domingo, 15 de noviembre de 2015

EL HEROÍSMO CONFORTABLE



Hemos avanzado: antes, si un territorio decidía independizarse o si alguien tenía la ocurrencia de anexionarse un territorio, las cosas se resolvían casi ineludiblemente en el campo de batalla. No se salía con la suya quien tenía más razón, sino quien tenía más fuerza. No era preponderante ni decisivo el discurso, sino la eficacia militar. Hoy, por fortuna, una declaración de independencia puede decidirse pulsando un botón desde un escaño de terciopelo. Es una de las ventajas de los regímenes democráticos: tener la obligación de asumir de forma incruenta esas maniobras extrademocráticas que se amparan en la defensa de una democracia alternativa, adornada por lo general con componentes mágicos: la consecución de un paraíso sociológico o, como poco, la recuperación de un edén vernáculo usurpado por un enemigo más o menos ficticio y más o menos calculadamente robotizado en el imaginario colectivo. 

            En Cataluña, lo primero que se ha independizado han sido las matemáticas, que allí han pasado de ser una ciencia exacta a convertirse en una ciencia esotérica: un 47,8% es más que un 52,2%. O lo que viene a ser lo mismo: una suma de diputados vale más que una suma de ciudadanos.
            Los políticos catalanes que han optado por proclamar teatralmente la independencia parecen pensar más en los futuros libros de historia que en el presente, lo que si bien puede entenderse como un gesto loable de previsión, también podría malinterpretarse como un síntoma de profetismo, y ya sabemos que no ha nacido aún el profeta que dude de su clarividencia. Hay mucho de heroísmo ornamental en su actitud, sabedores de que al fin y al cabo la sangre no llegará jamás al río y de que cualquier acción que se les aplique, ya sea judicial o policial, no hará sino nimbarlos de santidad en su versión cívica. Aunque fracasen, saben que triunfarán, pues su éxito depende en gran medida de la dimensión de su cataclismo, mejor cuanto más dramático. Es un juego curioso: gana más quien pierde que quien gana.

            En Cataluña estamos asistiendo a lo que parecía apenas una suposición intelectual un tanto apocalíptica: la muerte de las ideologías, en beneficio en este caso de un supraconcepto: la república catalana independiente, que al parecer es algo que está no sólo por encima de las controversias partidistas, sino por encima incluso de la realidad catalana, aunque no desde luego por encima de Artur Mas, que es el Hamlet, el Arlequino y el Míster Bean de este pintoresco sainete.

            ¿La solución pasa por la convocatoria de un referendum, por el diálogo político –sea eso lo que sea-, por la aplicación a rodillo de las leyes? Doctores tiene la conjetura, pero mucho me temo que la solución del problema no es otra que el problema en sí. Y es que quien tiene la habilidad de crear un conflicto irresoluble suele saber lo que se trae entre manos: tanto el veneno como el antídoto.

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lunes, 2 de noviembre de 2015

EL CASI, EL EX Y EL PRE

(Publicado el sábado en prensa)



Si buena parte de las maniobras políticas de las altas esferas del poder tiene mucho de sainete, hasta miedo da pensar el grado paródico que ese sainete puede alcanzar a nivel de pueblo menor de 20.000 habitantes, como lo es por ejemplo la localidad gaditana de Chipiona, donde un ex cabecilla local del PP está que se lo llevan los mismísimos duques del infierno por el hecho de que el PSOE haya incluido en sus listas para el Senado a una ex concejala de su pueblo a la que él tiene doblemente denunciada por diversas ex actuaciones presuntamente pavorosas. Tales denuncias están aún en mero trámite, pero, lejos de achantarse ante la lentitud de las diligencias judiciales, el ex capitoste ha optado por insistir en el argumento de que se trata de una casi imputada, de una precondenada, de una predelincuente que el día menos pensado, en cuanto los jueces se espabilen, será más carne de presidio que de cámara alta. 


Resulta evidente que estamos ante una versión chipionera de Regreso al futuro, comedia de enredos temporales de la que acabamos de celebrar el trigésimo aniversario de su estreno. Y se pregunta uno: ¿tendrán en la sede del PP de Chipiona una bola de cristal en la que el porvenir se manifiesta con la nitidez de un guiñol? Cosas más raras se han visto, como por ejemplo el noviazgo tripartito entre Mas, Junqueras y Baños, que a estas alturas son ya los prepadres de la prepatria catalana, en un revoltijo admirable de miembros de la alta burguesía y del anticapitalismo, de herederos de la corrupción tradicional y de paladines de la anticorrupción, con un grado de armonía equiparable al de aquellos folletos de los testigos de Jehová en que el león yacía junto a la oveja, el niño junto al lobo feroz y la gacela junto al tigre.   


