La semana pasada vi salir de una
tienda a un famoso y esclarecido tertuliano televisivo con una bola de cristal
en la mano, y me dije: “Ahí está la clave”, de manera que me animé a entrar en
aquel curioso establecimiento, en el que se exponían todo tipo de útiles para
actividades esotéricas: saquitos de conjuros, ruedas de oración, quemadores de
esencias, espejos negros, amuletos astrológicos, cartas del tarot marsellés y
figuritas de deidades exóticas. En el aire flotaba el humo acogedor y sedante
que desprendían unas varas de incienso.
Le dije al
dependiente que estaba interesado en hacerme con una bola de cristal idéntica a
la que acababa de llevarse el tertuliano, a quien todo el país reconoce una
lucidez portentosa no ya para analizar nuestro presente político, que eso es al
fin y al cabo una habilidad al alcance de cualquiera, sino para escrutar el
futuro común, que es destreza propia de profetas y de magos. “También quiero
pronosticar”, le dije con tono entre socrático y aristotélico. El dependiente, que
exhibía esa aire absorto de los acostumbrados a bregar menos con las
trivialidades cotidianas del mundo que con los trajines azufrosos de los
trasmundos, me exhibió la bola. “Esta la fabrican en Taiwán”, según me informó.
“Es de calidad media. Las tengo mucho mejores”.
Me extrañó que el tertuliano
célebre se conformase con una bola taiwanesa de calidad mediana, dada su
notoria desenvoltura para el vaticinio, y así se lo expresé al comerciante. “Es
que hay gente que se deja guiar por el precio y no por la calidad del producto,
y luego pasa lo que pasa”. Les confieso que no logré imaginarme lo que podía
pasar ante esa elección errónea, pues siempre había tenido al tertuliano en
cuestión por un oráculo infalible, y me sorprendió el hecho de que se mostrase ahorrativo
en bolas de cristal, al ser una herramienta indispensable para cualquier
politólogo.
Ante mi mirada
interrogativa, el dependiente me aclaró que ese modelo de bola venía con
algunos defectos de fábrica, ya que, después de usarla unas cuantas veces, las
imágenes se volvían borrosas, de modo y manera que su usuario no acertaba a ver
el futuro con claridad, que es lo peor que puede pasarle a un profesional de la
adivinación, sobre todo si lo que pretende adivinar es el futuro colectivo, por
la responsabilidad que tal labor acarrea, y más si el augurio se ejerce ante
varios millones de telespectadores. “Si usted quiere una buena bola, llévese
esta. Las fabrica un descendiente directo de Merlín”, y me mostró un modelo más
caro, pero al parecer más fiable.
Desde
entonces, cada vez que escucho por televisión las predicciones dogmáticas del
tertuliano, escruto mi bola de calidad superior y compruebo que nuestras
visiones no coinciden. Y es que, como suele decirse, lo barato acaba saliendo
caro.
(Publicado el sábado en la prensa)
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario