domingo, 31 de diciembre de 2017

TIEMPO EN FUGA



 (Publicado ayer en prensa)

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Nos dicen, nos decimos: “Hay que vivir el instante”. Los poetas de la antigüedad ya andaban a vueltas con esa copla. Una premisa que se fundamenta en el prestigio de lo inmediato, en el beneficio potencial de lo presente. Y, sí, qué duda cabe, uno está de acuerdo en vivir el instante y lo que haga falta, pero vivir el instante implica vivir en la confusión, ya que el tiempo no es de verdad tiempo hasta que pasa: cuando asciende –o se degrada, según se mire- a memoria. Nuestra percepción del tiempo es en esencia retrospectiva. Construimos el tiempo. Inventamos el pasado y el futuro desde el presente, pues para eso es casi lo único para lo que sirve el presente, que al fin y al cabo no deja de ser un espacio de transición: historiamos desde él nuestro pasado y abocetamos en él nuestro futuro.

            Medimos el tiempo para no hacernos un lío con el tiempo. De lo contrario, sería para nosotros una especie de magma, un fluido informe. Cuando éramos niños, había días que parecían durar semanas, semanas que parecían durar meses, meses que parecían durar años, al ser el tiempo de la infancia muy lento, con algo de eternidad estática: una tarde lluviosa ante el cuaderno de los deberes podía resultar interminable, un simulacro desesperante de aquella forma de vida que debían de tener en el Cielo los difuntos bienaventurados, según nos relataban los curas con el optimismo propio de quien fantasea con los trasmundos. Luego, a medida que envejecemos, el tiempo tiende a apresurar el paso, a desbocarse, y los días ya no parecen semanas, sino apenas minutos, y los minutos ni se perciben, y los años parecen relámpagos.

            Se ve, en fin, que nuestra mente tiende a descompasarse con respecto al ritmo del tiempo, que va siempre por delante de nosotros. Entre un verano y otro, apenas un parpadeo. Entre unas fiestas navideñas y otras, apenas un suspiro. Y así: el tiempo a su aire y nosotros tras él, ganándonos siempre la carrera.

            Estamos a las puertas de un año nuevo. Hemos fragmentado el tiempo para tenerlo vigilado, para controlarle la velocidad. De no tener el tiempo sometido a la fragmentación en minutos, horas, días, semanas, meses, años, quinquenios, décadas, siglos o milenios, acabaríamos por volvernos locos: “Hace muchísimo que no nos vemos”, diría uno, y su interlocutor precisaría “Mucho más que muchísimo”, o tal vez “No tanto”, y ambos tendrían razón, al ser el tiempo en abstracto una medida personal, una sensación intransferible de tránsito. De no haber fraccionado y etiquetado el tiempo, se acabarían por ejemplo las citas: “Nos vemos dentro de…”. ¿Dentro de cuánto? Para procurar ser puntuales, ¿nos guiaríamos por las lunas, por las mareas, por la posición del sol? 

            Y este cuento… este año, quiero decir, se ha acabado.

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sábado, 30 de diciembre de 2017

(Los años son como los electrodomésticos: cada vez duran menos.)

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viernes, 29 de diciembre de 2017

(Ayer fue el día de los inocentes. Hoy es el cumpleaños de Puigdemont. Mañana se celebra el día del diácono Exuperancio, del obispo Jocundo y del mártir Mansueto... Y así vamos concatenando, en fin, grandes efemérides.)

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lunes, 25 de diciembre de 2017

(No soy muy filonavideño, pero sí muy filoxilográfico. 
Aparte de eso, siempre es bueno desear lo bueno, de modo que todo lo bueno para todos ustedes.)

domingo, 24 de diciembre de 2017

DISCURSO NAVIDEÑO



Como cada año, es para mí un honor y una responsabilidad dirigirme a todos los españoles y españolas en estas señaladas fechas navideñas. Fechas que marcan un hito colectivo en cuanto a consumismo y fraternidad, con la mirada fija en unos objetivos sociales que a todos nos afectan.

