La memoria de mi infancia es un verano infinito, una playa
fantasmagórica habitada por figuras de cera, un tiempo circular. El Cine Playa
estaba especializado en películas de terror, en sentido amplio: cualquier
historia anómala, cualquier descabellada fantasía. Y me acuerdo ahora, con la
llegada del calor hostil, de Santo, el Enmascarado de Plata, aquel campeón de
lucha libre convertido en superhéroe por la industria cinematográfica mexicana
y ascendido al rango de ídolo nacional por sus compatriotas.
De batirse en el ring con
rivales que se hacían llamar el Lobo Negro, el Murciélago o el Ruso Loco, aquel
enmascarado acabó batiéndose en los mundos de ficción con el Rey del Crimen,
con el Estrangulador, con Drácula, con el Hombre Lobo, con los cazadores de
cabezas, con el doctor Frankenstein y con la hija de Frankenstein, con las
mujeres vampiro, con la Momia,
con los zombis, con los jinetes del terror, con la Mafia del Vicio y con el
barón Brákola. Todos aquellos engendros y villanos más o menos sobrenaturales
le hacían perrerías, pero Santo acababa saliendo victorioso, porque el
representante de la bondad era él: Rodolfo Guzmán Huerta, nacido en Tulancingo
en 1917 y muerto, como héroe popular de México, en 1984.
En sus comienzos como luchador,
Santo decidió enmascararse, y enmascarado se mantuvo en público hasta pocas
semanas antes de su muerte, cuando decidió desvelar en un programa televisivo
el enigma de su cara. (A principios de los años 40, un rival consiguió
arrancarle la máscara durante una pelea, pero resultó que debajo tenía otra,
porque el mismo Santo avisó a los curiosos: “Nadie hay detrás del Enmascarado.
Todos y ninguno a la vez”.) No obstante, fue enterrado con la máscara puesta,
como gesto simbólico de fidelidad a su secreto, o quizá porque quien en
realidad moría no era Rodolfo Guzmán, sino un personaje que pertenecía al
supramundo de los seres prodigiosos.
Es muy vago mi recuerdo de sus películas: Santo en el Museo de Cera, Santo en el Hotel de la Muerte, Santo contra la invasión de los marcianos, Santo en el tesoro de Drácula, Las momias de Guanajuato… (Y, de pronto, una desconcertante resonancia metafísica: Santo frente a la muerte.)
De niño, en las noches
estáticas de verano, me iba al Cine Playa y la realidad comenzaba a
trastornarse: vampiros noctívagos y sedientos, licántropos feroces, campesinas
rubicundas convertidas en siervas lascivas del conde de Transilvania, marcianos
psicóticos, espectros de templarios que cabalgaban a lomos de bestias
fantasmales… Un surtido de horrores, un muestrario de trasmundos.
Ahora, con la llegada del
calor, se acuerda uno de cosas, porque la infancia habita un verano eterno. Santo contra las lobas, Santo contra el
Cerebro Diabólico, Santo contra la magia negra… El Enmascarado de Plata
luchaba, en definitiva, contra casi todo, porque su misión consistía en poner
un poco de orden en un planeta amenazado por toda clase de seres impensables.
Jubilado del ring y de los
platós, el Enmascarado trabajó durante un tiempo como escapista junto al mago
Yeo, hasta que un día se escapó del mundo para no volver. Su féretro lo
cargaron Blue Demon y Black Shadow, sus antiguos rivales deportivos.
De vez en cuando, en fin, con
la llegada del calor, el caprichoso recuerdo trae la imagen enmascarada de
Santo, huésped excepcional de mi memoria de la infancia, ese verano neblinoso
que no acaba jamás.
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3 comentarios:
Muy buen texto he apreciado tu escrtitura
Hola, Soy Javier Alcaíns
Creo que debemos tener una edad similar. Recuerdo una película mejicana que pusieron en mi pueblo, en la infancia, y no he conseguido nunca saber cuál es. Era en blanco y negro y era una variante de Jekyll y Hyde: un pianista encuentra una partitura negra con el pentagrama en blanco y, mientras interpreta la música, se va convirtiendo en hombre lobo -o algo así-. No recuerdo más, pero me dio mucho miedo. ¿Te suena? ¿Sabes por casualidad qué película es?
Un saludo
Pues yo no lo conocía, conozco a Roger Moore y a Santo Trafficante Sr., el capo de Tampa, cuyo hijo Santo Trafficante Jr fue el gallo de La Habana junto al gran Lamsky, la mafia de Tampa es como la calle de Alcalá.
A veces he opinado en el blog Recomenzar de Miami, buena gente
Me ha gustado mucho el post, anti héroes de barrio decía la canción
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