lunes, 12 de abril de 2010

HECHO A MANO






Si entras en una tienda y ves que un objeto lleva el letrero de “Hecho a mano”, échate a temblar, porque pueden pedirte por él lo que quieran, así se trate de una cuchara de palo. “Hecho a mano”, nada menos. “¿Con la mano de quién?”, cabría preguntar, porque está claro que no todas las manos valen lo mismo. O mejor dicho: por el hecho de ser mano, toda mano tiene un gran valor, como es lógico, pero un valor como tal mano (es decir, como algo de mucha utilidad para el dueño de la mano en cuestión y tal vez para su pareja), lo que no quiere decir necesariamente que todo cuanto haga esa mano tenga valor de mercado, porque hay manos y manos.


Hay manos habilidosas y manos torpes, manos destrozonas y manos creativas. A la persona que sabe gobernar en sus manos y sacarles un provecho práctico la llamamos “manitas” y a la persona que desbarata cuanto toca la llamamos “manazas”, que son denominaciones con un ligero matiz degradante: el diminutivo de la primera denominación insinúa una especie de habilidad ociosa y dominguera, enfocada a la pura tontería artesanal, mientras que el sufijo de la segunda sugiere una cierta brutalidad inconsciente de elefante en una cristalería, cuando en realidad el manazas puede ser una persona prudente que no se mete en líos manuales de ningún tipo, salvo los básicos. Las categorías intermedias no gozan de denominación, y eso tal vez que salen ganando. (En un plano un poco más tangencial, tendríamos la denominación de “chapuzas”: alguien que no hace las cosas demasiado bien, pero que las hace, incluso a deshora.)


El prestigio de los cachivaches hechos a mano se basa en una superstición de carácter primitivista: la desconfianza ante la máquina. En algún rincón del subconsciente, damos por hecho que todo artesano pone el mayor esmero en la elaboración de un producto, mientras que una máquina se limita a seriar productos sin importarle el resultado. No sé yo. Hay artesanos malísimos y máquinas perfectas. Hay máquinas prodigiosas y artesanos lamentables. En la vida se me ocurriría comprar un bolígrafo hecho a mano, por ejemplo, porque la peor de las máquinas de hacer bolígrafos siempre será más fiable que el mejor de los artesanos dedicados a manufacturar bolígrafos, en el caso de que exista una ocupación tan estrafalaria y tan poco rentable. La mano es decisiva si uno recibe el encargo de pintar a una infanta y se da el caso de que el dueño de la mano se apellida Velázquez, por ejemplo, pero la mano deja de tener importancia si de lo que se trata es de fabricar una sartén antiadherente, creo yo.


“Hecho a mano”, lee uno en la etiqueta de un producto cualquiera: de una bufanda, de un zapato, de una tinaja, de un bolso, de una alfombra, de una máscara africana o incluso de una barra de pan. Bien, ¿y qué? ¿Qué garantía especial ofrecen esas manos anónimas? ¿Qué virtud extra otorgan esas manos al producto para que nos cueste más caro que un producto industrial? Misterio.


Las máquinas hacen muy bien las cosas no por ser máquinas, claro está, sino por ser fruto del ingenio humano, que prefiere disfrutar de las cosas en vez de pasarse la vida construyéndolas, ya sean esas cosas prácticas o suntuarias, porque todo tiene su utilidad: el jarrón y la espumadera, la perla y tenedor, el ventilador y el broche de diamantes. Y no estaría mal pensar en un nuevo reclamo: “Hecho a máquina con una máquina hecha a mano”.


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7 comentarios:

Microalgo dijo...

Tal vez la cosa está en la "uniquidad" (menudo palabro) de la cosa hecha a mano. Por el mismo hecho de ser imperfectas y diferenciables, uno goza de la sensación de tener un objeto único...

De manera malabarista, enlazo esto (Freud sabrá por qué) con mucha literatura donde el protagonista es un bicho raro en el que, curiosamente, se ven reflejados TODOS los que lo leen (elegancia del erizo y sus mariachis, por ejemplo).

Yo, como soy una abyecta e ignota microalga, creo en la diversidad de los individuos hasta cierto punto, pero luego, vistos desde muy alto, creo que somos todos igualitos-igualitos.

Y bueno, no se me puede acusar de racista, es cierto.

Tengo una cosilla para Usted. Ya se la haré llegar en breve. Es una curiosidad, nada más.

Ángeles Hernández dijo...

Se supone ( el subconsciente colectivo es así), que lo hecho a mano lleva detrás, no sólo las manos del que lo realiza, sino además, su arte, su habilidad y ,sobre todo, sus conocimientos y su cerebro.

