A estas alturas, habrá
especialistas que hayan interpretado el sentido profundo del alzamiento de
cejas del candidato X en el minuto 68,4 del anunciado como “el debate
decisivo”, al menos según la decisión decisiva de sus promotores, pues parece
ser que, incluso después de ese debate decisivo, hay un porcentaje de indecisos
que supera el 23% del electorado. Gracias a una de esas paradojas por las que
se rige la democracia, serán esos indecisos quienes decidan qué gobierno tendrán
los decididos. Dicho de otra manera: los carentes de ideología decidirán la
ideología de los gobernantes de todos.
Nada
más terminar el debate, se planteó la cuestión estelar: “¿Quién ha sido el
ganador?”, lo que parecía ser más relevante que el debate en sí, equiparado de
ese modo a un concurso de ocio de los muchos que promueven nuestras
televisiones, hasta el punto de que echaba uno en falta por allí a Mercedes
Milá para proclamar al triunfador y darle un cheque.
Se trataba, por supuesto,
de una pregunta retórica: aunque no nos revelen los ingresos por publicidad que
generó la emisión –con sus consecuentes secuelas interpretativas a cargo de los
cartomantes que animan las tertulias mediáticas-, el debate lo ganó
indiscutiblemente Atresmedia. Y, dado que no hay ganador sin perdedor, ¿quién
perdió? Pues me imagino que la realidad. Es decir, nosotros y nuestras
circunstancias: después de dos horas de charloteo errático, difuso y utópico,
¿qué ganó la clientela de esos vendedores de sueños? Pues tal vez lo más barato:
perplejidad.
Se
calcula en más de 9 millones los espectadores del cónclave. Imagino, no sé, que
la gente esperaba que alguno de los candidatos, en el punto álgido de la
controversia, se sacara el machete y le cortase la cabellera al contrincante, o
que uno de ellos volviera a desnudarse en público, o que apareciese por
sorpresa el presidente del gobierno, salido tal vez de una tarta gigante. De
otra manera no se explica tanta expectación en un país en el que la politología
se ejerce principalmente en la barra de las tabernas, hábitat natural de los
redentores sociopolíticos y de los dueños de las grandes soluciones.
Podríamos
suponer que todo consistió en un espectáculo tan inane como inocente, pero tal
vez estaríamos minusvalorando su perversión de fondo. La perversión que supone
el desplazar la política al ámbito del entretenimiento televisivo. O la
perversión de reducir artificialmente a cuatro las opciones electorales -dos de
ellas sin representación parlamentaria en la actualidad-, en atención a los
sondeos, lo que viene a ser como planear nuestras vacaciones veraniegas con
arreglo a las profecías de Nostradamus. O esa otra perversión que implica el
confundir a un campeón de la política con un campeón de la oratoria. O esa
perversión, sobre todo, de concebir un programa festivo para tratar una
situación colectiva al fin y al cabo dramática.
Y
lo que nos queda.
(Publicado ayer en prensa)
1 comentario:
Perversión que también pasa con Donald Trump, será presidente porqué es el que más audiencia proporciona, y por eso los medios apuestan por él, el caso es que dice cosas muy fachas pero tiene destreza hablando y no va a cometer un delito por lo que dice, al contrario cada vez es más radical , la gente se ríe de él, pero esta lanzado y va son freno, a Hillary se la come igual que se ha comido a Bush.
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