            Vivimos tiempos difíciles, pero es en la dificultad donde las grandes naciones encuentran el impulso necesario para impulsarse. Impulsarse hacia adelante, no hacia atrás, como desgraciadamente hemos presenciado en ocasiones en países amigos, víctimas hoy del anonadamiento económico del que nuestra firme democracia se manifiesta como garante, aunque al revés, pues lo que nos garantiza es la fuerza y el estímulo necesario para esquivar ese fatal anonadamiento al que antes me he referido. 

              Porque si bien es cierto que las dificultades hacen que todo sea más difícil, también lo es, y en no menor medida, que lo sencillo vuelve todo demasiado fácil, y los grandes empeños requieren un esfuerzo común y un sacrificio colectivo que sólo los ciudadanos de buena fe estamos dispuestos a afrontar, pues nuestra experiencia en el duro campo de la adversidad histórica nos otorga un aval milenario de compromiso y abnegación.

No quiero dejar pasar por alto la ocasión de brindar todo mi apoyo a quienes, desde el convencimiento europeísta, viajan al menos una vez al año a Europa, sin distinción de zonas, pues mantengo la convicción de que Europa constituye una construcción global que requiere el esfuerzo y la ilusión de todos. Repito: son tiempos difíciles, pero no por ello debemos cejar en nuestros afanes de igualdad y de legalidad, de legalidad y de igualdad, pues entre todos y todas sabremos convertir nuestros proyectos en realidades. 

No puedo olvidarme de quienes en estas fechas navideñas se preparan a conciencia para entrar de lleno en las fiestas navideñas, ya sea disfrazándose de Papá Noel o de rey mago, ya sea de pastorcillo en los belenes vivientes o de Virgen María, ya sea preparando cestas surtidas o reponiendo polvorones en los grandes almacenes. No dudo que el esfuerzo conjunto dará como resultado un resultado conjunto.

Si sabemos encontrar el rumbo, nuestro timón no dudará qué rumbo seguir. Si acertamos a mantener firme el timón, llegaremos a puerto. Si comemos demasiado turrón, nos caerá mal. 

Felices fiestas.

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viernes, 22 de diciembre de 2017

Aquí, las tres primeras entregas de mi cuento navideño, en INFOLIBRE.
El viernes próximo, la cuarta y última: 

https://www.infolibre.es/noticias/los_diablos_azules/2017/12/22/reposteria_irresponsable_cuento_navideno_73375_1821.html

domingo, 17 de diciembre de 2017

CONTINGENCIA Y NECESIDAD



(Publicado ayer en prensa)

Gane quien gane el próximo jueves las elecciones catalanas, las ganarán, aunque las pierdan, los independentistas. Las ganarán no sólo porque entra dentro de lo posible que las ganen, sino porque ya han elaborado el discurso del triunfo moral en previsión de un fracaso porcentual: unas elecciones ilegítimas e ilegales, con riesgo de pucherazo, en desigualdad de condiciones, con candidatos encarcelados, y sometidas además a la manipulación por parte de los poderes estatales. Pero lo curioso es que, gane quien gane, si se cumplen las previsiones, las perderán todos, lo que sin duda servirá, en atención a la peculiar lógica política, para que todos se consideren triunfadores. Un triunfo prorrateado que tendrá como consecuencia previsible una situación de ingobernabilidad.

            En Amanece que no es poco, aquella película disparatada de José Luis Cuerda, un lugareño grita emocionadamente a la primera autoridad de su pueblo: “¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”. Un sentir similar ha venido imponiéndose en Cataluña: España es contingente, una convención ahistórica, pero Cataluña es necesaria como entidad histórica natural. De ahí se ha pasado a un sentir un poco más desconcertante, aunque esperemos que transitorio: Cataluña puede ser de momento contingente, pero Puigdemont es necesario. Para coronar la deriva, el proceso parece estar ahora en su punto supremo: Cataluña es coyunturalmente contingente, pero inaplazablemente necesaria. 

Este punto de equilibrio entre lo contingente y lo necesario sólo presenta un defecto: que nadie acabe sabiendo qué es lo uno y qué es lo otro, de modo que lo contingente se confunda con lo necesario y viceversa, lo que no dejaría de ser una contingencia innecesaria. Por ejemplo: que, para que Cataluña se erija ante el mundo como una necesidad, los catalanes tengan que extremar su contingencia ante el mundo; que, para que la patria se imponga como necesidad, los ciudadanos contingentes padezcan la contingencia del sacrificio por la patria. O dicho de otro modo: para que exista una república independiente, resulta inevitable que la ciudadanía en pleno se someta a la dependencia de su república, ya sea esta contingente o necesaria para cada cual, así se dé la contingencia de que la corriente secesionista se erija en necesaria frente a la contingencia de los unionistas innecesarios. 