Una etiqueta de "Hecho a mano" está diciendo "hecho por una persona con sus manos y con su inteligencia". Este producto es único porque quien lo ha creado no realiza todos sus trabajos exactamente igual y puede haber variaciones según su estado de ánimo, su grado de entusiasmo o incluso el hecho de saber si tienen o no un destinatario conocido.

Desde luego que para un bolígrafo o una apisonadora no hay manos que valgan en la manufacturación, pero sí son ellas , y todo lo que a ellas va unido (brazos, pies, tronco, cara, ojos, cerebro -insisto-), quienes mueven la maquinita, la diseñan y se encargan de repararla o de darle el piro cuando ya no funciona como debiera.

Poniéndonos cursis podríamos decir que quien lee: "Hecho a mano", puede incluso intuir un poquito de amor y de identificación con la obra, en la persona responsable de la "hechura" y por ende generar una sensación de cercanía y de identificación.
Si el resultado de lo artesanal es además bueno, miel sobre hojuelas.



Aunque en definitiva no deja de ser una falacia porque , como usted bien dice en su última frase : lo no hecho a mano lo está por una máquina hecha por una persona, que gobierna con sus manos y etc etc la realización o el control de la máquína, o de la máquina que hace la máquina.

Y, ¿no me discutirá usted que la mano ( y quien la mueve) son insustituibles para según que cosas?, acariciar, peinar, acunar, pintar, echar el punto justo de sal, limpiarle los mocos al niño con un pañuelo...

Hablemos pues de resultados y de relación calidad precio. Ahí es donde puede encuentrarse mucho esnobismo generalmente inútil.
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Muy hábil e ingenioso Sr. Benítez, ya nos ha hecho pararnos a pensar un rato con su relato hecho a mano y a cabeza, con una máquina.

Y como no es cosa de seguir rizando el rizo : buenas noches y felicidades por sus entradas que, hasta el momento, me hacen pasar un buen rato, y me ayudan a que no se oxide la más perfecta máquina de que dispongo: la de discurrir. Aunque sólo sea para intentar comentar algo discretamente decente.


Un saludo

José Antonio Fernández dijo...

Una entrada muy interesante la de hoy, aunque habría que darle algún aspecto que interfiera en lo dicho, sólo para darle otro colorido distinto al texto, que colorista ya es. La ventaja de hecho a mano se le supone que es un producto distinto uno del otro, ya definido por la imperfección de esa mano y esa es la grandeza, que cada producto puede tener tu original diferencia respecto a otro presuntamente igual.
Me ha venido a la cabeza una noticia bastante reciente de un programa de ordenador diseñado para realizar novelas aunque la noticia aclaraba que en poesía era bastante imperfecto por la abstracción que necesitan las palabras en poesía, menos mal.
O sea, que sí pero no siempre.
Un saludo, señor Benitez.

Mcartney dijo...

Mike:
Recuerdo que en el Parque de Atracciones, casi al comienzo de su andadura, existía una que se llamaba "Pinto-yo" y que consisitía en un molinillo al que se adosaba una cartulina de papel y mientras giraba el invento uno iba derramando distintas cantidades de pintura de varios colores.
El resultado era un cuadro hecho a máquina y te ibas tan contento a tu casa con tu obra mecánica de arte.

Primitivo Algaba Mansilla dijo...

Señor Benítez a mi lo que sí me gusta de verdad son los dulces hechos a mano, pero a manos de los que saben hacerlos bien. Un abrazo

L.N.J. dijo...

Gabriela Mistral.

MANITAS.

Manitas de los niños,
manitas pedigüeñas,
de los valles del mundo
sois dueñas.

Manitas de los niños
que al granado se tienden,
por vosotros las frutas
se encienden.

Y los panales llenos
de su carga se ofenden.
¡Y los hombres que pasan
no entienden!

Manitas blancas, hechas
como de suave harina,
la espiga por tocaros
se inclina.

Manitas extendidas,
piñón, caracolitos,
bendito quien os colme,
¡bendito!

Benditos los que oyendo
que parecéis un grito,
os devuelvan al mundo:
¡benditos!


Jejejejee.

Bueno, ahora en serio, has dedicado un post a una de las partes que adoro más en mi cuerpo : Mis manos.
Y no es que sean bonitas, pero las adoro.

Y me has recordado la primera vez que aprendí a coser a máquina y casi me pillo los dedos con la aguja, y el carrillo pequeño que aún conservo. Mi padre me lo hizo y es precioso, pequeño, con sus ruedas perfectas y esa madera trabajada. Y me has recordado la lavadora, que tanto apaño me hace y a la que mi abuela le hubiese gustado conocer....

En fin, besos.

blog dijo...

Gracias por los comentarios.