sábado, 1 de junio de 2013

CUBATEO INSTITUCIONAL



Dependerá por supuesto del aguante de cada cual, pero calcula uno que, al precio que están las bebidas alcohólicas en el Congreso, un diputado de nuestra España biodiversa puede coger un pelotazo casi psicodélico por poco más de 10 euros, cantidad por la que un ciudadano de a pie apenas logra humedecerse un poco el hígado en el bar de la esquina. A mí me parece bien: montar un parlamento sin bar es algo tan triste como montar un bar en el que se prohibiera parlamentar a los clientes. El alcohol, además, propicia no sé si la elocuencia, pero sí desde luego la facundia, cosa que nunca viene mal a quienes tienen encomendada la tarea de interpretar de viva voz -y a veces a voz en grito- la realidad común. Si en el Congreso sólo sirvieran infusiones, correríamos el riesgo no sólo de que nuestros representantes electos se nos quedasen callados y taciturnos, sino también de que se convirtieran en luteranos o incluso en amishs, extremo que más vale ni siquiera imaginar. 

            El hecho de que el alcohol sea más barato en el Congreso que en la calle tiene su explicación, aunque se trate de una explicación difícil: convertirlo en una tentación del tipo de las que padeció san Antonio Abad, aquel eremita que se vio obligado a enfrentarse a una caterva de demonios malintencionados. Se trata, en fin, de una prueba ascética: si un diputado consigue vencer la tentación de tomarse un cubata por poco más de 3 euros, significa que está capacitado de sobra para luchar contra los demonios del aumento del déficit, del paro e incluso de las corrupciones internas de su partido. Si cae en la tentación, tampoco pasa gran cosa: afrontará con más alegría las adversidades, por esa facultad mágica que tiene el alcohol de escorar el ánimo al lado opuesto al de la pena, ya sea personal o colectiva. Yo iría más lejos: en el Congreso debería abrirse un coffee-shop a la manera holandesa, para que sus señorías pudieran complementar el cubata con un porro, lo que daría a los plenos un ambiente más relajado y ocurrente, en el que las lanzas se tornasen en risas flojas, un poco a lo flower-power.

            Todo tiene, no obstante, su peligro: vistos los precios del bar del Congreso, no sería extraño que la gente acabara convocando para los fines de semana un asalto a la sede de la soberanía popular, aunque no por motivos políticos, sino para montar allí una botellona. Otro peligro sería que los diputados, tras un día de abuso de cubatas baratos, decidieran promulgar una ley seca, pues sólo los abstemios ignoran las decisiones tan drásticas con respecto al alcohol que somos capaces de tomar en periodo de resaca.

            A mí, ya digo, me parece bien que se subvencionen los cubatas que consumen nuestros congresistas. Muy mal corazón habría que tener para cobrárselos a precio de whiskería. Porque a ver quién es capaz de afrontar lo que tenemos encima sin pegarse un lingotazo. Pero que conviden.

.

2 comentarios:

Costello dijo...

Es barato porque nosotros pagamos la diferencia , pasa lo mismo en todos los parlamentos regionales . Supongo que el Restaurante también será subvencionado . insisto ¡ Las copas las pagamos todos ¡ , otra cosa es que sea justo o ético .

Microalgo dijo...

La verdad es que eso explica muchas intervenciones parlamentarias. Si no todas.