martes, 22 de marzo de 2022

EL TRÁNSITO

 (Publicado el viernes en EL CULTURAL)




Una paloma ha elegido mi terraza para su agonía.

El encuentro inesperado nos sobresalta a ambos,

pero ella al instante parece comprender:

yo no soy el heraldo de su muerte,

y sigue, indiferente, en un rincón,

con el plumaje hinchado.

 

Diré lo previsible: en sus ojos creo leer

una súplica, un desvalimiento

ante lo para ella incomprensible:

¿qué es la muerte,

la enemiga de su vuelo,

esa cosa invisible que la postra

en territorio extraño?

 

Hace un momento se ha mudado a una zona de sol,

buscando alivio al frío que sin duda le invade,

el bálsamo de luz que ahuyente el mal.

 

Sé que dentro de unas horas

tendré que recoger su cadáver

y escribo esto por no poder decirle:

“Tranquila, pasará pronto.

Lo peor de la muerte es conocerla

desde mucho tiempo antes de morir.

Tú pudiste volar y fuiste eterna”.


F.B.R. 2021

lunes, 21 de marzo de 2022

domingo, 20 de marzo de 2022

LA GENTE

 (Publicado en prensa)



Los analistas geopolíticos se afanan en desentrañar las causas de la invasión de Ucrania, pues no hay sinsentido que no admita un examen razonado, pero lo que resulta difícil es encontrarle -con geopolítica o sin ella- la más mínima justificación, en especial si partimos de la convicción de que una guerra, la gane quien la gane, la perdemos todos, al ser cualquier solución bélica un fracaso no sólo de nuestro concepto de civilización, sino también de nuestro concepto de mera humanidad.

A estas alturas de la Historia, con su cúmulo de escarmientos, una guerra degrada al género humano y lo sitúa a la altura del salvajismo, de la sinrazón y del delirio. Hoy por hoy, la barbarie es más barbarie que nunca, entre otras cosas porque parece comprobado que el recurso a la fuerza para solucionar un conflicto deriva en una paradoja: la solución acaba siendo el problema.

Putin ni siquiera se ha molestado en apoyar su guerra en un discurso acogido a la lógica de la irracionalidad, ya que le han bastado los simples pretextos. Entre otros, el de evitar un presunto genocidio en las zonas prorrusas del este de Ucrania, aunque ha optado por evitarlo de una manera un tanto extravagante: llevando a cabo un genocidio en el resto del país invadido, y a costa además de la vida de un número considerable de soldados rusos, que han muerto o van a morir para satisfacer el sueño megalómano de una mente criminal.

Nadie ignora que la OTAN no se rige por el mismo código que un santuario budista ni que EEUU tiene un largo historial de hipocresía y de vandalismo en su política exterior, pero no parece oportuno en este momento recurrir al memorial de infamias propias, sobre todo a partir del instante en que Putin, un narcisista embriagado de poder y de sí mismo, ordenó activar el estado de alerta en el arsenal nuclear ruso o, lo que es lo mismo, a amenazar al mundo con una destrucción a gran escala. Dar ese paso supone cruzar la frontera del infierno. Resulta complicado, en fin, aplicar parámetros de estrategia geopolítica a una estrategia de apariencia meramente psicótica.

La enseñanza más desoladora que nos proporciona esta guerra es la de la fragilidad de nuestro mundo, de nuestra forma de vida y de nosotros, los espectadores de este juego macabro en cuyo desencadenamiento y solución no pintamos nada y en el que estamos implicados de lleno por vía tangencial. Tendemos a confiar nuestro destino común en manos peligrosas y somos esos entes abstractos que votan de vez en cuando como quien juega a la ruleta, incluida la rusa. Somos los extras que padecen o mueren en medio de una obra teatral que escriben otros. Somos “la gente”. Es decir, nadie.


