La utilización del concepto de
“circo mediático” tiene algo en sí misma de número circense: te pillan, no sé,
con un dinero clandestino en Suiza, que es donde el capital extranjero se
siente como en casa, se apiña una docena de periodistas a la puerta de tu
domicilio con la intención malévola de informar del acontecimiento, ya que
puede darse el caso de que el dueño de ese dinero nómada sea una persona con
proyección pública, y la persona con proyección pública en cuestión -o como
poco sus allegados, incluidos sus diligentes representantes legales- formula la
frase mágica, equivalente al abracadabra de los ilusionistas: “Se ha montado un
circo mediático”. Sí, por supuesto: el circo no lo monta el que esconde el
dineral, sino el profesional que va a ganarse un dinerillo a costa del dineral
delincuente del dueño delincuente del dineral. El payaso del circo no es el
evasor, sino el que fotografía al evasor. El circo no lo monta el detenido,
sino el periodista que le pone un micrófono delante para que el detenido pueda
decir que no tiene nada que decir. Que gracias.
Uno
comprende que los delincuentes prefieran mantenerse en el anonimato, que sus
delitos no rebasen el ámbito de la intimidad de los juzgados y de las
comisarías, que su detención se realice con la mayor prudencia y secretismo,
para que los periodistas no puedan meter la nariz en la desdicha ajena con la
insensibilidad y la falta de empatía que caracteriza al gremio. Claro que
comprende uno eso. ¿Cómo no comprender la noble aspiración del delincuente a que
sus hazañas pasen desapercibidas? Lo que pasa es que a veces se produce una
incompatibilidad insalvable: que el delincuente, antes de ser conocido como tal
delincuente, haya sido un prohombre de la patria. En ese punto es en el que se
complican las cosas. Eso es lo que propicia, en fin, los lamentables circos
mediáticos.
Para
delinquir con tranquilidad, o al menos con relativa tranquilidad, resulta
conveniente no practicar el pluriempleo: o te dedicas a salvar tu país o te
dedicas a saquearlo, pero hacer las dos cosas a la vez presenta sus
inconvenientes, entre los que se cuenta el de que, a la mínima, los medios te
monten un circo mediático, que es lo peor que puede pasarle a un forajido, a
menos que aspire a convertirse en una leyenda dentro el mundo del crimen y
busque publicidad para sus fechorías, aun a riesgo de acabar como Al Capone,
Billy el Niño o Bin Laden. Lo malo es eso, ya digo: que vayas de doctor Jekyll
y de mister Hyde, de genio financiero y a la vez de raterillo, de prócer de la
economía global a escala pública y de defraudador fiscal a título privado, de
Keynes por la mañana y de José María el Tempranillo por la tarde. Eso no puede
ser. Porque luego te pillan y viene lo que viene: el circo mediático. El circo
en que las pulgas se apiñan en torno al león. El circo en el que al gigante le
crecen, ay, los enanos.
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1 comentario:
El pobre circo, al que están dejando sin animales, y al que deberían aprovisionar de políticos deshabilitados y demás conseguidores, para que el amaestramiento o su obediencia simulada les ponga en su sitio, y nos sirva al menos de divertimento.
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