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Llega el frío y, venciendo la pereza, desenrollamos las alfombras, que se han pasado varios meses de letargo cilíndrico, y la casa se vuelve más silenciosa y mullida, y los dueños de alfombras orientales entornan los ojos y se imaginan que están subidos a una alfombra mágica que sobrevuela el mundo, el mundo calentito del salón. Las alfombras absorben el ruido de los pasos y andamos sigilosos, como si fuésemos los fantasmas errabundos de una mansión encantada.
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Este frío se ha hecho de rogar, pero aquí lo tenemos. Y cómo: stalinista y siberiano.
Llega el frío -el de verdad- y la ropa que abriga invade el espacio que ocupaba la ropa ligera de los veranos (y la ropa casi inútil de la primavera), esa ropa que apenas es ropa, una ropa reducida a su mínima expresión, porque el verano nos hace sentirnos como Adán y Eva, casi desnudos en el paraíso convencional de los pueblos turísticos. Llega el frío -el de verdad- y tocamos de nuevo la lana de los jerséis, porque a ver quién tiene el valor de siquiera tocar un jersey de lana en pleno verano.
Llega el frío -el verdadero: este- y sacamos por fin el edredón de pluma bajo el que dormiremos sepultados, en sustitución del edredón más ligero de entretiempo -¿aunque qué era eso?-, y alguna que otra noche nos despertará, digo yo, la lluvia, que golpeará con sus nudillos cristalinos las ventanas, como si quisiera meterse también debajo del edredón, porque la lluvia debe de pasar muchísimo frío. (La lluvia: ya casi un exotismo.)
Llega el frío y te pones a releer el manual de funcionamiento de los radiadores, porque ya no te acuerdas de cómo se fijaba el termostato y todo ese tipo de habilidades que tienen los radiadores. ¿Para qué va a perder el tiempo la memoria recordando durante los meses cálidos cómo funciona un radiador? Hay que dar vacaciones de vez en cuando a las neuronas, y las neuronas encargadas de custodiar el secreto del funcionamiento de los radiadores se han tomado sus vacaciones estivales tan a pecho, que se han olvidado incluso de que existen artefactos llamados radiadores, de modo que hay que refrescarles la memoria.
Llega el frío y en nuestra vida se instala el concepto de calcetín de lana. Qué artilugio tan raro es un calcetín. Los calcetines negros hacen que nuestros pies parezcan verdugos encapuchados. Los calcetines de cuadros hacen que nuestros pies parezcan gaiteros escoceses. Los calcetines blancos hacen que parezcan espectros. Si mueves los dedos dentro del calcetín, tu pie parece una marioneta.
Llega el frío y las mujeres sacan su colección de medias, esas medias que fingen una piel tersa de escultura, de carnalidad velada. Medias negras de luto y deseo. Medias de color carne para simular la desnudez de la carne. Medias de calados fantasiosos para hacer de las piernas una especie de tótem ambulante.
Llega el frío y sacamos los guantes, esos guantes de lana que dan un aire dickensiano a los niños y esos guantes de cuero que dan a los adultos un aire criminal. Llega el frío y sacamos las bufandas, esas bufandas que acabamos mordiendo cuando el viento sopla gélido y feroz, silbante y loco, y nos salta las lágrimas. Llega el frío y llegan los castañeros, con sus factorías de humo. Llega el frío y la luna se pone borrosa. Llega el frío, en fin, y nos encogemos un poco, camino adentro de nosotros mismos, para buscar allí el valor con que afrontar la helada, la metáfora evidente de la nieve.
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5 comentarios:
Ya quisiera yo el frío de Cádiz ahora. Aquí, en Leuven, hemos estado esta mañana a -5º. Los belgas están tan hechos a esto, que siguen tomándose las cervezas en las terrazas al aire. Y qué poca metáfora hay en sentir el frío pegado a la piel.
Un abrazo gélido (no de afecto).
Ánimo, Antonio, con esos fríos forasteros.
El frío gaditano de hoy es poco gaditano, de todas formas.
Me da frío sólo leer su texto. A mí no me gusta nada el frío, me deja encogida y sin ganas de hacer nada, me cambia el carácter a peor, y ya es decir, y estoy todo el día añorando el calor del verano, los días que faltan todavía para que llegue serán un verdadero suplicio.
Un abrazo
Con los modernos sistemas de climatización el frío ya no es lo que era; no da tiempo a que se corte el cuerpo, de casa al coche, del coche al trabajo... Para cinco minutos que andamos por la calle es hasta agradable la sensación. Y si me apuras, 5º sobre cero en Cádiz son peores que los 5º bajo cero que sufre Antonio en Bélgica.
Un abrazo.
Citando, que es gerundio...
Cada vez que una mujer se pone unos pantis en vez de unas medias con ligueros se hunden un poco los cimientos de la cultura occidental (Felipe Benítez Reyes: El novio del mundo).
No puedo estar más de acuerdo.
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