miércoles, 29 de junio de 2016

martes, 28 de junio de 2016

Qurro, el paparazzo de ultratumba, ha pillado hoy al más grande de todos los Jimi que en el mundo -y en el trasmundo- han sido.


domingo, 26 de junio de 2016

viernes, 24 de junio de 2016

BREXIT

No sólo un problema económico, sino también una gran victoria de la ultraderecha. No la ultraderecha exhibicionista, sino la silenciosa: el votante visceralmente patriotero, orgullosamente ignorante y reconcentradamente xenófobo.

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jueves, 23 de junio de 2016

Qurro, el infatigable paparazzo de las estrellas de ultratumba, sigue mandándome instantáneas del Más Allá.

miércoles, 22 de junio de 2016

LO MÁS LEÍDO EN EL MÁS ALLÁ


Qurro, el paparazzo de las celebridades de ultratumba, me manda esta instantánea.

martes, 21 de junio de 2016

RESEÑA

El novelista Ignacio Arrabal publica hoy esta reseña en Diario de Jerez.
(Si alguien la lee, imagino que pensará que somos amigos del alma, pero el caso es que sólo nos conocemos de leídas.)


sábado, 18 de junio de 2016

lunes, 13 de junio de 2016

(Vuelta a pillar por un paparazzo.)


RESPETO Y PORCENTAJE




 (Publicado el sábado en prensa)


Comprendo que un sábado no es el día idóneo para citar a Aristóteles, pero recordemos aquella frase que abría su “Metafísica”: “Todos los hombres tienen por naturaleza el deseo de saber”. Lo curioso es que ese anhelo de sabiduría puede estimularlo cualquier cosa, incluida una compañía eléctrica, por lo que les cuento… La empresa que amablemente me suministra la electricidad acaba de mandarme una carta en la que me anima a sustituir las bombillas incandescentes por bombillas led, con el argumento de que estas últimas “respetan la intensidad, la calidez y el color de luz que tú prefieres para la decoración de tu hogar”. Eso está bastante bien: que las bombillas respeten, porque más vale no imaginar un comportamiento irrespetuoso por parte de las bombillas. Dentro de ese clima de respeto, en fin, mi compañía eléctrica me sugiere respetuosamente el uso de unas respetuosas bombillas led, y respetuosamente sopeso su oferta.

            Hasta ahí todo en orden: las bombillas led, el respeto… Lo misterioso viene cuando me aseguran que con esas bombillas no sólo reduciré mi consumo de energía en un 80%, sino que además mi factura eléctrica podría reducirse en un 10%. Reconozco que las matemáticas nunca han sido mi pasión, pero me atrevo a sospechar que hay algo anómalo en esos porcentajes. Una voz de origen parapsicológico me susurra que algo no cuadra, que algo chirría, que hay un factor poco respetuoso en esa propuesta… De modo que, según pronosticó Aristóteles, se me activa el deseo de saber. En concreto, el deseo de saber por qué motivo, si ahorro un 80% de consumo, sólo ahorro un 10% en la factura, cuando se supone que ambos ahorros deberían ser no digo que equivalentes, porque la candidez tiene un techo, pero sí al menos proporcionales. De sobra entiende uno que a las compañías eléctricas hay que pagarles incluso cuando tenemos la luz apagada o cuando nos abastecemos de energía solar. 

              De sobra se resigna uno a comprender que un oligopolio no se dedica a vender una materia tan abstracta y tan lírica como lo es la luz por motivos abstractos y líricos. De sobra sabe uno, en suma, que existe un enigmático déficit tarifario que debemos purgar entre todos, como si ese déficit fuese una versión eléctrica del Pecado Original. Pero lo que se entiende peor es el planteamiento: que consumamos menos para que la compañía pueda multiplicar sus beneficios. Ni al jefe de la organización criminal Spectra se le hubiera ocurrido una maniobra tan sutilmente retorcida como la ideada por los cerebros de Endesa: que ahorres un 80% de consumo eléctrico para que la compañía pueda ganar un 70% más de lo que ya gana. Y algo que roza la genialidad mercantil: ni siquiera te regalan las bombillas led, las respetuosas, sino que te las venden.

