Una de las grandes perversiones
de un sistema democrático consiste en promover entre la ciudadanía la idea primitivista
de la propiedad territorial frente a un ideario concreto de la administración de
ese territorio. Es decir, la puesta en circulación de una conciencia
nacionalista en la que no prevalece un modelo específico de organización
social, sino la activación visceral de unas emociones patrióticas. La
prevalencia de esas emociones, según vemos en Cataluña, puede originar alianzas
políticas no sólo desnaturalizadas, sino también ligeramente cómicas, como
cómico resulta, por ejemplo, que Junqueras, izquierdista y republicano, acabe
entregando de forma incondicional su corazón catalanista a la causa de Mas, representante
de la carcunda autóctona y cabeza de un partido con un historial de corrupción bastante
obsceno. Más que de consenso, podríamos hablar de síndrome de Estocolmo, pero dejémoslo
correr.
Si
desconcertante resulta la adhesión de buena parte de la izquierda catalana al
proyecto megalómano y egolátrico de Mas, la actitud mendicante de los
dirigentes de ese potaje ideológico que se dio a conocer como Junts pel Sí con
respecto a la CUP
me temo que transgrede las normas elementales del decoro político. Esa
mendicidad no ha dado finalmente otro fruto que el de unas negociaciones
surrealistas, con el componente de una decisión asamblearia en la que la moneda
cayó milagrosamente de canto. Sólo un voto revolucionario ha impedido a Mas
repetir como presidente de todos los catalanes, y ya es mala suerte. Pero, a
pesar de no haber conseguido que la
CUP apoye su investidura, ahí sigue él, proclamando su deseo
de "plantar cara", que es tal vez de lo que anda más sobrado; en
cambio, el jefe anticapitalista de la
CUP, tras repetir hasta el hartazgo que su formación jamás
apoyaría la investidura de Mas, ha renunciado a su acta de diputado autonómico
por no haber logrado que los suyos apoyen a Mas. Todo esto exigiría alguna
explicación, por supuesto, pero hay decisiones políticas que son como los
chistes: si hay que explicarlos, es que se trata de chistes fallidos.
Es
posible que Artur Mas, en sus sueños heroicos, tuviera ya localizado el
emplazamiento en que le erigirían la estatua, en su calidad de libertador de la Cataluña avasallada. Parece
ser que tanto lo de la estatua como lo de la liberación va a retrasarse un
poco, y es una pena, porque las estatuas de los próceres no sólo dignifican las
perspectivas urbanas, sino que también sirven de wáter a las palomas, tanto en
los territorios opresores como en los oprimidos: de esa rebaja de honorabilidad
no se libra nadie. En el caso de Mas, cuando llegue el momento, creo que
debería tratarse de una estatua ecuestre, y no porque sea aficionado –al menos
que yo sepa- a la equitación, sino porque las posibilidades de inmortalidad se
duplicarían: visto lo visto, da la impresión de que a ese hombre lo mismo le
daría ser el jinete que el caballo.
(Publicado hoy en la prensa)
.
3 comentarios:
Pues si surrealista era el sábado, el domingo ya ni le cuento.
Yo es que soy de Cádiz y mi configuración neuronal no está diseñada para lograr enterarme bien de estas cosas. Llamaré a un amigo mío catalán que es muy punky, para que me lo cuente despacito.
Porque no, no me entero. No lo veo. No.
Cuenta Stefan Zweig que el momento de mayor gloria para Cicerón fue cuando, tras la llegada de César, se retiró de la política activa y se fue al campo a escribir. Quizá sea esto lo que Más, bendita sea su alma, quiere hacer a partir de ahora: cambiar la república catalana por la república del espíritu, y hacer que su talento sea de más provecho si cabe para las letras y, en definitiva, para la humanidad.
El capo del independentismo es el Cara Torta, menudo zorreras, él es que mueve el cotarro, el hilo que ha cosido la urdimbre, el cara torta no quiere ser inquilino sino dueño y aunque aquí le tengamos por un gorrión es un veloraptor insaciable, un depredador que se ha comido hasta la CUP ( el can que lamió la mano del burgués ). Vivimos la época más surrealista de la historia, el olor putrefacto de la corrupción nos ha narcotizado.
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