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sábado, 19 de marzo de 2022

LA PROPIEDAD DEL PARAÍSO


Hasta el 28 de marzo está disponible la opción de reservar un ejemplar con dedicatoria y recibirlo a principios de abril.

En la web de El Paseo Editorial se indican los pasos:

http://elpaseoeditorial.com/es/inicio/103-la-propiedad-del-paraiso-9788419188021.html?fbclid=IwAR0BFCQFYthvwXn6p_KW-8BFN56dxdZJE3-fXv5ztvM-aIYKDoEjOxw_WJk

En librerías, a partir de la tercera semana de abril.

miércoles, 9 de marzo de 2022

LA PIEL

 



LA PIEL

Directora: Liliana Cavani

(1981)

FILMIN

40 años después, he vuelto a ver esta película, basada en el libro homónimo de Curzio Malaparte, aquel personaje escurridizo, acomodaticio, narcisista y sumamente turbio que fue protegido de Mussolini y a quien Mussolini acabó encarcelando, aunque no porque el escritor derivase en antifascista, sino más bien porque fue un ultrafascista que se enfrentó, desde su vanidad intelectual, a jerarcas más poderosos que él. Tuvo suerte: aquellas detenciones le sirvieron a la larga para blanquear su pasado.

Tanto Kaputt (fruto de su tarea como corresponsal en el frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial) como La piel (sobre la vida en Nápoles tras la llegada de las tropas de liberación norteamericanas) me parecen libros magníficos, tanto por lo que cuentan como por cómo lo cuentan... aunque en Malaparte nunca se sabe si cuenta una media verdad o una media mentira. (Se sospecha, por ejemplo, que la primera versión de Kaputt era germanófila, hasta que se dio cuenta de que los alemanes iban a perder la guerra y la modificó).

Estilista barroco, tendente al efectismo -incluso al tremendismo-, vanaglorioso y de principios morales sospechosamente variables, esos dos libros suyos resultan, en fin, fascinantes, aunque tal vez más como literatura que como testimonio, por lo dicho de su volubilidad moral.

Liliana Cavani, en su película, que en esta revisión me ha parecido bastante buena, pone el acento en los aspectos más grotescos y macabros del libro, y lo hace a mi entender, en fin, con muy buen pulso -no era fácil- y con muy buen resultado.

domingo, 6 de marzo de 2022

LA FRAGILIDAD

 









La pandemia puso a prueba nuestra capacidad para enfrentarnos a un dislocamiento repentino de la realidad. Por una cosa o por otra, todos nos convertimos en epidemiólogos, en virólogos y en vacunólogos espontáneos. Ahora hemos pasado de la fatiga pandémica al estupor bélico: Rusia invade Ucrania y de repente nos vemos obligados a añadir a nuestro currículo el título de experto en geopolítica, a pesar de que el punto de partida no es el idóneo: incluso algunos de nuestros cargos públicos siguen convencidos de que el de Rusia es un régimen comunista, lo que no deja de ser tan exacto como suponer que la Junta de Andalucía está en manos de caudillos musulmanes.

         Puesto que la ultraderecha española se ha concedido el derecho a legitimar todos los disparates que se les pasen por la cabeza a sus histriónicos representantes, no duda en achacar a los socios del Gobierno central una complicidad ideológica con el dirigente ruso, lo que no deja de resultar un poco desconcertante, dada la simpatía recíproca –más estratégica que estrictamente emocional- entre Putin y los líderes de las ultraderechas europeas, a las que se sospecha –y algo más- que financia, en parte por sintonía ideológica y en gran parte por su afán de desestabilizar desde dentro las democracias occidentales.