            Hay días, en fin, en que es mejor no acordarse de Aristóteles.

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ENTREVISTA

S. Pérez Malvido me entrevista en CAOCULTURA:

http://caocultura.com/felipe-benitez-reyes-no-ninguna-vocacion-moralista/


viernes, 10 de junio de 2016

miércoles, 8 de junio de 2016

EL ENMASCARADO DE PLATA



La memoria de mi infancia es un verano infinito, una playa fantasmagórica habitada por figuras de cera, un tiempo circular. El Cine Playa estaba especializado en películas de terror, en sentido amplio: cualquier historia anómala, cualquier descabellada fantasía. Y me acuerdo ahora, con la llegada del calor hostil, de Santo, el Enmascarado de Plata, aquel campeón de lucha libre convertido en superhéroe por la industria cinematográfica mexicana y ascendido al rango de ídolo nacional por sus compatriotas. 



De batirse en el ring con rivales que se hacían llamar el Lobo Negro, el Murciélago o el Ruso Loco, aquel enmascarado acabó batiéndose en los mundos de ficción con el Rey del Crimen, con el Estrangulador, con Drácula, con el Hombre Lobo, con los cazadores de cabezas, con el doctor Frankenstein y con la hija de Frankenstein, con las mujeres vampiro, con la Momia, con los zombis, con los jinetes del terror, con la Mafia del Vicio y con el barón Brákola. Todos aquellos engendros y villanos más o menos sobrenaturales le hacían perrerías, pero Santo acababa saliendo victorioso, porque el representante de la bondad era él: Rodolfo Guzmán Huerta, nacido en Tulancingo en 1917 y muerto, como héroe popular de México,  en 1984. 


En sus comienzos como luchador, Santo decidió enmascararse, y enmascarado se mantuvo en público hasta pocas semanas antes de su muerte, cuando decidió desvelar en un programa televisivo el enigma de su cara. (A principios de los años 40, un rival consiguió arrancarle la máscara durante una pelea, pero resultó que debajo tenía otra, porque el mismo Santo avisó a los curiosos: “Nadie hay detrás del Enmascarado. Todos y ninguno a la vez”.) No obstante, fue enterrado con la máscara puesta, como gesto simbólico de fidelidad a su secreto, o quizá porque quien en realidad moría no era Rodolfo Guzmán, sino un personaje que pertenecía al supramundo de los seres prodigiosos. 














Es muy vago mi recuerdo de sus películas: Santo en el Museo de Cera, Santo en el Hotel de la Muerte, Santo contra la invasión de los marcianos, Santo en el tesoro de Drácula, Las momias de Guanajuato… (Y, de pronto, una desconcertante resonancia metafísica: Santo frente a la muerte.) 


De niño, en las noches estáticas de verano, me iba al Cine Playa y la realidad comenzaba a trastornarse: vampiros noctívagos y sedientos, licántropos feroces, campesinas rubicundas convertidas en siervas lascivas del conde de Transilvania, marcianos psicóticos, espectros de templarios que cabalgaban a lomos de bestias fantasmales… Un surtido de horrores, un muestrario de trasmundos.

Ahora, con la llegada del calor, se acuerda uno de cosas, porque la infancia habita un verano eterno. Santo contra las lobas, Santo contra el Cerebro Diabólico, Santo contra la magia negra… El Enmascarado de Plata luchaba, en definitiva, contra casi todo, porque su misión consistía en poner un poco de orden en un planeta amenazado por toda clase de seres impensables. 


Jubilado del ring y de los platós, el Enmascarado trabajó durante un tiempo como escapista junto al mago Yeo, hasta que un día se escapó del mundo para no volver. Su féretro lo cargaron Blue Demon y Black Shadow, sus antiguos rivales deportivos. 


De vez en cuando, en fin, con la llegada del calor, el caprichoso recuerdo trae la imagen enmascarada de Santo, huésped excepcional de mi memoria de la infancia, ese verano neblinoso que no acaba jamás.

