sábado, 9 de enero de 2016

EL SAINETE Y LA ESTATUA



Una de las grandes perversiones de un sistema democrático consiste en promover entre la ciudadanía la idea primitivista de la propiedad territorial frente a un ideario concreto de la administración de ese territorio. Es decir, la puesta en circulación de una conciencia nacionalista en la que no prevalece un modelo específico de organización social, sino la activación visceral de unas emociones patrióticas. La prevalencia de esas emociones, según vemos en Cataluña, puede originar alianzas políticas no sólo desnaturalizadas, sino también ligeramente cómicas, como cómico resulta, por ejemplo, que Junqueras, izquierdista y republicano, acabe entregando de forma incondicional su corazón catalanista a la causa de Mas, representante de la carcunda autóctona y cabeza de un partido con un historial de corrupción bastante obsceno. Más que de consenso, podríamos hablar de síndrome de Estocolmo, pero dejémoslo correr.

            Si desconcertante resulta la adhesión de buena parte de la izquierda catalana al proyecto megalómano y egolátrico de Mas, la actitud mendicante de los dirigentes de ese potaje ideológico que se dio a conocer como Junts pel Sí con respecto a la CUP me temo que transgrede las normas elementales del decoro político. Esa mendicidad no ha dado finalmente otro fruto que el de unas negociaciones surrealistas, con el componente de una decisión asamblearia en la que la moneda cayó milagrosamente de canto. Sólo un voto revolucionario ha impedido a Mas repetir como presidente de todos los catalanes, y ya es mala suerte. Pero, a pesar de no haber conseguido que la CUP apoye su investidura, ahí sigue él, proclamando su deseo de "plantar cara", que es tal vez de lo que anda más sobrado; en cambio, el jefe anticapitalista de la CUP, tras repetir hasta el hartazgo que su formación jamás apoyaría la investidura de Mas, ha renunciado a su acta de diputado autonómico por no haber logrado que los suyos apoyen a Mas. Todo esto exigiría alguna explicación, por supuesto, pero hay decisiones políticas que son como los chistes: si hay que explicarlos, es que se trata de chistes fallidos.

            Es posible que Artur Mas, en sus sueños heroicos, tuviera ya localizado el emplazamiento en que le erigirían la estatua, en su calidad de libertador de la Cataluña avasallada. Parece ser que tanto lo de la estatua como lo de la liberación va a retrasarse un poco, y es una pena, porque las estatuas de los próceres no sólo dignifican las perspectivas urbanas, sino que también sirven de wáter a las palomas, tanto en los territorios opresores como en los oprimidos: de esa rebaja de honorabilidad no se libra nadie. En el caso de Mas, cuando llegue el momento, creo que debería tratarse de una estatua ecuestre, y no porque sea aficionado –al menos que yo sepa- a la equitación, sino porque las posibilidades de inmortalidad se duplicarían: visto lo visto, da la impresión de que a ese hombre lo mismo le daría ser el jinete que el caballo.

(Publicado hoy en la prensa) 

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3 comentarios:

Microalgo dijo...

Pues si surrealista era el sábado, el domingo ya ni le cuento.

Yo es que soy de Cádiz y mi configuración neuronal no está diseñada para lograr enterarme bien de estas cosas. Llamaré a un amigo mío catalán que es muy punky, para que me lo cuente despacito.

Porque no, no me entero. No lo veo. No.

pepemore dijo...

Cuenta Stefan Zweig que el momento de mayor gloria para Cicerón fue cuando, tras la llegada de César, se retiró de la política activa y se fue al campo a escribir. Quizá sea esto lo que Más, bendita sea su alma, quiere hacer a partir de ahora: cambiar la república catalana por la república del espíritu, y hacer que su talento sea de más provecho si cabe para las letras y, en definitiva, para la humanidad.

Silvio SALVATICO dijo...

El capo del independentismo es el Cara Torta, menudo zorreras, él es que mueve el cotarro, el hilo que ha cosido la urdimbre, el cara torta no quiere ser inquilino sino dueño y aunque aquí le tengamos por un gorrión es un veloraptor insaciable, un depredador que se ha comido hasta la CUP ( el can que lamió la mano del burgués ). Vivimos la época más surrealista de la historia, el olor putrefacto de la corrupción nos ha narcotizado.