CARMEN LAFFÓN Y SU LECCIÓN ETÉREA
El agua que es una luz rizada.
La luz rizada en el agua.
El paisaje transformado en una fantasmagoría espumosa.
El mar embrumado, brumoso, abrumado por el sol que se oculta tras un velo para ser invisible como los dioses.
La levedad solemne, la solemnidad ingrávida.
El horizonte que renuncia a ser horizonte por su afán de ser la costa etérea de una utopía, la franja de una tierra inalcanzable.
La plata rápida y volátil del amanecer.
La rosa disgregada por el aire.
El celaje que vibra, orgulloso de su infinitud.
La noche universal de quien mira la noche.
La superficie inquieta del agua, puerta de los submundos silenciosos.
La amabilidad del añil.
La violencia esplendorosa del azul ultramar, que es un azul que está siempre más allá de los mares verdaderos.
La negrura que azulea y el azul que sugiere la negrura.
La noche insinuada.
La noche total que se teje a sí misma con hilos de tiniebla.
La noche maquillada por la luna.
La reverberación de la niebla entre la niebla.
El misterio del agua que no tiene más misterio que el de ser agua.
Los espectros firmes y errabundos de la bruma.
Los espectros nocturnos que giran sobre sí mismos con vocación de nube, de espiral ambulante, de fosforescencia condenada a vagar eternamente.
La mano que sabe detenerse por respeto al misterio.
La mano de Carmen Laffón, extendiendo las aguas híbridas del Coto por la superficie de la nada.
Hasta que la nada esplende.
El agua que es una luz rizada.
La luz rizada en el agua.
El paisaje transformado en una fantasmagoría espumosa.
El mar embrumado, brumoso, abrumado por el sol que se oculta tras un velo para ser invisible como los dioses.
La levedad solemne, la solemnidad ingrávida.
El horizonte que renuncia a ser horizonte por su afán de ser la costa etérea de una utopía, la franja de una tierra inalcanzable.
La plata rápida y volátil del amanecer.
La rosa disgregada por el aire.
El celaje que vibra, orgulloso de su infinitud.
La noche universal de quien mira la noche.
La superficie inquieta del agua, puerta de los submundos silenciosos.
La amabilidad del añil.
La violencia esplendorosa del azul ultramar, que es un azul que está siempre más allá de los mares verdaderos.
La negrura que azulea y el azul que sugiere la negrura.
La noche insinuada.
La noche total que se teje a sí misma con hilos de tiniebla.
La noche maquillada por la luna.
La reverberación de la niebla entre la niebla.
El misterio del agua que no tiene más misterio que el de ser agua.
Los espectros firmes y errabundos de la bruma.
Los espectros nocturnos que giran sobre sí mismos con vocación de nube, de espiral ambulante, de fosforescencia condenada a vagar eternamente.
La mano que sabe detenerse por respeto al misterio.
La mano de Carmen Laffón, extendiendo las aguas híbridas del Coto por la superficie de la nada.
Hasta que la nada esplende.
(2005)
1 comentario:
El cuadro es un desnudo al que le sobran brazos, ( su poema lo viste
maravillosamente ).
Ignoro donde se encuentra el cuadro, pero allá donde esté, sin su poema a su lado, los ojos que lo miren estarán indefensos, sin comprender que faltan sus versos.
Publicar un comentario