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lunes, 6 de junio de 2016

PALABRAS



Hay palabras que parecen ajustarse con precisión a lo que designan. La palabra “plata”, por ejemplo, con esa “p” de prestigio y esa “t” que describe su frialdad. Una palabra, por cierto, que ha dado muchas vueltas desde el nombre latino argentum, que no suena a metal precioso, sino más bien a metal basto. Ahí está también la palabra “aurora”, que me parece perfecta, con ese arranque de aullido de lobo, como colofón a una noche más o menos de walpurgis, como suelen ser las noches de los inquietos.

            En cambio, hay palabras que chirrían con respecto a lo que designan. La palabra “albornoz”, pongamos por caso, porque parece demasiada palabra para tan poca cosa, con una resonancia arábiga digna de causa mejor. Un albornoz sólo merecería llamarse albornoz si tuviese bordados y ornamentos, y habría de ser prenda que se usase a la salida de una bañera de mármol pulido, como poco, o de un estanque propio de un sultán, porque parece existir un ligero desajuste en el hecho de vestirlo a la salida de una cabina de ducha, así disponga tal cabina de mecanismo de hidromasaje. 

Otra palabra estupenda es “góndola”, pues no logra uno imaginar un nombre mejor para esas embarcaciones que Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española, describe de este modo: “Género de barquilla, de las cuales usan en Venecia para andar por las calles, como en tierra firme se sirven de los coches. No sé su etimología, si no está corrompido el vocablo de contola, de contus, en caso que se guiase con varal, que suele servir de remos”. Una barquilla para andar por las calles… Esas calles de agua ligeramente corrompida, como supone Covarrubias que lo está el vocablo. 

La palabra “lino” tampoco está mal, porque sugiere limpieza y frescura. No así la palabra “vena”, que parece demasiado sintética para el proceso que lleva a cabo en ella la sangre, que tampoco es una palabra de premio, porque no da idea de su fluir, sino más bien de cosa inmóvil: sangre… No. Ahí nos hemos equivocado, me parece. La palabra latina sanguis estaba bien, sin ser nada del otro mundo, y me temo que nos hemos pasado en el grado de evolución etimológica.  

            Otra palabra acertada es “taberna”, aun siendo fea, porque describe bien el olor a vino derramado, a humo rancio, a sudor de laboriosos. Una palabra perfectísima es “geometría”, que en sí misma es una palabra geométrica, de igual modo que resulta aritmética la palabra “aritmética”. En cambio, el adjetivo “voluptuoso” constituye un ejemplo de desarreglo: todo el que la pronuncia parece tener una rana o una albóndiga dentro de la boca. Ahora bien, para palabra ampulosa y desajustada, “bucólica”, que tan mal casa con la esencia de lo campestre, como casi todo lo esdrújulo, por poco llano que sea el terreno. 

Y nada más. Que tengan ustedes un buen sábado, que es una palabra sobre la que podríamos discutir.


(Publicado en la prensa)

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domingo, 5 de junio de 2016

Disculpen, por favor, tantas publicidades nada encubiertas.
Ahora -qué le vamos a hacer- toca esto -con el consuelo que no es ni mucho menos preceptivo para ustedes, sino todo lo contrario: totalmente prescindible.

ENTREVISTA  en el programa PÁGINA DOS  de RTVE, a cargo de óscar López:

http://www.rtve.es/alacarta/videos/pagina-dos/ 

ENTREVISTA radiofónica, esta mañana, en el CLUB DE LECTURA de la CADENA SER, a cargo de Javier del Pino:

http://play.cadenaser.com/audio/001RD010000004158761/

sábado, 4 de junio de 2016

Hay dos opciones, y ninguna es demasiado buena: hacerte sencillamente viejo o hacerte Iggy Pop.

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viernes, 3 de junio de 2016

NEW YORK DOLLS

En la adolescencia de algunos de nosotros, los New York Dolls -precursores del punk a través del glam, o algo así- eran, más que otra cosa, unos músicos que actuaban disfrazados de dragqueen, y no los tomábamos demasiado en serio, a pesar de ser una banda bastante buena.

Veo este documental emocionante, centrado en el bajista del grupo: Arthur "Killer" Kane.