La ex concejala y presenadora chipionera debe de estar, en fin, que no le llega la blusa al cuerpo, pues me temo que todo político le teme más a una preimputación que a una imputación propiamente dicha, ya que el nivel de incertidumbre de la primera supera al de la segunda, y lo que menos necesita un político son incertidumbres, al ser su materia de trabajo el porvenir y no el presente: lo que importa no es lo que se está haciendo o dejando de hacer, sino lo que se hará, pues la esencia de todo buen discurso político no es tanto la realidad en crudo como ese preterritorio mítico que nuestros prerregidores nos pintan en los programas electorales.


Si el ex dirigente del PP de Chipiona asegura que la ex concejala y presenadora chipionera es una preimputada, sus razones tendrá, y ya veremos si el tiempo y la justicia –que suele ir a contrapié del tiempo- le dan la razón. Mientras tanto, aquí estaremos nosotros, expectantes ante la resolución del precirco, del circo y del postcirco. 

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domingo, 1 de noviembre de 2015

EL CIUDADANO, EL PINTOR Y EL EREMITA

Esta es la semblanza que he escrito para el catálogo de mi paisano el pintor Manolo Tosar (Tosar Granados), que ahora expone en Jerez de la Frontera, en los claustros de Santo Domingo.




Cuando el pintor Tosar Granados es el ciudadano Manolo Tosar, con su melena y su barba de reminiscencias bíblicas, con su piel tostada y tersa de santificado, te da la impresión de que se trata de un eremita que acaba de volver de los rigores del desierto de cumplir una larga y mortificante penitencia por sus disipaciones.

Hablas con Manolo Tosar y ahí tienes un gran espectáculo: gesticula gallardamente con el aplomo de un monarca escapado de una obra de Calderón de la Barca, te dice algo con su voz imponente de tenor, mueve la mano en el aire como si el aire fuese un lienzo, se levanta de la silla y da dos vueltas sobre sí mismo para celebrar una ocurrencia o para escenificar un asombro, dice algo y se tapa de inmediato la boca para dar a entender que quizá no ha debido decir lo que ha dicho, te interroga con un alzamiento de las cejas si ha debido decir eso que ha dicho, le confirmas que él puede decir lo que se le antoje, se ríe con su risa de bucanero bueno de los mares del Sur, se mesa la susodicha barba bíblica, distrae durante un segundo los ojos vivaces en una lejanía abstracta, como si buscase allí un argumento perdido, te mira, se mira un poco por dentro y complementa toda esa teatralidad con una frase sentenciosa que de inmediato se arrepiente de sí misma, de su solemnidad y vehemencia, para coronarla al instante con un alegre disparate, acompañado convenientemente de la ya referida risotada de aristócrata de la piratería.


Eso en la calle. Porque, en cuanto se encierra en su estudio, en su taller de blancuras y de espectros de colores, ahí tenemos ya a Tosar Granados, el maestro pintor, el que discute con los fulgores y las sombras, el que pacta con las figuras huidizas, el que pone cepos líricos a la luz para apresarla, para darle un molde y un sentido, para ponerla más en claro. El Tosar Granados que construye deslumbramientos geométricos. El Tosar Granados que pronuncia el abracadabra de la blancura para que se haga la blancura. El hechicero que transforma la luz incorpórea en una materia densa y expansiva. El de los corros de personajes grotescos. El de las muchedumbres arábigas que parecen estelas de colores en fuga.


Ahí, en su estudio, hablando y batallando consigo mismo, gesticulando para sí mismo, convirtiendo en tangible lo incorpóreo, es donde Manolo Tosar, el ciudadano con aspecto de eremita, se convierte en el eremita Tosar Granados: el solitario ante su arte. El hombre que recrea los desiertos infinitos y las esquinas pequeñas. El constructor de un mundo de azoteas y de páramos, de escenarios entre reales y oníricos: tan reales a veces, que dislocan la realidad; tan oníricos, que acaban resultando delicadamente hiperreales.

Allí, en su taller de alquimista que sabe convertir la nada en luz, es donde Manolo Tosar se repliega sobre sí mismo para que hoy podamos disfrutar, en fin, de los encantamientos minuciosos y refulgentes de los cuadros de Tosar Granados.

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