El malhechor que premedita sus
fechorías debería acogerse, por muy malhechor que sea, a un código moral
básico, ya que todo el mundo tiene la obligación cívica de regirse por unos
principios, así se trate de unos principios que conduzcan a un final desastroso,
en parte por esa afición que tiene la vida a tomar una deriva dramática y en
parte por nuestra inclinación natural a complicarnos la vida. En la comisión de
cualquier delito –excluidos los pasionales- se supone que hay un factor de
riesgo no sólo calculado, sino también asumido, y muy mezquino tiene que ser el
delincuente de guante blanco para quejarse de su malaventura cuando lo pillan.
Se puede ser, en fin, delincuente y caballero. Lo deshonesto es ser delincuente
y carajote.
En
estas semanas, asistimos en los juzgados a un desfile penitencial de ciudadanos
esclarecidos que decidieron engañar al resto del país con el apoyo inestimable
no sólo de su inteligencia financiera, sino también de su inteligencia
criminal, en el caso de que podamos implicar a la inteligencia en la ideación
de unas actuaciones que acaban llevándote al banquillo de los acusados y, con
un poco de mala suerte, al mismísimo trullo.
Y ahí es donde echa uno en falta
ese código moral al que me referí, o al menos el asesoramiento de un gurú que sirva
al encausado de guía espiritual: “Si decides financiar ilegalmente a tu partido
político a la vez que te financias a ti mismo o si decides tirar de tarjeta
black con la compulsión consumista de una Kardashian, sé medianamente digno y
moderadamente gallardo cuando te pongan los grilletes, pequeño saltamontes. No sugiero
que sigas el ejemplo de los héroes homéricos, pero tampoco te comportes como un
colegial, inventándote excusas cómicas, culpando al compañero de pupitre o
fingiéndote el ofendido, porque eso no sólo supone una ofensa complementaria a
tu persona, sino también una ofensa por duplicado a la sociedad que te permitió
ascender a las cumbres del bandolerismo institucional. ¿Tú me entiendes,
forajido? Hiciste cuanto estuvo en tu mano para que no te pillaran, y ese
mérito no puede rebajártelo nadie, pero te pillaron, y no te queda otra que
agachar la cabeza y pedir disculpas a tus compatriotas, o si consideras
humillante esa actitud, procurar fugarte a un país exótico con la parte del
botín que te quepa en el bolsillo, con lo cual la comunidad ahorrará un poco en
gastos judiciales, porque es que además tenéis la fea costumbre de caer al
unísono toda la pandilla, y sólo en sillas se nos va un pico”.
Sea
como sea, corromperse debe de proporcionar grandes satisfacciones íntimas, pues
de otro modo no se explica el que tanta gente se aficione a la corrupción. La
clave estaría en establecer un principio de igualdad: el derecho constitucional
a corrompernos todos. Y a ver qué pasa.
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1 comentario:
Un mafioso no debe quejarse, tiene que apechugar como ha hecho don Vito Correa, y leer " el Principe " y "el Padrino". Don Vito Correa es un gánster que ha bebido de Hollywood, lleva melena a lo B. Pitt. y sólo le falta la peca para ser el clón de Robert de Niro. Al menos tenemos un gánster de verdad, no nos robaba un mindundi .
Claro que este solo es uno de los cien mil hijos de San Luis, también hay gente muy mala,
Estoy encantado de conocer gente como Don Vito, don Luis o El Bigotes, me ayudan a descubrir la realidad y les deseo lo mejor, soy así de pusilánime y me gusta lo que me causa un asombro sin violencia.
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