No se lo pierdan, les guste o no su música: trata sobre todo de la rareza estremecedora de la vida.


PÁGINA DOS

Mañana, en el programa PÁGINA DOS, de RTVE, a las 8,30, emiten la entrevista que me hizo Óscar López a propósito de la novela:  

http://www.rtve.es/television/20160602/felipe-benitez-reyes-invertido-casi-10-anos-publicar-su-nueva-novela-azar-viceversa/1354582.shtml


miércoles, 1 de junio de 2016

ACTUACIÓN Y FANTASÍA



(Publicado en el nº de mayo de TintaLibre)


Cuando a Ronald Reagan le preguntaban que cómo un actor podía ser presidente de Estados Unidos, solía dar una respuesta inesperada, más propia del epigramista mundano de una comedia de Oscar Wilde que del protagonista de una película de soldados o de vaqueros: “No concibo que alguien que no sea actor pueda desempeñar ese trabajo”.

            Es posible que el discurso político esté sujeto a la misma regla de oro que el discurso de la ficción: depender menos de la verdad que de la verosimilitud, en parte porque hay ocasiones en que la verdad resulta poco creíble –además de poco conveniente- y en parte porque la verosimilitud no está reñida con la mentira, por no decir que suele estar hermanada con las medias verdades. Hay políticos que prometen paraísos sociológicos instantáneos, y lo curioso es que muchos –desde la ingenuidad o desde la desesperación- los creen a pies juntillas. Hay políticos que justifican el destrozo del contrato social en beneficio de la consolidación del contrato social, y hay gente que los vota. Hay políticos, en fin, que, en nombre de la coherencia, niegan hoy lo que dijeron ayer y lo que tal vez vuelvan a afirmar mañana, y hay gente que lo da por bueno. En esto se ve que hemos decidido ser cándidos, imagino que por ese algo de creencia religiosa que tiene en el fondo toda adhesión a una causa política.

            En los últimos tiempos estamos asistiendo a una exhibición actoral que excede nuestra tolerancia con respecto a la fantasía, por mucho que en los mundos imaginarios aceptemos la existencia de los dragones de tres cabezas. Para mentir medianamente bien conviene ser un actor profesional -aunque sea al nivel artístico de Reagan-, y muchos de nuestros políticos parecen requerir con urgencia un cursillo de dramaturgia, al menos para evitar el defecto de la sobreactuación.

            Se nos ha propuesto creer que los tesoros escondidos en una gruta encantada de los Alpes suizos provienen de herencias misteriosamente ancestrales. Se nos ha dicho que las escrituras de constitución de las sociedades offshore son algo así como unos pergaminos góticos de los que sus firmantes se olvidan al momento de rubricarlos, por culpa sin duda del conjuro de una hechicera malvada. Algún maleante célebre por su reincidencia olímpica en el delito, ante la evidencia de sus travesuras mercantiles, no ha dudado en acogerse al comodín de la caza de brujas, a las que imaginamos, por instinto reflejo, revoloteando en sus escobas en una selva panameña o en un despacho de Bankia. Hemos oído al ex presidente multado por Hacienda convertir su desliz en una diferencia de criterio con Hacienda, como si la fiscalidad se basara en el debate socrático. Hemos visto dimitir a un alcalde no por las corrupciones de las que lo acusan, sino por lo intolerable que le resulta que lo acusen. Hemos visto al banquero engominado presentarse como un antisistema perseguido por el Sistema. Hemos sabido que los áticos pueden viajar desde Delaware a Estepona como la ínsula volante que acogió al aventurero Gulliver. Hemos sido testigos de cómo toda la cúpula de un partido apoya al embustero de su tribu, ese que asegura que no mintió, sino que dijo cosas que no se ajustaban a la realidad, sin saber que ese era el problema médico que afectaba a la nariz de Pinocho. Y así sucesivamente.

            Para transformar las mentiras en verdades ficticias conviene, insisto, ser un buen actor, porque de lo contrario el pacto ineludible entre el escenario y el patio de butacas se rompe. Y lo que queremos es disfrutar de un buen espectáculo, no de una improvisación delirante.

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