martes, 28 de enero de 2014

YA PASÓ

En torno a diciembre, los comentaristas de novedades literarias y los periodistas más o menos culturales -e incluso algunos escritores que sucumben a la alegre tentación de glorificar a sus colegas más queridos a través de la estadística- se ponen de acuerdo en señalar como obras inmortales de nuestra literatura algunos libros publicados a lo largo del año.

Al año siguiente, ya nadie se acuerda de esas obras inmortales, como es lógico, en parte porque hay que hacer hueco a las obras inmortales de la nueva añada, y de eso va la ronda: de prorratear la inmortalidad en vida, supongo que bajo un lema del tipo "Inmortaliza, que algo queda".

Acabo de leer, en fin, una de las obras inmortales de 2013, y la verdad es que no me defrauda: es tan desvalidamente pretenciosa y mediocre, tan relamida y tramposa, tan desconsoladamente mortal, que era casi imposible que no les confundiese el juicio a los expertos en obras inmortales de temporada. 

O dicho de otro modo: todo cuadra y armoniza. Todo, en definitiva, como corresponde.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando Borges dice aquello de "sin duda inolvidable y ya olvidada", pues eso. Los suplementos culturales y demás tienden a ser a modo de altavoces de feria: hablan muy alto, pero lo que dicen en general es poco memorable.

Anónimo dijo...

¡Eres muy optimista con eso de que duren un año! Yo he leído ya una de las obras maestras e inmortales -según los suplementos- del mes de enero y, mira que está febrero cerca, ya lo he olvidado todo salvo su preciosa pretenciosidad. ¡Obras inmortales de temporada! Gran título.
Juan Bonilla