         En el frente ideológico contrario, algunos socios gubernamentales se han opuesto a la ayuda militar a Ucrania con el argumento, igualmente desconcertante, de que las armas agravan los conflictos bélicos. (Sin duda, sobre todo si no tienes armamento para defenderte de quienes te atacan). Como alternativa, abogan por agotar la vía diplomática con un dirigente que se ha burlado desde el principio de la diplomacia internacional. Gracias a ese espíritu flower power, se supone, no sé, llevando las cosas al terreno de la caricatura fácil, que España debería enviar a Ucrania un lote de libros de autoayuda, en el que no podrían faltar El arte de no amargarse la vida y Cómo hacer que te pasen cosas buenas. Por otra parte, renegar de la OTAN en medio de una crisis bélica de alcance potencialmente mundial viene a ser, aparte quizá de inoportuno, tan sensato como beberte el gas de un extintor en mitad de un incendio para no deshidratarte a causa del calor.

         Pero incluso los despropósitos admiten matices… Lejos de representar un ideal comunista (por si alguien sigue empeñado en ignorarlo: el Partido Comunista es minoritario en la Duma Estatal), Putin es hoy un autócrata de facto acogido a la doctrina económica del todo vale -incluidas en ese privilegio las mafias, siempre y cuando no se inmiscuyan en las decisiones políticas-, aunque su figura quizá no puede entenderse sino como una herencia directa del KGB y, por tanto, del espíritu más siniestro de la URSS, aquella utopía humanista que derivó en una pesadilla distópica.

Cayó como tal la URSS, cambió de nombre el KGB, cambiaron de bando ideológico Putin y la mayor parte del pueblo ruso, pero lo que no cambió en su esencia fue el propio Putin, que ha pasado de ser un asesino selectivo a convertirse en un criminal de guerra con aspiraciones de genocida. Podría suponerse que el comunismo ruso acabó siendo una especie de enfermedad mental colectiva que optó por redimirse mediante la adopción de otra enfermedad mental: un capitalismo radicalizado que se avergüenza de serlo. Del “salvémonos todos”, en definitiva, al “sálvese quien pueda”.

         Otro matiz: con respecto al envío de armas a Ucrania, tal vez hay que entenderlo más como un deber moral que como una vía de solución. Por mucho que nos conmueva su discurso heroico de resistencia, Ucrania tiene perdida la guerra de antemano, por la sencilla razón de que Putin no puede permitirse perder esta guerra y tiene además capacidad sobrada para convertir Kiev, en un abrir y cerrar de ojos, en un escenario idéntico al de Berlín en 1945, por ejemplo. A poco que el presidente ruso se tope con un par de contrariedades en su plan de invasión y ocupación, es más que probable que opte por soluciones expeditivas que da escalofrío imaginar. La estrategia de destrucción progresiva puede dar paso, en cuestión de minutos, a una maniobra de destrucción fulminante.

         Los gobernantes ucranios, en su lógica desesperación, suplican la intervención de la OTAN en el conflicto, aun sabiendo de sobra que un simple disparo de un soldado de la OTAN en territorio ucranio magnificaría el conflicto hasta extremos de consecuencias casi inconcebibles, ya que si Putin tiene la habilidad –entre calculada y delirante- de acogerse a pretextos imaginarios para justificar sus acciones, mejor no imaginar nosotros lo que puede ocurrir si el pretexto fuese real.

         El corazón nos susurra que Ucrania debe vencer al invasor, pero la razón concluye que esa victoria es imposible. A lo sumo, una vez ocupada ante la obligada pasividad del resto del mundo para que el mundo siga siendo mundo, le quedaría la opción de la resistencia clandestina, de la escaramuza y el sabotaje, pero me temo que poco más, y tampoco en eso tendría el éxito asegurado, por la larga experiencia rusa en el control implacable de cualquier disidencia.

         Tanto la pandemia como ahora la amenaza bélica global nos han dado, en fin, la medida de nuestras fragilidades como civilización, cuyos cimientos pueden tambalearse por un virus y cuyo edificio puede demolerse por decisión de un megalómano con una mentalidad menos cercana a la politología que a la psicopatología.

Porque lo impensable acaba siendo posible. Porque así se escribe la Historia. Porque así se empeñan algunos en reescribirla.


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