lunes, 10 de agosto de 2009

EL ENMASCARADO DE PLATA



La memoria de mi infancia es un verano infinito, una playa fantasmagórica habitada por figuras de cera, un tiempo circular. El Cine Playa estaba especializado en películas de terror, en sentido amplio: cualquier historia anómala, cualquier descabellada fantasía. Y me acuerdo ahora, con este calor hostil, de Santo, el Enmascarado de Plata, aquel campeón de lucha libre convertido en superhéroe por la industria cinematográfica mexicana y ascendido al rango de ídolo nacional por sus compatriotas.

De batirse en el ring con rivales que se hacían llamar el Lobo Negro, el Murciélago o el Ruso Loco, aquel enmascarado acabó batiéndose en los mundos de ficción con el Rey del Crimen, con el Estrangulador, con Drácula, con el Hombre Lobo, con los cazadores de cabezas, con el doctor Frankenstein y con la hija de Frankenstein, con las mujeres vampiro, con la Momia, con los zombies, con los jinetes del terror, con la Mafia del Vicio y con el barón Brákola. Todos aquellos engendros y villanos más o menos sobrenaturales le hacían perrerías, pero Santo acababa saliendo victorioso, porque el representante de la bondad era él: Rodolfo Guzmán Huerta, nacido en Tulancingo en 1917 y muerto como héroe popular de México D.F. en 1984.

En sus comienzos como luchador, Santo decidió enmascararse, y enmascarado se mantuvo en público hasta pocas semanas antes de su muerte, cuando decidió desvelar en un programa televisivo el enigma de su cara. (A principios de los años 40, un rival consiguió arrancarle la máscara durante una pelea, pero resultó que debajo tenía otra, porque el mismo Santo avisó a los curiosos: “Nadie hay detrás del Enmascarado. Todos y ninguno a la vez”.) No obstante, fue enterrado con la máscara puesta, como gesto simbólico de fidelidad a su secreto, o quizá porque quien en realidad moría no era Rodolfo Guzmán, sino un personaje que pertenecía al supramundo de los seres prodigiosos.

Es muy vago mi recuerdo de sus películas, y busco ahora sus títulos: Santo en el Museo de Cera, Santo en el Hotel de la Muerte, Santo contra la invasión de los marcianos, Santo en el tesoro de Drácula, Las momias de Guanajuato… (Y, de pronto, una desconcertante resonancia metafísica: Santo frente a la muerte.)

De niño, en las noches estáticas de verano, me iba al Cine Playa y la realidad comenzaba a trastornarse: vampiros noctívagos y sedientos, licántropos feroces, campesinas rubicundas convertidas en siervas lascivas del conde de Transilvania, marcianos psicóticos, espectros de templarios que cabalgaban a lomos de bestias fantasmales… Un surtido de horrores, un muestrario de trasmundos.

Ahora, con este calor, se acuerda uno de cosas, porque la infancia habita un verano eterno. Santo contra las lobas, Santo contra el Cerebro Diabólico, Santo contra la magia negra… El Enmascarado de Plata luchaba, en definitiva, contra casi todo, porque su misión consistía en poner un poco de orden en un planeta amenazado por toda clase de seres impensables.

Jubilado del ring y de los platós, el Enmascarado trabajó durante un tiempo como escapista junto al mago Yeo, hasta que un día se escapó del mundo para no volver. Su féretro lo cargaron Blue Demon y Black Shadow, sus antiguos rivales deportivos.

De vez en cuando, en fin, con la llegada del calor, el caprichoso recuerdo trae la imagen enmascarada de Santo, huésped excepcional de mi memoria de la infancia, ese neblinoso verano que no acaba jamás.

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8 comentarios:

Enrique Baltanás dijo...

ese neblinoso verano que no acaba jamás... excelente definición de la infancia. Según eso, la madurez consistirá en la diáfana conciencia de que ningún verano es, en realidad, interminable.

Unknown dijo...

Precisamente el viernes pasado vi Santo el Enmascarado de Plata contra la invasión marciana, aquí, en Benaocaz. Inenarrable. Pero con abundantes golpes de un humor seguramente involuntario, pero no por ello menos efectivo.
Feliz verano.

Mcartney dijo...

¡ Premio !

http://fernandosanchezsanzarquitecto.blogspot.com/2009/08/oye-que-me-han-dado-un-premio.html

poesía-levíes dijo...

"La infancia habita un verano eterno". Bellísima frase que define los mejores momentos de la infancia, y esos, coincido con Vd, cuando miramos hacia atrás, pertenecen todos o casi todos al verano.

NoSurrender dijo...

La memoria de mi infancia, en cambio, es una fría semana santa abulense en la que los enmascarados exhiben sus católicas penas a ritmos hipnóticos, casi freudianos. No he vuelto a esa ciudad en mucho tiempo, gracias a Dios.

Me ha resultado fascinante encontrar su blog. Admiro su literatura. Gracias por ella.

Un enorme saludo.

blog dijo...

Gracias por vuestros comentarios.

El poeta Ángel González me comentó que una vez coincidió con Santo en una recepción en no recuerdo qué embajada en México DF. Iba con su máscara y su traje chaqueta, por supuesto.

Vivía en una especie de Semana Santa perpetua.

Madison dijo...

Buenas noches.
Que delicia cuando la casualidad te lleva a un lugar tan genial como este.
Un abrazo
Madison

Javier Sánchez Menéndez dijo...

La infancia es el lugar donde nunca regresamos, y del que nunca nos ausentamos.

Muy buena entrada.

Gracias.