser tarea sencilla, ya que el
tabaco es un factor de repercusiones contradictorias: por una parte mata a la
gente y por otra hace que el Estado ingrese casi 10.000 millones de euros al
año, y eso sin que ningún funcionario tenga que trabajar de sol a sol y a ritmo
de blues en una plantación tabaquera.
Entre
esas leyes se cuenta la de la prohibición de regalar mecheros a los clientes de
los estancos, bajo multa de hasta 12.000 euros. (Una universidad puede
regalarte un máster, pero un estanquero no puede regalarte un mechero: los
equilibrios enigmáticos de la realidad.) Una ley severa, sin duda. Pero también
sin duda ineludible, porque no va a sospechar uno que las leyes se conciben a
capricho. ¿Que necesitas un mechero? Pues te lo compras, porque el Comisionado
para el Mercado de Tabacos vigilará celosamente a tu estanquero para que no te
meta de matute un mechero de propaganda en la bolsa en que te da el cartón que
acabas de comprar. Cuidado con eso: al Comisionado no se le escapan los
trapicheos indecorosos.
Lo
siguiente puede ser que el Ministerio de Agricultura prohíba que los fruteros
regalen el perejil.
Pero no
adelantemos acontecimientos.
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