miércoles, 30 de mayo de 2012

MUNDO Y OMBLIGO

Oído ayer a un bromista: "Aquí todo el mundo va a lo suyo... menos yo, que voy a lo mío".

sábado, 26 de mayo de 2012

OTRO DILEMA

Si hubiera una invasión extraterrestre medianamente civilizada, sin aniquilacion total del género humano, con una convivencia pacífica -aunque sin duda recelosa- entre ambas especies, ¿adónde tendría que acudir, en rigor, un extreterrestre enfermo, a la consulta de un médico o a la de un veterinario?

lunes, 21 de mayo de 2012

UNA VIEJA PELÍCULA, ANOCHE

Pudo haber sido una ñoñería, pero no. Pudo haberse quedado en un cuadro costumbrista, pero no. 

Con "Our Town" (en español "Sinfonía de la vida"), de 1940, basada en una obra de teatro de Thornton Wilder, Sam Wood consigue una película emocionante sobre nuestra fugacidad, sobre la fragilidad y la fortaleza de nuestras aspiraciones, sobre la grandeza y complejidad de las vidas pequeñas.

Al fondo, la muerte, como un brochazo oscuro. En primer plano, el prodigio melancólico y luminoso de la vida.

sábado, 19 de mayo de 2012

EL NEGOCIO ADECUADO


No sé ustedes, pero les confieso que yo, si tuviera que montar un negocio, optaría por un banco. Creo que es la opción adecuada en estos tiempos de incertidumbres, y sorprende que, visto lo visto, no haya más gente que se dedique a la creación de entidades bancarias, ya que sus requisitos básicos tampoco son cosa del otro mundo: contar con un buen déficit, contratar a unos gestores desastrosos, regalar las tradicionales sartenes, organizar una rifa mensual de algún artefacto electrónico entre los clientes, jugar con el dinero ajeno como si fuera propio, cobrar comisiones a esos cándidos que prestan su dinero extra a los bancos para que los bancos no lo presten a quienes lo necesitan; practicar la usura con mano de hierro y recurrir a la misericordia cautiva del Estado una vez que el banco se haya convertido en una patata caliente -y de ahí, supongo, la asociación inquebrantable entre bancos y sartenes: la sartén como metáfora. “¿Como metáfora de qué?”, me preguntarán ustedes. Pues no estoy seguro, la verdad. ¿Del tenernos fritos?

Sartenes aparte, insisto en que lo mejor que puede hacer una persona en nuestros días, y más aún si se trata de una persona en paro, es montar una entidad bancaria. (Es posible que exista una partida en los Presupuestos Generales del Estado para la promoción y el desarrollo de esta iniciativa. Consulten el BOE, por si acaso.) A fin de cuentas, la banca es un negocio de veras exótico, regido por unos parámetros distintos a los de cualquier otro negocio más o menos legal: si vendes pollos, tu éxito como pollero consiste en vender pollos a un precio que te permita vivir con más o menos holgura; ahora bien, si eres banquero, no importa que el negocio vaya mal como tal negocio si en cambio a ti, como propietario del negocio, te va bien. Magia potagia, como si dijéramos.

Lo más complicado a la hora de montar un banco es buscar un buen nombre. Si montas una mercería, puedes apañarte con El Botón de Oro, pongamos por  caso. Si te apellidas, qué se yo, Aurrecoechea y decides montar un ultramarinos, lo tienes fácil: Ultramarinos Aurrecoechea, y si tus hijos se suman algún día al negocio, basta con añadirle “e hijos”. Si te apellidas Bocanegra y montas una empresa de fontanería, lo decides en dos segundos escasos: Fontanería y Suministros Bocanegra. Ahora bien, si alquilas un bajo comercial y montas un banco, la cosa se complica, porque los nombres buenos ya están cogidos. ¿Banco Central de la Barriada de la Virgen de las Angustias, Banco Pepe el Gallego, Bankmanolo? Pero no hay que desesperar ni renunciar a la creación de nuestro banco por un detalle al fin y al cabo tan irrelevante, ya que lo que contará de él no será su nombre sino su eficacia, y de esa eficacia no podemos tener dudas: si somos banqueros de raza, somos banqueros de raza, como sin duda nos confirmaría el eminente Pero Grullo.

…Y entonces me desperté.

sábado, 5 de mayo de 2012

UN YOGUR EN FACATATIVA


Todos los topónimos son raros, pero hay lugares que tienen un nombre especialmente raro, lo que no deja de reservar su peligro, ya que un pueblo con un nombre especialmente raro facilita que ocurran en él cosas muy raras.

Si vas, qué sé yo, a la guatemalteca Chimaltenango, ¿qué habría de insólito en que avistaras un ovni con hechuras de templo maya? Si visitas Nicosia, ¿quién quita que te persiga por las calles vacías, de madrugada, el fantasma de hierro de un templario? Si por cualquier azar recalases en Sri Jayewardenepura, allá en Sri Lanka, ¿quién te libraría de un encuentro misterioso con un mercader de caucho que te llevase a su casa para mostrarte una cabeza parlante o la cría de un dragón tricéfalo?

En Colombia, en un pueblo llamado Facatativa (un nombre que sugiere una nomenclatura propia de un novelista acogido al realismo mágico, ese código imaginativo que tolera el vuelo espontáneo de los ancianos achacosos o la suelta de una plaga de mariposas en cualquier página, ya sea par o impar, de las ficciones) ha ocurrido algo que sólo podría ocurrir en un pueblo que se llama así. (Por si fuera poco, Facatativa pertenece al departamento de Cundinamarca, lo que es el colmo del sincretismo: una mezcla de Congo con u y de Dinamarca tal cual.) El caso es que allí, en Facatativa, seis niñas de entre ocho y nueve años le regalaron un yogur a su maestra. ¿Un yogur de piña, un yogur de mango, un yogur natural con bífidus activos? No exactamente: un yogur en el que las niñas habían vertido, machacadas, todas las pastillas que habían encontrado en su casa respectiva. Un yogur farmacológico, digamos, tal vez con tropezones de sustancias laxantes o anticoagulantes, anestésicas o antiinflamatorias. 

¿Le ofrecieron las alumnas a su maestra ese yogur no homologado para paliarle algún tipo de afección? No. Lo que las niñas pretendían escapaba del ámbito de las actuaciones filantrópicas: su intención consistía en envenenar a la maestra, a la que responsabilizaban de sus malas calificaciones. Estamos -por si alguien lo ha olvidado- en Facatativa, ¿eh? Y los habitantes de Facatativa no pueden andarse con los mismos remilgos que los de Ponferrada o los de Alicante, pueblos que a los naturales de Facatativa deben de sonarles tan exóticos como a nosotros el suyo, porque el mundo es en el fondo una cuestión de perspectiva: si vas a Katanga, cabe la posibilidad de que te devore un león; en cambio, si vas a Helsinki, descartas la posibilidad de que te devore un león, pero no sería prudente que descartases la posibilidad de que te atropelle con su coche un cazador de leones o, como poco, un taxidermista.

Pero a lo que íbamos: ¿lograron su propósito las niñas asesinas? No. Una de ellas dio marcha atrás en su camino hacia el crimen organizado y confesó antes de que la maestra se tomara el yogur. De modo que final feliz.

“Pero ¿por qué nos cuenta usted esto?” Pues miren, porque prefiero no hablar de otras cosas, incluido el yogur que algunos están haciéndonos tragar.
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