COCINA A MEDIDA
Antes, la cocina de una casa era un espacio en esencia funcional: colocabas en una esquina un frigorífico, en otra un aparador, en medio la cocina propiamente dicha –con horno incorporado o sin él, y con un compartimento para la bombona naranja-, una mesa, un fregadero, un escurreplatos y… a cocinar, que al fin y al cabo son tres días. Pero, de un tiempo a esta parte, la cocina de una casa no sólo se ha convertido en un ámbito fundamentalmente estético, sujeto a delicadas armonías de texturas, líneas y colores, sino también en un ámbito casi futurista, hasta el punto de que hay veces en que una cocina moderna no se diferencia demasiado de una nave espacial.
Entras en una tienda de cocinas. “¿Qué necesita usted?”, te pregunta el vendedor de cocinas. La respuesta suele ser poco original: “Pues una cocina”. Y el vendedor de cocinas asiente. “¿Trae usted un plano?”, y le dices que sí. Le echa un vistazo al plano y se queda meditando. “Necesitaría la localización exacta de las tomas de agua, de electricidad y de los puntos de extracción”, y ahí te pilla en falta, porque no has tenido la previsión de medir eso. “Bueno, no importa demasiado”, te consuela. “Vamos a ver…”, y el vendedor de cocinas te ofrece un croquis urgente de lo que puede ser tu cocina en un futuro más o menos próximo. “Aquí ponemos un mueble de 40, aquí uno de 65, una cajonera de 50…” Y, de repente, todo parece fácil. Hasta que el vendedor de cocinas se decide a entrar en detalles. “¿Qué gama de muebles quiere usted?” Y te encoges de hombros. “Ahí tiene el muestrario”, y te señala un expositor en el que se apilan algo así como 200 modelos. Después de media hora de indecisiones, te decides por uno. “Este es de gama media”, y respiras aliviado, porque se supone que el precio irá en consonancia con la gama.
“¿Qué encimera quiere?”, y vuelta a lo mismo: un muestrario con 200 modelos de encimera. La eliges. “Este material es caro”, y te dices para tus adentros que mala suerte. “Pero en el tema encimera no merece la pena ahorrar, porque una encimera mala sólo da problemas”, y asientes, aunque ignores la problemática específica de las encimeras malas. “¿Quiere los cajones con mecanismo de cierre autónomo?”, y tú, que no logras asimilar ese concepto de “cierre autónomo”, optas por decirle que no antes que preguntar en qué consiste eso y quedar como un ignorante.
A esas alturas, el vendedor de cocinas ya se ha percatado de que eres un cliente poco exquisito, o quizás un muerto de hambre que no puede permitirse una cajonera con mecanismo de cierre autónomo. “¿Qué grifería le ponemos?” Y le pides opciones. “Tenemos la serie Mónaco, la serie Vichy, la serie Estocolmo, la serie Viena…” Te entran ganas de preguntarle si no tiene la serie Villacarnero, que sin duda será más barata. “¿Quiere el fregadero de acero inoxidable con tratamiento antirayadura o de poliuretano con tratamiento antichoque? ¿Quiere la gama de tiradores Góndola, la serie Cisne o…?”
Al final, te hace la cuenta, la suma resultante de todas esas delicias decorativas ideadas para hacernos la vida más hermosa. Y resulta que cada huevo frito que vayas a comerte de aquí a que te mueras va a salirte por unos 6 euros si le aplicas a tu cocina una amortización anual del 3%. Y que aproveche.
Antes, la cocina de una casa era un espacio en esencia funcional: colocabas en una esquina un frigorífico, en otra un aparador, en medio la cocina propiamente dicha –con horno incorporado o sin él, y con un compartimento para la bombona naranja-, una mesa, un fregadero, un escurreplatos y… a cocinar, que al fin y al cabo son tres días. Pero, de un tiempo a esta parte, la cocina de una casa no sólo se ha convertido en un ámbito fundamentalmente estético, sujeto a delicadas armonías de texturas, líneas y colores, sino también en un ámbito casi futurista, hasta el punto de que hay veces en que una cocina moderna no se diferencia demasiado de una nave espacial.
Entras en una tienda de cocinas. “¿Qué necesita usted?”, te pregunta el vendedor de cocinas. La respuesta suele ser poco original: “Pues una cocina”. Y el vendedor de cocinas asiente. “¿Trae usted un plano?”, y le dices que sí. Le echa un vistazo al plano y se queda meditando. “Necesitaría la localización exacta de las tomas de agua, de electricidad y de los puntos de extracción”, y ahí te pilla en falta, porque no has tenido la previsión de medir eso. “Bueno, no importa demasiado”, te consuela. “Vamos a ver…”, y el vendedor de cocinas te ofrece un croquis urgente de lo que puede ser tu cocina en un futuro más o menos próximo. “Aquí ponemos un mueble de 40, aquí uno de 65, una cajonera de 50…” Y, de repente, todo parece fácil. Hasta que el vendedor de cocinas se decide a entrar en detalles. “¿Qué gama de muebles quiere usted?” Y te encoges de hombros. “Ahí tiene el muestrario”, y te señala un expositor en el que se apilan algo así como 200 modelos. Después de media hora de indecisiones, te decides por uno. “Este es de gama media”, y respiras aliviado, porque se supone que el precio irá en consonancia con la gama.
“¿Qué encimera quiere?”, y vuelta a lo mismo: un muestrario con 200 modelos de encimera. La eliges. “Este material es caro”, y te dices para tus adentros que mala suerte. “Pero en el tema encimera no merece la pena ahorrar, porque una encimera mala sólo da problemas”, y asientes, aunque ignores la problemática específica de las encimeras malas. “¿Quiere los cajones con mecanismo de cierre autónomo?”, y tú, que no logras asimilar ese concepto de “cierre autónomo”, optas por decirle que no antes que preguntar en qué consiste eso y quedar como un ignorante.
A esas alturas, el vendedor de cocinas ya se ha percatado de que eres un cliente poco exquisito, o quizás un muerto de hambre que no puede permitirse una cajonera con mecanismo de cierre autónomo. “¿Qué grifería le ponemos?” Y le pides opciones. “Tenemos la serie Mónaco, la serie Vichy, la serie Estocolmo, la serie Viena…” Te entran ganas de preguntarle si no tiene la serie Villacarnero, que sin duda será más barata. “¿Quiere el fregadero de acero inoxidable con tratamiento antirayadura o de poliuretano con tratamiento antichoque? ¿Quiere la gama de tiradores Góndola, la serie Cisne o…?”
Al final, te hace la cuenta, la suma resultante de todas esas delicias decorativas ideadas para hacernos la vida más hermosa. Y resulta que cada huevo frito que vayas a comerte de aquí a que te mueras va a salirte por unos 6 euros si le aplicas a tu cocina una amortización anual del 3%. Y que aproveche.
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