¿Fuga de empresas e incertidumbre económica? Sacrificio. ¿Políticos heroicos que acaban resultando cómicos? Sacrificio. ¿Perspectivas de aislamiento aldeano? Pues sacrificio. Y así hasta que el entendimiento aguante, en el caso de que podamos implicar al entendimiento en los mecanismos emocionales de las quimeras  colectivas. 

            El próximo jueves ganarán todos y perderán todos. Porque no se trata de una pugna entre programas políticos, sino de un pulso entre realistas y utópicos, entre mártires y opresores, entre alucinados y pragmáticos. Entre la contingencia, en suma, y la necesidad. Sin punto medio.

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viernes, 15 de diciembre de 2017

Hoy, en INFOLIBRE, sale la segunda entrega -serán cuatro- de un cuento mío navideño: pastiche entre Twain y Dickens, si se me permite la inmodestia al elegir los modelos.

domingo, 3 de diciembre de 2017

A LO SUYO



(Publicado ayer en prensa)

El independentismo catalán se ha acogido a un método de efectividad casi infalible: someter la realidad a la lógica del absurdo. Y resulta infalible porque resulta a la vez irrebatible: si alguien te asegura que tiene escondido en su casa a un marciano cabezudo, a ver cómo se lo refutas, ya que el problema no es tanto el extraterrestre cabezudo en sí como el funcionamiento de la cabeza del terrícola.

            De cuanto llevamos oído al respecto, se saca al menos una conclusión: que el “seny” que allí se esgrime como rasgo identitario –cabe suponer que en contraste con la tendencia del resto del país al disparate y al atolondramiento- no pasa de ser una leyenda más de cuantas conforman el imaginario colectivo catalanista, o al menos ese imaginario que la mitad de los nativos de allí se empeña en imponer como único legítimo a la mitad restante; es decir, a esa otra mitad convertida en receptora involuntaria –y cabe suponer que un tanto atónita- del cuento del marciano.

            Hemos oído que el Estado español es un ente sanguinario dispuesto a sembrar de cadáveres las calles de la pacifista Cataluña, que la DUI es un invento del gobierno central, que tanto Europa como el empresariado abrazarían incondicionalmente la causa –aunque tanto la una como el otro cayeron en desgracia cuando incumplieron las expectativas. Hemos asistido al nacimiento de una república en cuyos organismos oficiales siguió ondeando la bandera española. Hemos visto centenares de heridos invisibles. Hemos sido testigos de la adhesión de las izquierdas a un presidente heroicamente fugado, heredero político de un padre de la patria que a la vez fue hijo adoptivo de la banca de Andorra. Hemos oído a un catedrático de economía, científicamente secesionista, la conjetura de que la subida del paro en Cataluña es, en el fondo, una buena noticia para Cataluña (¿?), al regirse las cosas allí por unos parámetros misteriosos. Hemos visto a los principales artífices del proceso acatar el 155 con la docilidad de unos revolucionarios responsables, aunque sorprendidos e indignados por el hecho de que la ley se aplique a los políticos que incumplen la ley. Hemos visto pedir amparo constitucional a unos infractores de la Constitución, tras considerar un mandato popular ineludible el resultado de un referéndum paródico. Hemos visto pedir dinero solidario a un expresidente perteneciente a la oligarquía insolidaria y a unos golpistas acusar a la ley de instrumento golpista. (Y cerremos aquí el catálogo de prodigios.)

            Como problema complementario, contamos con un gobierno central que carece de honorabilidad para combatir las fantasías separatistas, lo que vuelve vulnerables incluso sus argumentos razonables: no puede dar lecciones de legitimidad institucional quien no tiene credibilidad moral. Como problema derivado, casi todos los partidos estatales de la oposición procuran mantener un equilibrio difícil: nadar en Cataluña y seguir guardando la ropa en el resto de España.

            Y lo que quede, en fin, quedó.

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